Estas tecnologías parecen invitar al voyeurismo. Pero, si éste fuera el caso, convendría recordar que la etnografía no es voyeurismo (Peacock, 1986), y que el acceso a la intimidad de otros no ha de confundirse, bajo ningún concepto, con las premisas de la comunicación intersubjetiva. No se trata sólo, ni siquiera fundamentalmente, de un asunto de repugnancia moral, sino de un problema de la mayor importancia teórica. La etnografía es un ejercicio de indagación en el espacio que se abre, precisamente, entre la intimidad de la experiencia y la acción social como ejercicio público. Ése es, específicamente, el espacio de la cultura.
Descripción densa. Localización
En La lógica de la investigación etnográfica desglosábamos el concepto de Clifford Geertz “descripción densa” (Geertz, 1973) en distintos componentes prácticos. Uno de ellos es la localización de las prácticas humanas que toma por objeto la investigación, otro es la encarnación (Velasco y Díaz de Rada, 1997: 220-222). Al localizar con precisión las prácticas en escenarios concretos de acción, y al encarnarlas en agentes sociales concretos, el etnógrafo contribuye a adensar su descripción, que ya no es solamente un tejido de argumentos conceptuales hilados teóricamente, de forma abstracta, ni es solamente una yuxtaposición de instantáneas de práctica, meras constataciones de lo que en ese campo se hace y se dice. Localización y encarnación implican una conciencia de la selección de ejemplares empíricos concretos en la trama conceptual de una interpretación teórica de la cultura, una descripción interpretativa, una descripción densa.
|
|
La comunicación mediada computacionalmente, que, en su reducción estrictamente tecnológica, se nos aparece como una comunicación deslocalizada, intensifica la necesidad de reflexionar sobre la localización. En relación con ella, es posible repetir la misma argumentación ya elaborada en relación con la intersubjetividad. Puede que esta forma de comunicación implique la imposibilidad práctica de localizar a los agentes sociales en sus lugares concretos de producción de prácticas, pero esto no debe confundirse con la idea de que tal situación es adecuada u óptima para el etnógrafo. En este sentido, es preciso recordar de nuevo, y quizás ahora con un énfasis más grave, que, mediada o no por este tipo de tecnologías, una etnografía es siempre tanto más productiva cuanto más maximizamos la localización de esos agentes.
Y de nuevo, a la luz de esta categoría conviene advertir algunas ficciones. La más importante es aquí la ficción del globalismo, es decir la ficción de que vivimos en un mundo de hecho globalizado, donde la comunicación transita de modo completamente libre y fluido, liberado de una vez por todas de todo tipo de anclajes socioestructurales; la ficción de que poblamos un mundo de agentes en estado puro, agentes no sujetos, que se prodigan en todas las esferas de la vida. Un mundo en que el individuo puro actúa, por fin, libre de ataduras. Sin embargo, éste no es nuestro mundo. Nuestro mundo, y esto depende mucho de cuál sea en concreto la parte del mundo de la que hablamos, es, más bien, un lugar atravesado parcialmente por corrientes globales de personas, mercancías y mensajes, en toda clase de escenarios de armonía e inarmonía local.
|
|