A pesar de que encontramos en Moi, un Noir una clara línea narrativa (división en capítulos cronológicamente ordenados), y la obvia puesta en escena de la mayoría de las secuencias, lo documental se trasluce incesantemente a través de ellas, por el modo improvisado e inspirado en el momento, que caracteriza a toda la película.
Las imágenes de Moi, un Noir son de captación inmediata, sin bosquejos preliminares complicados. Las escenas están improvisadas en su mayor parte, filmadas con cámara de mano, y son por lo tanto ajetreadas y espontáneas. Rouch se mueve a su antojo, filmando no lo que está ya dado, sino buscando; es la “cámara viviente” mirando con su ojo mecánico, en posesión del cuerpo del camarógrafo-director-etnógrafo. Es como si la “cámara viviente” estuviese tratando de articularse en ese mismo instante, frente al espectador, en un diálogo intensamente íntimo con él, de ninguna manera recitando un guión previamente preparado.
Edward G. Robinson encuentra trabajo un día en el puerto, como bozzori, jornalero de puerto, acarreando sacos. En las escenas previas lo hemos visto buscando trabajo, siendo humillado por las autoridades del puerto, entre muchos otros jóvenes que, como él, esperan encontrar trabajo. Cuando al fin ha encontrado trabajo por un día, exclama “Los sacos, los sacos, los sacos!” mientras la cámara nos muestra pilas de sacos, siendo acarreados por Robinson, levantados por grúas, cargados en barcos que “llevan café a la metrópolis”.
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Las imágenes dispersas, atiborradas de sacos, actúan como imágenes de una pesadilla. Al toque de la sirena, los trabajadores salen a su descanso de mediodía, y la cámara sigue a Robinson de espaldas en un paneo, mientras éste se aleja a la par de su amigo Elit. Robinson lleva una camisa con un agujero tan grande, que deja a la vista toda su espalda. Entonces un elemento inesperado irrumpe en la imagen: una familia blanca se acerca a la cámara por el lado derecho de la imagen, un niño de gorrita, una mujer con lentes de sol y un hombre de pantalones cortos. La cámara cambia entonces su intención, como para producir significado con el nuevo elemento que le ha llegado como caído del cielo, en su lenguaje específico de cámara: cambiando y ajustando el plano o la composición. La cámara sigue paneando, buscando a la familia blanca hasta dejarla prácticamente al centro de la imagen, mientras Robinson casi desparece de la imagen por la izquierda.
Si en los planos pasados Robinson alude a la metrópolis por medio de los sacos que carga en el barco, aquí es la cámara la que crea un mensaje simbólico por medio del contraste: el agujero en la camisa de Edward a la par de la ropa blanca y almidonada del idilio familiar. O bien: el puerto como un lugar de sacrificios y humillaciones para Edward, a la par del puerto como un lugar de entretención para los europeos. Este momento es por convención tanto ficticio, en cuanto a que la cámara busca contar una historia, como es documental, puesto que la imagen es encontrada y atrapada espontáneamente, como en una coreografía improvisada. Rouch busca en las imágenes más bien una belleza que se revela ante la cámara, en vez de filmar una belleza plástica, construida o encontrada de antemano.
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