Toda
imagen, a su vez, nos hace pensar y siempre nos ofrece
algo para pensar: sea un pedazo de realidad
para roer, sea una pizca de imaginación
para soñar. “No basta pensar para ver:
la visión es un pensamiento condicionado”,
recordaba Merleau-Ponty (Merleau-Ponty, 1964:52). Roland
Barthes decía esas cosas con otras palabras.
Hablaba de Studium Punctum (Barthes, 1980).
Lo
que más nos desconcierta es cuando se atreve
a decir que la imagen – toda imagen - es uma “forma
que (se) piensa” (Arnheim, 1969;
Aumont, 1996; Godard, 1998; Dubois, 2004). La propuesta
es tanto más provocativa y compleja, en la medida
en que reivindica y llega a decir que, independientemente
de nosotros, las imágenes serían formas
que, entre ellas se comunican y dialogan. ¿Utopía
o verdadero desafio? Optamos, sin duda, por la segunda
hipótesis. Para responder mínimamente,
a tal interrogación, ofrecemos a continuación,
dos breves reflexiones. La primera, referente a un cuestionamiento
semejante que podríamos levantar con relación
a la escritura. La segunda, remitirá al modo
singular, con el cual Aby Warburg (1866-1929), historiador
de arte y fundador de la iconología moderna,
enfrentaba la cuestión del trabajo de la memoria
y organizaba su biblioteca en Hamburgo.
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En
lo tocante a la escritura, levantamos la siguiente pregunta:
¿por qué conferimos –sin reticencia
alguna - la organización de palabras
(por ejemplo: un sujeto, un adjetivo, un verbo, un pronombre
relativo, un complemento directo o indirecto, un gerundio
o un simple artículo...), en una frase
cualquiera, a una capacidad de ideación
(esto en cuanto posibilidad de suscitar un pensamiento
o “ideas”)? ¿Por qué deberíamos,
entonces, dudar de las potencialidades que los componentes
simbólicos de una o de varias imágenes,
al asociarse, tenderían a ofrecer ideaciones
de otro orden (en términos de formas, de trazos,
de colores, de movimientos, de vacíos, de relevos,
de interacciones, de otras puntuaciones simbólicas
y significativas)?.
En
cuanto a Aby Warburg, contemporáneo de Erwin
Panofsky, de Ernst Gombrich (Gombrich, 1970) y de Sigmund
Freud, concebía la memoria como un montaje en
constante acción y reacción. Era, para
él, más que un stock de conocimientos,
un principio operatorio y activo de organización,
de elaboración, de exploración y de comprensión
de las acciones humanas. La memoria era, para Warburg,
una especie de hipertexto, algo ya previsto por Borges
en su cuento El Aleph (1949) .
En su vasta biblioteca de Hamburgo – de forma
semi-esférica – Warburg organizaba las
centenas de libros que recibía anualmente
en una colección de cuestiones; es decir, de
memorias vivas.
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