Más
allá de los clásicos y a la vez dispares sinónimos que
podemos encontrar también en los diccionarios para la palabra imagen,
y que van desde representación hasta copia, pasando
por símbolo, idea, figura, retrato, imitación,
modelo, reproducción, semejanza, metáfora y comparación,
propongo aquí por principio partir de la propuesta de abordar la imagen
como construcción; una construcción que significa, que expresa,
que comunica, y que, por tanto, debe ser interpretada. Como resultado de la
creación humana, la imagen responde tanto a capacidades innatas del
individuo como a capacidades aprendidas socialmente, de ahí la importancia
de analizarla por su valor histórico y epistémico.
Así como es una forma de expresión de las emociones, la imagen
también es una manifestación de la actividad intelectual (faceta
quizá mucho menos estudiada que la primera) y el estudio de estas manifestaciones
nos puede ayudar a entender los procesos sociales que analizamos, ya que constituyen
evidencias de una función intelectual tan compleja como es la capacidad
de abstracción.
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La imagen comunica a la vez acerca de lo que estuvo ahí y de maneras
de pensar, por lo que los registros que sobreviven materialmente se convierten
de inmediato en vestigios de posible interés para la investigación
social.
El documento visual: su caracterización
Si tomamos los postulados de Regis Debray, cabe considerar que “a diferencia
de otras épocas donde la imagen fue concebida como ídolo que fascinaba por su valor mágico (época que
cataloga como logosfera, ubicándola antes de la imprenta),
o como arte que genera placer por su valor artístico (época que cataloga como grafosfera, ubicándola antes
de la televisión), en nuestro tiempo, el cual cataloga como videosfera,
lo visual requiere distancia por su valor sociológico” (Debay,1994), tanto si estudiamos las imágenes que hoy se producen
como si hacemos una historia de ellas (Roca, 1999).
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