Los
cultos marianos y la religiosidad popular son parte fundamental de la cultura
latinoamericana, lo que ha sido trabajado en Chile por varios autores como
Pedro Morandé, Cristián Parker y Sonia Montecino. Ellos ponen acento
en la virgen que, ya sea por el impacto de la religión traída por los españoles,
o como una adaptación, adecuación de los que son los diferentes cultos representacionales
que tenían los pueblos originarios en América, se va constituyendo como
una figura muy importante. Se conoce la relación entre la Virgen María y
algunas divinidades como Tonatzin en México que se convierte en la Guadalupe,
o la Pachamama en el mundo andino también identificada con la figura de
María. Se hace una adecuación, se la identifica, se la transporta a lo que
son los credos, las creencias y las religiones particulares desde
el primer momento en que llega el culto mariano a América. Se ha convertido
así en un estandarte de identidad para millones de personas. María con todas
sus variaciones que, según planteo, sirven para hacerla más común y más
cercana a la gente, como representación colectiva que identifica no sólo
a los devotos por el mundo, sino también en una lógica identitaria totémica-
segmentaria, a aquellos devotos particulares en sus regiones y localidades.
Durkheim
analizó las representaciones colectivas que son símbolos compartidos que
la sociedad crea y cuya materialización es necesaria para que las personas
puedan incorporar los sentidos y la profundidad de cada representación.
De ahí que sea necesaria la eterna transformación y duplicación de la Virgen
María original. De esta manera se va volviendo más cotidiana y presenta
las experiencias de cada grupo, sirviendo de elemento material de identificación,
tal cual una bandera para una nación. Si por un lado la Virgen, por ser
única, es vínculo de unión entre muchas personas que son sus devotos, la
diferenciación advocacional le permite a su vez representar a algunas personas
de manera más específica.