Carolina Odone  &  Marisol Palma


EL PUNTO DE PARTIDA
En el universo de documentos visuales de la fotografía fueguina, existen cuatro imágenes    (ver fotografías 1, 2, 3 y 4) que retratan la muerte de un selk’nam. Fueron tomadas, en 1886, durante el primer viaje de Julius Popper a la Isla Grande de Tierra del Fuego. Las imágenes presentan a un cadáver sobre una planicie cubierta de pastos y desprovista de árboles. El cuerpo, en las distintas tomas, está rodeado tanto de hombres armados y vestidos con uniformes militares, como de una estructura semicircular situada, en tres fotos, cerca del muerto.

Una primera observación estética de las fotografías permite decir que son los hombres armados los que dominan el conjunto visual, y el cadáver se subordina al relato del enfrentamiento que las fotografías cuentan. La desolación del paisaje, la escasa presencia de sangre en el cuerpo, y la inexistencia (aparente) de impactos o marcas de salida de proyectil en el cadáver, atenúanla violencia de  las imágenes, imprimiéndole a la exhibición de la muerte, un carácter frío, limpio.

 
 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

La Muerte Indígena
(Tierra del Fuego, 1886-1887)
.



Este trabajo trata sobre cuatro fotografías que fueron tomadas en 1886 en Tierra del Fuego por Julius Popper, y publicadas en álbumes en 1887 con pie de fotos específicos. Sabemos que estas imágenes son consideradas como “emblemáticas”, en el sentido que durante más de un siglo han circulado en distintos formatos visuales, junto a discursos escritos y expresiones de arte, la mayoría de los cuales las ha utilizado como emblemas visuales del genocidio selk’nam. Nuestra propuesta es hacer una microhistoria que considere la vida de las imágenes desde que salen a la luz pública hasta la muerte de su autor.

 



Autor: Carolina Odone & Marisol Palma
Historiadoras.

e -mail: carcar@chilesat.net , mpquyntay@hotmail.com





Revista Chilena de Antropología Visual - número 4 - Santiago, julio 2004 -
425/438 pp. - ISSN 0718-876x.
Rev. chil. antropol. vis.



 <<   Ô  >>
<<  Ô  >>
La pose de conquistador de Julius Popper ( ver fotografía 1), de pie mirando el cadáver, cual cazador que exhibe su trofeo, refuerza el carácter heroico de las fotografías.

Cada una de las fotografías, en uno de sus costados inferiores, tiene una inscripción que es un pequeño texto que asume un papel activo dentro del discurso visual: “un atleta fueguino” (etiqueta o pie de foto de la fotografía 1), “muerto en el terreno del honor” (etiqueta de la fotografía 4), “en medio de una lluvia de flechas” (etiqueta de la fotografía 3). Aquellas inscripciones refuerzan el carácter épico-heroico de las fotografías, y la muerte exhibe una estética en que “la realidad de la muerte [...] posee un sentido mayor que la vida, mayor y más frío”. ¿Es dable pensar que Julius compuso la estética de aquella serie visual para lograr un fin específico? ¿Retrató así la muerte indígena para situar al espectador en la posición de testigo ocular del enfrentamiento?.

Ciertos detalles de las fotografías, como las tomas del cuerpo y la ubicación del arco y las flechas en las manos del cadáver, indican que las fotografías no se tomaron en el mismo momento en que se produjo el enfrentamiento.
 
Por un lado, y respecto de la disposición del cadáver, las cuatro fotografías muestran ángulos distintos de éste. Por otro lado y respecto de las flechas, en las fotografías 1 y 2, el cadáver las sostiene con la mano derecha, mientras que en la fotografía 3, su mano no las porta, y en la fotografía 4 no se alcanzan a apreciar. Respecto del arco, el cadáver lo sostiene con la mano izquierda en tres de las fotografías (1, 2 y 3), pero, en la fotografía 4 el cadáver no tiene el arco en su mano izquierda. ¿Se trató de un montaje, y en qué sentido lo era? ¿Era también evidente que los hombres armados, estaban posando en el momento de las diversas tomas?.

Todas las preguntas que surgían al observar la serie visual llevaban a considerar la vida o biografía de las imágenes a partir del momento en que habían salido a la luz pública. Y al menos dos etapas podían distinguirse: la que se desarrolló durante la vida de su autor, y la que tuvo lugar después de la muerte de éste. A su vez otras historias se encontraban alrededor de las imágenes.


Una de ellas era el contexto de su producción, y otra era la circulación, edición y difusión de que habían sido objeto (Mason, 2002). En este trabajo sólo presentamos la biografía y microhistoria de la imágenes durante la vida de Julius Popper.

SOBRE EL CONTEXTO DE PRODUCCIÓN DE LAS IMÁGENES: EL AUTOR

Cuando Julius Popper llegó a Tierra del Fuego por primera vez tenía 29 años (1886). Había nacido en Rumania (1857) y, tempranamente, a la edad de diecisiete años, se trasladó a París para completar los estudios de ingeniería en minas que había iniciado en su ciudad natal, Bucarest. Una vez que concluyó su formación, viajó por diversos países. Finalmente se radicó en Nueva Orleáns donde trabajó en obras de ingeniería. Poco después viajó a Cuba, para participar en el trazado de la ciudad de La Habana. Luego se trasladó a México, y a Brasil. A esa altura, Julius Popper ya manejaba con fluidez varios idiomas, el español junto con el rumano, el idish, el francés, el alemán, el latín y el griego.

 
Además tenía estudios de fotografía, música y se había ejercitado en la disciplina de la esgrima.

Durante su estadía en Brasil, el ingeniero tuvo noticias acerca del descubrimiento de oro en el extremo sur argentino. No existía información clara sobre el hallazgo, y ello motivó en Popper el deseo de emprender viaje a la ciudad de Buenos Aires. A fines de 1885 el ingeniero ya estaba en la capital argentina. La información sobre Cabo Vírgenes era extraordinaria, y conmocionó a la sociedad de la época. No sólo a los que rápidamente querían hacer fortuna, pues “hasta los hombres de negocio, los corredores de bolsa y gente adinerada” se vieron estimulados por las posibilidades que se ofrecían en el fin del mundo.

En Buenos Aires se hablaba de Cabo Vírgenes como El Dorado Patagónico, y Julius Popper instalado en la capital, se relacionó con hombres importantes de la elite social bonaerense. ¿Cómo logró una vinculación tan precisa? ¿A qué se debió su rápida inserción social?.

Algunos opinan que su formación parisina, su estampa, el manejo de los idiomas, y su formación profesional fueron los motores de su vinculación. Otros opinan que su origen judío le abrió ciertas puertas. Algunos señalan que su pertenencia a la masonería permitió una vinculación tan exitosa, aunque también se afirma que Popper fue incorporado a una de las logias, dos años después de haber llegado a Buenos Aires, en 1887 (Lewin, 1974; Canclini, 1993). Otros opinan que llegó a la capital argentina en un momento clave, pues los hombres de negocio que querían explotar El Dorado Patagónico requerían de alguien que supiese “conocer a fondo todos los misteriosos valores que encierran el subsuelo, los placeres, los estratos, los aluviones, las vetas y la arenisca”.

En Buenos Aires, una importante empresa minera que se había constituido para explotar oro en Cabo Vírgenes, nombró a Popper como “su veedor”. Y con ese cargo se abocó a la tarea de organizar una expedición para inspeccionar, a nombre de la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sud, la zona de Cabo Vírgenes, travesía que emprendió a comienzos de 1886.

 
En terreno, el ingeniero inspeccionó lo que se denominaba la “Zanja a Pique”, lugar donde estaban los aluviones auríferos. Efectivamente existía el ansiado oro, sin embargo también habían otros buscadores de oro que en aquel momento poblaban la zona con sus campamentos. Popper comenzó a pensar que más al sur, incluso al otro lado del Estrecho de Magallanes, era muy posible la existencia de yacimientos auríferos puesto que la costa de aquellos territorios meridionales debería tener igual composición geológica a la costa ubicada al norte del Estrecho de Magallanes.

A su regreso de Cabo Vírgenes, y en Buenos Aires, Popper se propuso llegar a Isla Grande de Tierra del Fuego. Pero no sólo se planteó dicha incursión como una extensión de la búsqueda de explotación aurífera, sino que también como una expedición a una tierra enigmática, aquella que desde París el ya conocía a través de los mapas que se encontraban en la Biblioteca Nacional, y que acostumbraba revisar.

SOBRE EL CONTEXTO DE PRODUCCIÓN DE LAS IMÁGENES: EL VIAJE AL INTERIOR FUEGUINO

A comienzos de septiembre de 1886, Julius Popper estaba en condiciones de iniciar el viaje a territorio fueguino. Contaba con el apoyo de grandes amigos, además del respaldo de la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sud. Pero, el ingeniero no viajaba hacia un territorio cualquiera; debía internarse en una región donde no existía presencia del hombre blanco, de “lo civilizado”. Para ello, y durante el mes de agosto había informado a los ministerios del Interior y de Guerra y Marina que había “organizado una expedición para explorar desde el punto de vista científico la Tierra del Fuego, debiendo formar parte de ella el ingeniero en minas, don Julio Carlsson y quince particulares armados, en previsión de ataques de indios hostiles”. Pocos días después, recibió una respuesta afirmativa, y fue autorizado para iniciar la travesía.

La expedición zarpó hacia Montevideo, provista de mulas, caballos, arneses, carpas, víveres, armas e instrumental científico.

 
El próximo destino era el puerto chileno de Punta Arenas, donde la expedición desembarcó el 17 de septiembre, ciudad que estaba de fiesta con motivo de la llegada de un nuevo presidente al gobierno del país, José Manuel Balmaceda. El grupo expedicionario conformaba un compacto aunque reducido ejercito. Era un grupo de hombres armados, vestidos con uniforme militar y ataviados con gorras confeccionadas de piel. Esta guardia causó impresión no sólo por su atuendo, sino también por su notoria disciplina militar. En un terreno cercano al muelle de pasajeros, se levantó una gran carpa redonda y embanderada. A su lado, se levantaron otras carpas más pequeñas. Inmediatamente, Julius Popper y sus hombres se presentaron ante el gobernador de Punta Arenas para rendirle honores militares.

Tras permanecer algunos días en la ciudad, se embarcaron en un vapor que los trasladó hasta las costas de la Isla Grande. El primer campamento fue levantado en Bahía Porvenir. Luego caminaron hasta la boca de Bahía Inútil.

427
428
429
430
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>

El paisaje iba apareciendo en toda su potencia y diversidad: valles cubiertos de pequeños arbustos, que se iban alternando con zonas pantanosas; áreas de pastos que dejaban luego a la vista altas barrancas o serranías, donde la nieve impedía una marcha más rápida. Cercano a la Bahía Inútil, el bosque casi impenetrable marcaba el paisaje, y fue necesario utilizar hachas para abrirse camino. Luego tomaron rumbo hacia el nord-este, y poco a poco el paisaje fue transformándose en una gran pampa ondulada y desprovista de arbustos. El color gris-amarillento del pasto se extendía sin alteración, salvo por la existencia de zonas de cañadas compuestas de lagunas y charcos de agua, hasta la zona de Bahía San Sebastián. El grupo expedicionario descendió hacia el sur, hasta el actual Río Grande, atravesando un paisaje similar al ya encontrado, y luego regresó, cruzando la región norte de la Isla Grande, para   embarcarse   desde   territorio   chileno   hacia  Buenos
Aires.

La travesía no estuvo exenta de dificultades, y el diario de terreno que Julius Popper fue escribiendo a lo largo de los cuatro meses que duró la expedición, lo demostraba.

 

Prolijamente fue anotando sus observaciones; registró las temperaturas, la velocidad del viento; los acontecimientos que fueron sorteados por el grupo expedicionario, como la nieve que retrasaba la marcha; la pampa que se presentaba como un llano todo horadado por unos roedores llamados tucu-tucus, cuyas cuevas provocaban que los animales cargados se hundiesen en el terreno; los cólicos que sufrieron los hombres al beber agua salobre; las provisiones de alimentos que se fueron reduciendo. Julius Popper atravesó un paisaje que no dejó de sorprenderlo: la pampa le provocó una analogía con la melancolía y la desolación. A veces no veían ningún animal. A lo lejos, guanacos, otras veces divisaron zorros, y aves, sobre todo cercanas a las zonas de cañada o lagunas, como el flamenco, la bandurria, y el caiquén. Más de un menú de almuerzo se componía de la flora y fauna de aquel paisaje: “sopa de ápio a la salsa inglesa. Huevos de caiken al aceite de lobo marino. Chicephaga Magallánica salsa Worchestershire. Filet de guanaco al ápio fueguino. Café sin azúcar”.



SOBRE LA CIRCULACIÓN, EDICIÓN Y DIFUSIÓN DE LAS IMÁGENES

A comienzos de 1887, Julius Popper ya se encontraba en Buenos Aires decidido a ordenar sus materiales, transcribir su diario de terreno y revelar las cerca de 100 fotografías que había tomado durante la expedición con “una cámara plegable construida en madera, y adaptada para admitir placas de vidrio de 16,5 cm. x 21, 1 cm.”. Su objetivo era presentar sus resultados en el Instituto Geográfico Argentino.

El 5 de marzo, el Instituto estaba preparado para mostrar una exposición. Conformando un gran rectángulo, las paredes de tres de sus salas exhibían las fotografías que se habían obturado, las armas y utensilios indígenas recolectados y un mapa con el itinerario realizado. Además se había dispuesto una mesa con muestras de oro y otros minerales, y corteza del Drimys Winteri. El evento social, que reunió a lo más distinguido de la sociedad, tenía un orden claro: primero, los asistentes debían recorrer la muestra, y luego escuchar al conferencista.

 
Popper abrió su relato develando los misterios de una tierra enigmática, aún desconocida para el mundo civilizado. Para ello existían pruebas, no sólo un mapa, sino que vistas fotográficas que ilustraban a la audiencia los accidentes geográficos, el paisaje, la marcha por la nieve, el bautizo de los ríos, el trabajo con las bateas en busca de oro, los acontecimientos diarios y pequeños de los hombres internados en un territorio desconocido. Los asistentes escuchaban atentos. Quizás el momento más sublime fue cuando el explorador narró sus encuentros con los selk’nam, habitantes originarios de la Isla Grande, y los intentos de tomar contacto y fotografiarlos. Relató que sus aproximaciones habían sido cautelosas. Contó cuando un día corrían tras un guanaco y, de pronto, se hallaron frente a un grupo de 80 indígenas. Apenas vistos, una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Los hombres desmontaron de sus caballos y contestaron con sus Winchester. Dos indios quedaron muertos.


Popper enfatizó que el enfrentamiento se había desencadenado tras una ofensiva indígena y que sus hombres habían actuado en defensa propia. Las fotografías lo ilustraban: un hombre muerto sobre un terreno agreste, a su lado y detrás hombres armados y vestidos con uniformes militares. Popper se presentaba a sí mismo como una especie de héroe que saliendo victorioso de una arriesgada aventura que casi le cuesta la vida, exhibía los trofeos de guerra de un lugar semidesconocido y semisalvaje .

También a Popper le interesó exhibir los resultados de su expedición, pero en otro formato, el del álbum fotográfico. Confeccionó una serie de álbumes que contenían reproducciones en sepia de las fotografías obturadas durante la expedición. Entre ellas se encontraban aquellas fotografías que exhibían la muerte indígena. Uno de los álbumes, forrado en piel de foca de dos pelos, fue obsequiado al presidente de la República Argentina, Miguel Juárez Celman, con el título, Tierra del Fuego. Expedición Popper. Contenía una selección de ochenta y cuatro reproducciones en sepia, editadas con títulos como pies de fotos .

 
Otro álbum fue regalado a Adolfo Dávila, director del periódico La Prensa, y por último, un tercer álbum fue obsequiado a Wenceslao   Escalante,  diputado   de  la  provincia  de  Entre
Ríos.


Las imágenes no fueron objeto de crítica ni de censura. Aquellos años eran duros para la supervivencia de los selk’nam en Tierra del Fuego (Argentina y Chile), ya que el asesinato de “indios salvajes” no sólo no era considerado un crimen, sino que resultaba ser una consecuencia natural del necesario proceso de conquista e incorporación de nuevos territorios. Las imágenes que se tomaron no eran instantáneas que registraban el acontecimiento armado en el mismo momento en que éste ocurrió. La tecnología de la época no lo permitía. Efectivamente, el enfrentamiento existió, pero las fotografías reconstruyeron lo que sucedió después. Es evidente que los hombres armados detrás del cadáver, estaban posando en el momento de las diversas tomas. El cadáver también fue dispuesto para la escena.


431
432
433
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>

Ellos eran los indígenas yaganes, habitantes originarios de la región del Cabo de Hornos. Pero sus palabras duras fueron también para los “indios blancos”, aquellos “arrojados de todos los países de Europa”, “los desertores, deportados, y bandidos de todas las razas” que, atraídos por el oro que existía en Tierra del Fuego, llegaban en busca de una ganancia rápida.

Por aquellos años también se había empeñado en organizar una expedición antártica que contaba con la autorización del gobierno argentino. El ingeniero comenzó a mirar hacia tierras más australes para inspeccionar las posibilidades económicas que ofrecía la región antártica, particularmente, las pieles de lobos marinos. También se encontraba atento a las noticias de Buenos Aires, pues esperaba autorización del Congreso Nacional a una ley especial que le concediera trescientas setenta y cinco mil hectáreas en Tierra del Fuego para explotarlas como estancia ganadera .

Pero nada de esto ocurrió. Julius Popper murió solo el 6 de junio de 1893 a las 11 de la mañana, en Buenos Aires, y en su casa situada en calle Tucumán 373.

 
Días después del entierro, ocurrido en el cementerio de La Recoleta, se designó un curador de los objetos personales existentes en su casa. El inventario contenía una enumeración de sus pertenencias, entre las que se contaban, una cigarrera de metal blanco, dos lapiceras (de marfil y de oro), dos guantes de esgrima, un peto y cuatro floretes. Libros de contabilidad, carteras de cuero, apuntes geográficos y etnológicos, papeles de música, tres libretas en blanco de cheques del Banco Inglés de Río de la Plata, algunos libros, manuales de viajero, sus proyectos y contratos, un microscopio, un reloj de níquel, y una serie de fotografías, todas relacionadas con Tierra del Fuego. El curador junto a un subcomisario de la policía se encargaron de guardar en valijas y baúles sellados las pertenencias del ingeniero, las que serían enviadas a su familia en Rumania (Lewin, 1974).

Mientras Julius Popper vivió, las imágenes exhibidas en 1887, circularon con vida propia, aunque dentro de los cauces controlados por su autor.




Un poco más lejos de este campamento se encontraba el lavadero propiamente tal.

En Tierra del Fuego, la vida de Julius Popper transcurrió no exenta de proteger las pertenencias auríferas y su explotación a costa incluso de la represión armada. Durante cerca de cuatro años (1887-1890), el ingeniero logró no solo controlar un sector productivo de la Isla Grande, sino que también concretar su dominio y soberanía. No extraña que las enemistades con Popper hayan sido múltiples, y originadas desde los primeros años de instalación en la región. Sus adversarios más potentes fueron los gobernadores de Tierra del Fuego, especialmente Félix. M. Paz, y su sucesor, Mario Cornero. Las querellas llegaron incluso hasta la ciudad capital. puesto que Popper era contrario a los procedimientos que utilizaban los gobernadores para conceder permisos de cateo a otros mineros.

Pero la vida de Julius Popper no sólo se concentró en la explotación del oro, y en defender su primacía en la región. Su personalidad lo llevaba a emprender siempre nuevos desafíos.

 
Por aquellos años realizó dos expediciones, en 1888 y 1890, que le permitieron recorrer el sector meridional de la Isla Grande. Al regreso de la segunda expedición, se puso fin a la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sud.

En 1891 el ingeniero viajó nuevamente a la capital argentina, pues el 25 de agosto debía dictar una conferencia en el Instituto Geográfico Argentino sobre sus expediciones al sector meridional de la Isla Grande, incluso más al sur. Aquella noche, el ingeniero relato los acontecimientos de las travesías, “siempre en guardia, arma en mano”, donde el grupo expedicionario estuvo apremiado por la viruela, y el frío extremo. Allí también se refirió al territorio y su naturaleza definiéndolo como un “grandioso espectáculo de la naturaleza, digno escenario de gigantes y tritones”, pero donde vivía “una raza de seres humanos, raquíticos, enjutos, mal configurados, que mueven en tierra pesadamente sus inestéticas articulaciones” .



Las fotografías justificaban la petición de Popper ante los ministerios del Interior, de Guerra y de Marina, de internarse con hombres armados en un territorio habitado por una “raza salvaje”; Y por otra, lo hacían aparecer como un héroe digno de aquella empresa. A mediados de 1887, Popper regresó a la Isla Grande como director técnico de la Compañía Anónima Lavaderos del Oro del Sud, en cuyas actas figuraban como socios accionistas personajes importantes del mundo comercial bonaerense de entonces. ¿Cómo logró Popper esta rápida ascensión? Se piensa que la conferencia dictada en el Instituto Geográfico Argentino provocó un aumento en la suscripción de acciones de la Compañía Anónima.

El objetivo era explotar los yacimientos de oro descubiertos en Bahía San Sebastián y sus alrededores, particularmente en El Páramo. Julius Popper inició la explotación y rápidamente se tuvo noticias de los resultados: el director lograba una producción diaria de medio kilo de oro. La noticia impulsó a otros hombres a querer trabajar en la zona que Popper controlaba.

 
Éste se movilizó, viajo a Buenos Aires, y logró, vía decreto gubernamental, contar con una comisaría en la zona de Bahía San Sebastián (1888) a cargo de su hermano Máximo, con una dotación de doce gendarmes. El ingeniero además ya había asegurado el transporte del metal a través de una flotilla (1887). Durante esos años, otra de sus acciones destacadas fue la de acuñar monedas (o medallas) de oro y emitir estampillas de correo. Ambas llevaban su nombre, la leyenda “Tierra del Fuego”, el signo de una estrella de cinco picos y los símbolos de los mineros: un picote y un martillo. Julius Popper era un poder dentro del poder.

Las instalaciones de El Páramo eran imponentes, pues se componían de un edificio destinado al personal administrativo, una torre que como un gran ojo vigilaba los cuatro puntos cardinales, un caserón con capacidad para 80 personas y destinado a alojar al personal, un almacén, un depósito, y una cocina.

436
435
434
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>
<<  Ô  >>

Los fines de dicha circulación fueron publicitar un informe de trabajo y vender un negocio. Las fotografías de indios se exhibieron en ese contexto: no fueron escondidas y rápidamente se hizo “público” su discurso visual. Igual cosa ocurrió con el discurso escrito, que fue enviado a sociedades geográficas, publicado en el Boletín del Instituto Geográfico Argentino, además de ser traducido al inglés y al francés. Durante la vida de Popper, el discurso visual y el discurso escrito se sustentaron el uno al otro, y la historia de ambos corrió de manera paralela.

La violencia de aquellas imágenes reside, en gran medida, en el discurso de época que representan. Después de hacerse fotografiar en pose de conquistador frente a su víctima, el segundo gran acto de violencia fue la exhibición de las imágenes en sociedad, y luego su difusión. Las fotografías no fueron objeto de crítica ni censura, sino que fueron un símbolo visual de una tarea que se consideraba necesaria realizar: limpiar aquellos territorios.

 
Al representar al “salvaje” abatido en circunstancias incuestionables, estas fotografías legitimaban el pleno derecho que tenía el hombre civilizado para despejar los territorios de la barbarie, más aún cuando representaban una amenaza para los intereses económicos.

Aquellas fotografías, dentro del universo de documentos visuales de la fotografía fueguina, fueron el espejo de algo que existía antes que ellas: la supresión y el exterminio. Con estas fotografías, la ética de la exclusión quedó inscrita como el precio justo y necesario de cualquier proceso de incorporación de territorios extremos habitados por poblaciones indígenas consideradas extremas. Desde la perspectiva de la construcción del indígena fueguino como sujeto histórico, consideramos que son documentos fundadores y fundacionales de una ética para con los fueguinos.

437
<<  Ô  >>

BIBLIOGRAFÍA

Bataille, Georges. Las lágrimas de Eros. Tusquets Editores. Barcelona. 1981.
Braun Menéndez, Armando. Pequeña Historia Fueguina. Ed. Francisco de Aguirre. Buenos Aires. 1971.
Canclini, Arnoldo; Julio Popper. Quijote del oro fueguino. Emecé Editores. Buenos Aires. 1993.
Gómez, Juan; Julio Popper. Un contradictorio personaje en nuestra Tierra del Fuego. Historia de la Fotografía. Memoria del 5° Congreso de Historia de la Fotografía en la Argentina. Buenos Aires, pp. 17-24. 1996.
Lewin, Boleslao; Popper. Un conquistador patagónico. Sus hazañas- Sus escritos. Ed. Candelabro. Buenos Aires. 1974.
Odone, Carolina y Palma, Marisol. La muerte exhibida: Fotografías de Julius Popper en Tierra del Fuego (1886-1887). En: 12 Miradas sobre los selknam, yaganes y kawesqar. C. Odone y P. Mason. (eds.) Taller Experimental Cuerpos Pintados. Santiago de Chile, pp. 263-314. 2003.
Mason, Peter. The Lives of Images. Reaktion. Londres. 2001.
Popper, Julius. Exploración de la Tierra del Fuego. Boletín del Instituto Geográfico Argentino, Cuaderno IV. Buenos Aires, pp. 1-24. 1887. (reproducida íntegramente en www.tierradelfuego.org.ar/museo/expedicion.htm)
Apuntes geográficos, etnológicos, estadísticos e industriales sobre la Tierra del Fuego. Boletín del Instituto Geográfico Argentino. Cuadernos VII y VIII. Buenos Aires, pp. 125-260, 1891.

   
<<  Ô  >>
438
426