Mientras que Barthes va a plantear que la imagen no es real, pero que, no obstante, “es el analogon perfecto de la realidad, y precisamente esa perfección analógica es lo que define la fotografía delante del sentido común” (Barthes, 1995:13), Le Goff va a sugerir que los fotógrafos, al igual que los historiadores, no ofrecen un reflejo de la realidad sino representaciones de la misma (Le Goff, 2003:28).
A propósito de los fotógrafos, y en su defecto, de la fotografía como documento histórico, Le Goff va a resaltar el carácter subjetivo del fotógrafo, al indicar que en cada fotografía, éste selecciona su objeto, según sus “intereses, creencias, valores, prejuicios, etc.” (Op. Cit: 28). En este sentido, aproximarse a las fotografías como herramientas para reconstruir un determinado proceso histórico, es una estrategia metodológica que implica el conocimiento del contexto –en el sentido del autor, sus prejuicios, y las circunstancias históricas- en el cual éstas fueron producidas. Sobre esta cuestión, Juan Domingo Marinello va a hacer hincapié en el carácter no inocente ni imparcial de los documentos fotográficos, al agregar que “toda fotografía reinterpretada tiene carácter de autorrevelación más allá de los límites físicos de su encuadre, más allá del contexto de su mundo visible representado” (Marinello, 2002:11). En la interpretación de una fotografía, y más exactamente en la posibilidad de “leer” este texto visual, “la imagen fotográfica actuaría entonces como una narración contada con cierta intencionalidad a alguien, a quien le permite acceder -si bien de modo discontinuo- a una realidad pasada susceptible de ser leída en su singularidad” (Reyero, 2006:39).
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Sin embargo, para aproximarse a la intencionalidad del fotógrafo –por más que esta sea aprobada o no- es necesario que el observador comparta, hasta cierto punto, una amalgama de elementos culturales y una red de significados con el productor de la fotografía. De ahí que Barthes hable de la imagen como construcción cultural; al fin y al cabo “es culturalmente cómo participo de los rostros, de los aspectos, de los gestos, de los decorados, de las acciones” (Barthes, 1997:63-64).
Habiendo finalizado esta breve reflexión sobre el valor de las fotografías como fuente fidedigna para la reconstrucción de acontecimientos históricos específicos, nos interesa entrar a analizar un grupo de fotografías previamente seleccionadas -las cuales hemos denominado “imágenes del terror”- que corresponden al libro “La Violencia en Colombia” (Fals Borda et al., 1962) - y que ilustran algunos de los episodios más violentos y sangrientos del período de violencia partidista que enfrentó Colombia entre los años 1948 y 1960.
Estudio de caso: “Imágenes del terror” y la representación de la alteridad ultimada
El 9 de abril de 1948, en pleno centro de Bogotá fue asesinado el líder popular y candidato a la presidencia de la República Jorge Eliecer Gaitán. El asesinato del “caudillo del pueblo”, como era conocido, exacerbó los ánimos entre sus partidarios, quienes iniciaron una gigantesca y violenta reyerta conocida como “El Bogotazo”.
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