En los finales de los
años del plomo las calles del viejo centro de Santiago, eran locales
de pasada para la masa de transeúntes. Era tolerada o mas bien vigilada
la presencia de locos, ciegos e inválidos, gente que no tenia a donde
ir y por misericordia tenia derecho de estar en las calles. Un comercio
informal a la vuelta del Mercado Central – Mapocho, de las iglesias
y de las estaciones de bus y metro, que resistió debido a la tradición
de esos puntos. El hecho de tocar un instrumento musical en la calle por
algunas monedas podría llevar a su ejecutante a la cárcel.
La calle era controlada. No estaban permitidas las manifestaciones ( aglomeraciones
), a excepción en algunos lugares, como la Plaza de Armas, en donde
la expresión artística y popular era permitida.
En
el transcurso de los años, con el establecimiento del régimen
democrático, los desempleados y desocupados paulatinamente pasan
a crecer en numero, circulando y ocupando espacios de las calles, por los
bares y caminos.
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Varios tipos de vendedores de cachureos, de cosas pequeñas, revistas
viejas y cosas aparentemente sin valor comienzan a instalarse por las calles
marginales, al borde del centro.
El tiempo pasa rápido y al final de los ’90 esta popularización
se multiplica, aparte de los viejos personajes surgen puestos ( kioscos
) de productos importados, cartoneros, cargadores, mendigos, limosneros
y un nuevo grupo de gente callejera recomponen el paisaje del viejo centro
de Santiago. Todavía se mantiene la sobriedad de siempre, en el estilo
de la arquitectura de la ciudad, el nuevo paisaje humano refleja una realidad
tercermundista que antes pasaba desapercibida.
Las
fotos, casi siempre están mediadas por una intención de aproximación,
van del puro documental - casual, al retrato conquistado y consentido. El
uso abusivo de los lentes angulares acaban por revelar la intención
de contextualizar al “hombre” en su medio ambiente urbano.
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