Una vez capturados en “Guinea”, los esclavos llegaban a Sevilla, donde se los sometía a un meticuloso estudio médico, antes de venderlos en las subastas que tenían lugar en plazas públicas y desde donde se los distribuía a los centros urbanos españoles, mediterráneos y al Nuevo Mundo. Los esclavos eran una inversión económica y ornamento de prestigio para sus propietarios, que abarcaban todos los estratos sociales, desde la Corona, la nobleza y el clero, a los profesionales, comerciantes, campesinos y artesanos (que incluían pintores y escultores) (Cortés, 1989). La segunda característica que definía esta práctica hispana, es la clara distinción que existía entre siervo y esclavo en los documentos españoles de la época, donde la palabra “negro” era sinónimo de “esclavo” (Martín, 2005). La denominación de “esclavo” incluía una gama étnica variada, como la de los negros del centro y sur de África; los moriscos, que en su mayoría eran musulmanes cristianizados; los berberiscos y en menor grado, los judíos del norte de África. La tercera característica con respecto a la práctica esclavista europea, es la elevada concentración de esclavos en los centros urbanos de las Coronas de Castilla y Aragón, como también en Ciudad de México, permitiendo la creación de cofradías exclusivamente “negras”, dirigidas por libertos, que las consideraron su “nación de negros” (Cortés, 1989; Palmer, 1976; Flynn, 1989; Moreno, 1997; Blumenthal, 2005).
La representación visual de los afro-hispanos en España y Nueva España, no solo pone en evidencia el impacto del comercio esclavista y de la presencia negroafricana en estas sociedades, sino que además construye el imaginario social de la población esclava.
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Es el caso de la iconografía de la “Adoración de los reyes magos”, que se desarrolló originalmente en Alemania y Francia, introducida posteriormente en España hacia el 1470, para luego difundirse entre sus colonias, sobre todo americanas. En ella se puede observar que la imagen del rey negro Baltasar (Figura 1), está asociada con el Oriente, a través de la representación de un personaje exótico, estereotipado con turbante y plumas, que lo distancia de la realidad cotidiana de los “negros de Guinea” o esclavos africanos en España, Europa y el Nuevo Mundo (Devisse y Mollat, 1979). Los aspectos orientalistas de Baltasar, y de este cuadro novohispano o enconchado, se acentúan con el fondo dorado de la composición y el uso de la técnica oriental de conchas nacaradas aplicadas en el ropaje de los personajes, en la arquitectura de la escena y en el marco (Cruz y Cabello, 1997: 127).
La imagen orientalizada del rey africano en la escena de la Epifanía coexiste, en las iglesias de la península ibérica, con la del “moro” o “etíope” mutilado, muerto o vivo, de la leyenda religiosa del trasplante milagroso de la pierna negra, en la representación del “Milagro de los Santos Cosme y Damián”, conocida también como el “Milagro de la pierna negra” (González, 1973). Esta imagen muy difundida en España, donde se visualiza la pierna de un cadáver “moro” o “etíope” trasplantada en el cuerpo de un paciente europeo, que había caído “enfermo de un cáncer que al cabo de cierto tiempo le corroyó totalmente la carne de una de sus piernas” (Vorágine, 2001: 617), nos presenta el primer caso del blanqueamiento del cuerpo africano en suelo ibérico.
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