Espíritu, muerte y protección
El descanso se construye en relación al espíritu de la persona, quien puede volver al mundo de los vivos. En la cultura mapuche, el espíritu se distingue del alma y la persona está constituida por diversos componentes espirituales. La distinción planteada por Magnus Course entre alwe como ‘esencia viviente’, am como ‘alma,’ y püllü como ‘espíritu’ es una de las clasificaciones acerca de la dimensión espiritual y que se pone en juego a través de los rituales mortuorios (Course, 2007:74). Para Course, estas tres partes terminan por integrarse en el funeral para luego separarse cada una con su propio destino. Inez Hilger, en cambio, señala que sus informantes distinguen entre alma y espíritu (Hilger, 1957:166). El espíritu correspondería al püllü, según Schindler (1996), siendo el espíritu, como en el caso de Lago Neltume, que merodea en las casas gimiendo, haciendo sonar las cosas o provocando fuegos dentro de la ruka.
La muerte, según Course supone, como se ha dicho, la separación del cuerpo de aquellas tres partes, las que migran a lugares no especificados (al volcán, al mar, al cénit) (Course, op.cit:77). El funeral, no obstante, es el momento en que se completa la persona a través de los discursos que acerca de ella se articulan antes de su partida. En el tránsito del difunto a otros mundos, debe asegurarse que el püllü (o personalidad o don) se desplace hacia su lugar de destino, lo que se logra mediante el amulpüllün, esto es, del cierre fúnebre donde se estimula la partida del espíritu o, más exactamente, donde se “obliga[r] a salir al püllü” (Schindler, 1996:165).
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Las ideas fuerza del rito consisten en proteger a la familia y vivientes frente al eventual retorno del püllü. Schindler cita algunas invocaciones a través de las que Humberto Trecaman despide a un difunto, a quien le pide: “que no se vuelva, que se quede allí tu personalidad [püllü]… No hagas nada adverso a tu familia … Ya te volviste un extranjero … ya no volverás jamás a (nuestra) casa” (Schindler, op.cit.:168). Las invocaciones también incluyen la petición de ayuda para la familia, pero en lo fundamental es una exhortación a partir a su nuevo mundo.
El traslado del difunto se hace de modo de crear en torno suyo un cerco que le evita volver a su residencia. Es el caso del awun que, según describen Duhalde y Jelves, corresponde a la trilla o cabalgata circular contra reloj de cuatro caballos provistos de campanas que se despliega en torno del ataúd (Duhalde y Jelves, 1981:11). Para un funeral en Challupén, según narra Mayo Calvo “después de recorrer un trecho de unas dos cuadras se hizo un descanso y se dejó el ataúd en el suelo; tocaron la corneta para que el alma del difunto ‘vaya divertida y alegre’. Los hombres de a caballo dieron cuatro vueltas alrededor del difunto. Cinco veces se repitió esta ceremonia en el camino al camposanto” (Calvo, 1990:101-102).
En el ritual fúnebre mapuche, según Titiev (1951), hay una convención: el cuerpo del difunto no puede tocar el suelo en su desplazamiento desde su casa hasta el cementerio o eltún. En caso que ello ocurra, sigue el autor, una cruz debe ser erigida a fin de marcar el lugar (Titiev, 1951:103).
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