La
curación fue extensa y hubo largas horas de danzas
alrededor de la enferma, gritos para aumentar la pontencia
de la machi, además de conversaciones extendidas
con el espíritu que había producido el
kutran
.
A ratos éramos reprendidos por Sebastián
o por María H. debido a la baja en la intensidad
de la fuerza, debilitando la capacidad de lucha de la
machi, las mujeres también debíamos danzar
y gritar en nuestro lugar, como apoyo a la labor masculina.
No debíamos dejar nunca de estar atentos a las
instrucciones y necesidades de la machi, ella, sin detenerse
ni un instante, danzaba y oraba, conversando con el
espíritu que enfermaba a Mireya.
Su
cuerpo era examinado exhaustivamente, el sonido del
kultrún y las cascahuillas guiaban el reconocimiento
de cada parte del cuerpo: cabeza, cuello, pecho, espalda,
hombros, brazos, manos, vientre, piernas, rodillas,
pies y dedos, fueron auscultados por la curandera que
posaba su oído sobre ellos, mientras cantaba
y sonaba el kultrún.
Poco
a poco el diagnóstico se iba aclarando, las conversaciones
de la machi con el espíritu en ocasiones eran
intervenidas por la paciente que confirmaba síntomas,
experiencias, sueños, dolores y aflicciones.
También hijos e hijas agregaban datos a la machi,
respondiendo sus preguntas sobre el devenir de la enfermedad;
los problemas que había en la familia y su relación
con los padeceres de los que se quejaba Mireya
.