SOBRE
LA CIRCULACIÓN, EDICIÓN Y DIFUSIÓN DE LAS IMÁGENES
A
comienzos de 1887, Julius Popper ya se encontraba en Buenos Aires decidido
a ordenar sus materiales, transcribir su diario de terreno y revelar las
cerca de 100 fotografías que había tomado durante la expedición
con “una cámara plegable construida en madera, y adaptada
para admitir placas de vidrio de 16,5 cm. x 21, 1 cm.”.
Su objetivo era presentar sus resultados en el Instituto Geográfico
Argentino.
El
5 de marzo, el Instituto estaba preparado para mostrar una exposición.
Conformando un gran rectángulo, las paredes de tres de sus salas
exhibían las fotografías que se habían obturado, las
armas y utensilios indígenas recolectados y un mapa con el itinerario
realizado. Además se había dispuesto una mesa con muestras
de oro y otros minerales, y corteza del Drimys Winteri. El evento
social, que reunió a lo más distinguido de la sociedad, tenía
un orden claro: primero, los asistentes debían recorrer la muestra,
y luego escuchar al conferencista.
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Popper abrió su relato develando los misterios de una tierra enigmática,
aún desconocida para el mundo civilizado. Para ello existían
pruebas, no sólo un mapa, sino que vistas fotográficas que ilustraban
a la audiencia los accidentes geográficos, el paisaje, la marcha por
la nieve, el bautizo de los ríos, el trabajo con las bateas en busca
de oro, los acontecimientos diarios y pequeños de los hombres internados
en un territorio desconocido. Los asistentes escuchaban atentos. Quizás
el momento más sublime fue cuando el explorador narró sus encuentros
con los selk’nam, habitantes originarios de la Isla Grande, y los intentos
de tomar contacto y fotografiarlos. Relató que sus aproximaciones habían
sido cautelosas. Contó cuando un día corrían tras un
guanaco y, de pronto, se hallaron frente a un grupo de 80 indígenas.
Apenas vistos, una lluvia de flechas cayó sobre ellos. Los hombres
desmontaron de sus caballos y contestaron con sus Winchester. Dos indios quedaron
muertos.
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