Reseña Documental

Documental: memoria y documento
Reseña a Las Manos en la Tierra (2014), de Virginia Martínez.

Lourdes Roca1

Virginia Martínez es realizadora, productora, investigadora y docente. Ha dirigido los documentales Por esos ojos, Ácratas y Memorias de mujeres. En 2002 publicó Los fusilados de abril, en 2005 Tiempos de dictadura y en 2010 Siglo de mujeres.

Lo primero que emerge como espectadora de Las Manos en la Tierra es más bien catártico, no se puede explicitar de forma razonada ni tan estructurada, como flashazos destellan hacia una luz que ilumina otras vías a seguir en la investigación histórica.

El documental hace esto en esencia: sacude, concientiza, revela, conmueve, agita. Conducto excelso para un contra-análisis de la sociedad. De ahí un primer soliloquio que no busca más que eso: compartir las primeras impresiones de un documento tan valioso.

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A través de una docena de escenas, la realizadora nos introduce en el tema: la tierra, la memoria, las familias, con una imagen recurrente a manera de leit motiv que guía la historia: un faro, el vigía, señalando la ruta recién encauzada hacia la recuperación de los muertos, los llamados “desaparecidos”.

 

 

 

 

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La música apenas asoma, pinceladas de teclado, rasguños de guitarra, puentean de una secuencia a otra. Nos movemos entre exteriores e interiores, de la mano de testimonios de especialistas comprometidos con este proceso de búsqueda y recuperación, como de familiares de las víctimas, que casi cuarenta años después, siguen esperando saber qué pasó con su padre, su madre, su nieta...

Cual capas de hojaldre, la narrativa va diseccionando una por una, ahondando en duelos a flor de piel y reivindicando la memoria, que se impone a la historia, esa historia con mayúscula que negó esta otra cara, por décadas enturbiada: “Las ausencias de la historia”, dice el arqueólogo a cargo de los trabajos de excavación. Más allá del carácter estrujante del tema, en cuanto al tipo de documentación con la que se trabaja (la tierra como documento), lo más parecido para mí al trabajo de estos arqueólogos es la fotografía aérea, donde también, cual palimpsesto, vemos escrito el territorio: capa por capa puede diseccionarse hasta llegar a las profundidades requeridas. Pero aquí cada capa toca fibras que el simple territorio no siempre alberga.

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Valentina Chaves y Macarena Gelman nos atrapan, en sus relatos asoma el quiebre de años de contención. Atentas, esperan y esperan, y vuelven a esperar, hasta que se les cumple el eterno anhelo, el anhelo de saber, de acabar con la negación, esa negación que carcome, que trae implícita el “desaparecido”: “no está vivo ni muerto”, pero no está. Fotos de jóvenes, muy jóvenes, más jóvenes que ellas mismas, las conmueven, las sacuden.

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El testimonio es un documento. La fotografía, otro documento. Testigos ambos de un pasado negado por La Historia, entrelazados aquí por la memoria.

Javier Miranda también narra su pérdida, los sesgos de género asoman en los relatos. Lo que significa para unas y otros esa pérdida, ese ni conocer, ese reconstruir permanente a partir de la retacería escuchada acerca de sus padres. Al fin se quiebra el muro de silencio, un muro impuesto. “Desaparecidos”, negados, ocultados, pero no olvidados. La memoria se impone.

Tocar los lugares intocables, hacerlos tangibles, un cambio sustancial arrancó con el siglo: España, Guatemala, Uruguay, Argentina, y tan cerca el tema, estos días, para nosotros, también México, y más. ¿Cuántos días más, semanas, meses, años deberán pasar para encontrar los 43 cuerpos que hoy se buscan? No podemos evitar el eco en nuestras mentes frente a Las manos en la tierra. “La injusticia duele igual donde esté”, afirma Mercedes como arqueóloga forense.

Como inevitable recordar otros documentales con propósitos tan parecidos: La Palabra Desenterrada y Papá Iván. Documentales que devienen documentos también, documentos de episodios de vida negados. El primero, contra el olvido, el silencio y la impunidad en la tragedia de Guatemala en los ochenta; el segundo, buscando saber y entender sobre un padre que optó por la clandestinidad como montonero, en la Argentina convulsa de los setenta. Regresaré a ellos más tarde.

Entre las dificultades por encontrar, las inercias del “nadie vio nada”, y las formas que desalientan la búsqueda, el ritmo pausado, y el tono, un tanto claustrofóbico, provocan al espectador. La sangre se calienta, el corazón se agita, la piel se hace chinita. Tema muy duro, aunque nunca tan duro como la vida misma hace vivirlo.

El pacto de silencio se resiste a resquebrajarse, pero al final es más la fuerza de la tierra por seguir pariendo, por seguir documentando, y con la ayuda de los arqueólogos salen a la luz, uno por uno, los restos de aquellas personas que solo eran imagen, recuerdo, dolor, ahora también cuerpo, esqueleto siquiera. Sí hay “restos de los restos”.

Los “últimos buitres del proceso”, como los tilda Mercedes de forma macabra cuando describe su propio trabajo, logran su cometido: la paciencia, el esmero, el empeño, tienen su recompensa. Gran peso simbólico el de los hallazgos: los arqueólogos también crean vínculos con aquellos que buscan. “Donde no llega nadie más, llega el arqueólogo.”

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La violación a los derechos humanos reclama atención, concientización, acción, medidas que enmiendan, pero también castigo. “Nunca más”, dos palabras que hacen eco década tras década acerca de un siglo convulso. “Las respuestas que se necesitan son las mismas”, dice la misma arqueóloga. Aquí y allá, ahora y entonces.

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De un hueso a un nombre, de una deformación a una persona, pero la identificación no lo es todo, nos explican. Comunión de vivos con muertos, reconocimiento, comprensión.

Nada se devuelve como siempre esperaste, “ni sana nada”, solo tenemos parte de la verdad, pero mucho más por buscar, mucho más por entender y saber. Las preguntas prevalecen al tiempo y se multiplican. Grandes retos para la investigación, grandes retos para la documentación.

Exhumando respuestas, devolviendo historia: aquella nieta que ni podía imaginar, ni sabía, ni había visto, “eran más jóvenes que yo misma”: podrían haberse caído en un avión estrellado y que nadie los encontrara, “pero aquí hay quien sí sabe”. Y eso es lo que más duele. Por eso EL SILENCIO ES CRUEL.

La diferencia es la información, muy cerca y a la vez muy lejos. El derecho a saber, a contar la historia que no se contó. Termina la espera, llegan a saber. Se cierra el duelo.

El suelo revela la escritura del planeta: las manos, en la tierra.

Un documento clave para la historia reciente

América Latina es considerada una región convulsa; con nuestras historias, no es para menos. El documental que hoy nos convoca aquí aborda una de sus manifestaciones más lacerantes.

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Las prácticas forenses más recientes y el gran impulso a la defensa de los derechos humanos en varias latitudes del continente han hecho posible que hoy estemos frente a otro escenario. Un cambio muy reciente, extraordinaria y reveladoramente reciente.
 
Las Manos en la Tierra da cuenta de ello: una etapa naciente que nos obliga a movernos entre dimensiones políticas y personales, entre la búsqueda y la reconstrucción. El exilio, la pérdida, el silencio, constituyen premisas básicas para su realización. Lo que permanece, la tierra y todos los elementos que la caracterizan se hacen presentes a los sentidos: agua, aire, tierra, la naturaleza toda, envuelve y encapsula, lo que cierta humanidad se empeña en borrar.

Los propósitos de sensibilizar y hacer conciencia de un problema social de tal envergadura son evidentes. De forma sobria, la autora introduce el tema y pausadamente lo desarrolla, contemplando los diversos actores sociales involucrados. Privilegiando su experiencia, sus apreciaciones acerca del proceso. Y sobre todo, la búsqueda de explicaciones.

La memoria, más allá de La Historia, nos embarga, nos copta: los registros en campo van construyendo la evidencia. Secuencia por secuencia nos va llevando de la mano: ahora los arqueólogos nos ubican en el terreno, en el anhelo por encontrar, por revelar; enseguida familiares nos regresan a los contextos:

"era mi cumpleaños, me traía un regalo, él así era, no me acuerdo más nada, no se supo más nada, nos separaron en el mismo momento en que nací, a 80 cm de la superficie, no había nada y nunca había habido nada, que no quedaran restos de los restos, con otro peso en mi mochila, una persona que yo conocí muy poco, lo conocí por los demás, el relato no se sintetiza en huesos, buscando fotos sobre todo, tenía 20 años, tampoco se sabe, eso no pasa con los años”.

Desde amplias tomas aéreas y cenitales que permiten apreciar estos espacios del horror, hasta el menor detalle de la tierra removida, de la osamenta encontrada. Registros en campo predominan, espacios de entrevista los acompañan. Y aquí y allá contrapuntean imágenes de archivo, ahora la fotografía del familiar perdido, “tan joven”; ahora el reportaje televisivo que daba cuenta de algún avance en el proceso, de las protestas, del sentir ciudadano.

En mucho la obra recuerda a La Palabra Desenterrada (Mary Ellen Davis, 2001): realizada poco antes, para el caso de Guatemala, donde la autora acompaña a Mateo Pablo, de origen maya, quien, desde el exilio, regresa veinte años después a recuperar los restos de su familia.

Junto con el artista que creó las imágenes para las portadas de los cuatro tomos de Nunca Más, del informe REMHI, y otros actores sociales entrevistados de la zona, reconstruyen minuciosamente los procesos vividos, reviven el dolor acumulado, el ansia de resolver, de saber también.

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En la misma línea, aunque con otro estilo, Papá Iván (Ma. Inés Roqué, 2000), más personal, cuestiona las vidas de quienes optaron por la militancia. Su padre, militante fundador del grupo Montoneros y dirigente de las FAR, fue asesinado en 1977. La carta que dirige a sus hijos cuando decide pasar a la clandestinidad, da pie al documental. Ella se detiene especialmente en la elección de su padre por la lucha armada.

Explicar esta ausencia, comprender los motivos y razones de la decisión que llevaron a su padre a la lucha armada, a separarse de la vida familiar, significando el abandono, el exilio y la pérdida de un padre para ella, la llevan a recorrer un camino de búsqueda y reconstrucción.

Procesos de tal relevancia y coyuntura no pueden permanecer más en silencio. El mundo es otro y las opciones e intereses por evitar estas lagunas históricas son más apremiantes que nunca. En el marco de los derechos humanos y las políticas contra la impunidad prevaleciente, es cada vez más evidente la importancia de producir y fomentar campañas de sensibilización enfocadas a reivindicar el papel esencial del medio audiovisual.

No en vano, desde la misma investigación y más allá de los medios, hay más y más personas preocupadas por comunicar los resultados de sus estudios, así como los procesos mismos, a través de este lenguaje y otros que han venido a enriquecerlo acortando distancias, compactando tiempos. El mundo de la red potencia las capacidades del mundo audiovisual predecesor a potenciales todavía insospechados.

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Las ventajas del lenguaje audiovisual para transmitir un tema como este son varias: tiene mucho más de visceral que de racional, retoma esos recovecos del alma de los protagonistas, desde ellos mismos, los documentos no se narran nada más, se exhiben, se muestran en vivo y a todo color, no solo a través de la letra.

La mirada está presente, como todo tiene una autoría, un punto de vista, pero no acapara, no se impone. La historia se deja contar, pasa frente a nosotros como frente a la cámara. Un estilo más bien observacional. Hay otros estilos. La autora opta por este como el más ad hoc al tema y momento histórico.

Los registros son contundentes por sí mismos, pero la forma de entretejerlos, de hilvanarlos con testimonios, imágenes de archivo, registros en campo, hacen un todo que no podría ser más que audiovisual. Este es el sino de la construcción de fuentes, que el documental revela de manera muy particular, como un vehículo de expresión que obliga a precisarlas, siempre. De otra forma no se logra la verosimilitud, carácter esencial de este tipo de expresión. La congruencia obliga y compromete. Nunca escapa a la ética.

El entramado de relatos que caracteriza a esta narrativa, permite informar a la vez que conmover, concientizar a la vez que sensibilizar, de manera muy particular. Hay segundos que pueden provocar un brinco de una tripa, que no pestañees, que dejes de respirar, y todo ello afecta nuestra forma de entender, aprender y opinar. De conocer y explicar, la esencia de la indagación.

En la España de los treintas, el Uruguay y la Argentina de los setentas, la Guatemala de los ochenta, y más, hasta el México de hoy, muchos son los desaparecidos por desenterrar, pero primero por reconocer y ubicar. La negación y el silencio son a los derechos humanos, lo que la sarna a la herida.

En Papá Iván, Ma. Inés quiso entender a su padre militante montonero, que optó por la clandestinidad, a costa de no ver más a su familia. Una forma de exilio asomó a su vida cuando apenas era una niña. Con La Palabra Desenterrada, Mary Ellen acompaña a Pablo Mateo en la búsqueda de los restos de su familia. El exilio lo alejó de todo, para regresar a Guatemala con la documentalista a cerrar también el duelo, veinte años después.

Virginia, con Las Manos en la Tierra, nos abre la puerta a esta lección de vida, a este ultimátum a la impunidad, que significa contar la historia que la historia no cuenta, pero que la memoria sí guarda. En ello el documental es especialista, su propia trayectoria lo evidencia. Falta mucho por historiar sobre él, de hecho la historia del documental está en pañales, más todavía en nuestra región. Tenemos más de un siglo de convivir con él, pero mucho aun por estudiar y aprender de este tipo de documento. Tal como un gesto de alumbramiento, aquí atestiguamos un modo de “hacer tangible” y, sobre todo, una derrota progresiva de los espacios de impunidad, que nunca más retrocederá.

Las Manos en la Tierra, Virginia Martínez, Uruguay, 2014, 51 minutos.
https://www.youtube.com/watch?v=n7Hv9-unG-o

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