Llegamos
a Pucalán y ahí está el Guillermo, le entregamos diez copias de La Reina para que reparta. Las mira feliz, se ríe con las fotos de la carátula, se
los muestra a la Rosa. Salimos, vamos a Ventanas a buscar a Quilama. Ahí
está el hombre con su voz potente y sus ojos encendidos. Quilama, querido
amigo.
La
roja se desliza hacia las montañas de Olmué, hacia el cerro El Roble, hacia
la cuesta de La Dormida. Hacia los cerros que veía desde la ventana de la
casa de Barros Arana allá en mi infancia quilpueína. La Campana y El Roble
dibujándose perfectos contra el cielo, blancos después de las tormentas.
Han pasado treinta años y aún veo los
relámpagos sobre ellos, han pasado treinta años y voy hacia ellos.
Quilama cuenta sobre la primera vez que
vino a cantar a Las Palmas y de ahí para adelante nunca dejó de venir.
Olmué. Quebrada Alvarado. Vamos a la
casa del Joni, alférez y aprendiz de Quilama. Ahí queda Quilama. Subirá a
la Las Palmas en la tarde, cuando amaine el calor. Seguimos, subimos, nos
instalamos al lado del Tomás del baile de la Quebrada. Comienza el encuentro
con los amigos, don Pedro Ahumada, don Gilo, don Telmo, los Prado, los caicainos,
el Guido, los palminos, don Lolo, a todos les vamos regalando copias de La
Reina. Guillermo va repartiendo feliz a unos y otros.
Los viejos reciben entusiasmados el video,
la noche ya es noche, el baile de Las Palmas comienza a sonar y a bajar hacia
la capilla. Cai cai comienza a vestirse, ya nos toca.