Christian Báez Allende

EL PODER DE LAS FOTOGRAFÍAS

    “...la imagen puede ser el vehículo de todos los poderes y de todas las vivencias. Aunque lo sea a su propia manera.” (Serge Gruzinski)

No quisiera contar otra de las innumerables historias de los encuentros y desencuentros de indígenas americanos y hombres blancos. Tampoco quisiera hablar de la violencia, muerte y extinción para los primeros. Y sin embargo lo es.

A pesar de ello, la necrofílica pasión del historiador, sabe dar presencia a la ausencia, sabe investir de documento las fotografías de fines del siglo XIX de los alakalufes o kaweskar, habitantes del extremo sur de América. Por la misteriosa alquimia de la fotografía estos hombres y mujeres del pasado –o sus fantasmas- retornan a la vida, previa mediación del que congeló el tiempo y el espacio. Ellos en sus canoas, nosotros en los barcos. Fotógrafos anónimos fueron creando un cuerpo iconográfico de estos encuentros esporádicos y fugaces, que confirmaban la negativa visión que de este pueblo navegante, comenzó a circular a partir de los primeros testimonios del siglo XVI.  Este trabajo es sólo una pequeña muestra de ello.


 
 
       
           
           
           
           
         
         
       


Reflejos de los Canales Australes: Fotografías de los Kaweskar a fines del siglo XIX.

Este trabajo pretende dar a conocer un conjunto de fotografías sobre los indígenas canoeros del extremo sur de América: los kaweskar o alacalufes, quienes han sido objeto de las más humillantes calificaciones y prejuicios. Estas fotografías dan cuenta de esta visión peyorativa y de las supuestas condiciones ambientales extremas a las que estaban sometidos. Los barcos que utilizaban la ruta de las aguas australes en su itinerario, hacían a los tripulantes obligados testigos del paso de las canoas y la evidente decadencia física y moral de los indígenas. El alcohol, el tabaco y la miseria que proyectaban al estar vestidos con andrajos de ropa, eran los responsables directos de esta visión.





Autor:
Christian Báez
Licenciado en Historia y Licenciado en Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile.
Egresado del Magister en Historia de América, Universidad de Santiago de Chile.

e-mail: baez@tutopia.com    baez_1968@hotmail.com




Revista Chilena de Antropología Visual - número 3 - Santiago, julio 2003 -
132/142 pp. - ISSN 0718-876x. Rev. chil.
antropol. vis.



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EL BARCO

“... el barco fue para nuestra civilización, desde el siglo XVI hasta nuestros días, a la vez, no sólo el mayor instrumento del desarrollo económico (...), sino también la mayor reserva de imaginación.” (Michel Foucault)

Tres décadas después del arribo de las carabelas colombinas a Centroamérica, los canoeros australes se enfrentan también a estos fragmentos flotantes de Europa. El barco “es la heteroutopía por excelencia”, señala Foucault. Al contrario de los espacios utópicos, que son emplazamientos irreales, las heteroutopías son espacios reales, palpables.

El barco, efectivamente, es un micromundo de su lugar de origen. Es un emplazamiento móvil. Está físicamente fuera de su sociedad, pero inmerso en los códigos de ella; en sus jerarquías, en sus costumbres, en sus grandezas y en sus bajezas.Transporta hombres vestidos, alimentos procesados. Representante de los avances tecnológicos, investido por el imperio de una ideología, este barco se enfrenta en los canales australes a su imagen antagónica: hombres desnudos, alimentándose con carne cruda, salvajes, "desprovistos de racionalidad" y navegando en pequeñas y frágiles canoas. Como si la tecnología fuera la piedra fundante de una sociedad humana civilizada, no se dudó en clasificar a los kaweskar como "primitivos".

“Ni siquiera los cerdos hubiesen querido probar su comida [carne de ballena podrida]”, señaló John Byron  en su fugaz encuentro con un grupo de kaweskar en la década de 1740. A esta incomprensión se van sumando otras que dan cuenta de la ausencia de un hogar fijo, la decoración corporal de los alacalufes, el hedor insoportable de sus cuerpos, inclusive la satanización de sus personas.

En fin, los prejuicios, los estereotipos y las dudas propias del hombre “civilizado” europeo sobre la condición humana de los indígenas americanos, se hizo extensiva al mundo de los canoeros australes.

Para los navegantes de los siglos XVI al XIX, que utilizaron la ruta del Estrecho de Magallanes, los indígenas en sus canoas sólo eran un accidente del paisaje. Elementos que venían a complementar las fantasías y los temores de los territorios por “civilizar”. Apariciones de un paisaje a menudo considerado hostil y en el que, sin embargo, vivieron hombres desde miles de años atrás.

Las fotografías de los kaweskar, verdaderos certificados de certezas y justificaciones, sólo fueron un suplemento a la demostración de lo escrito en estos siglos
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EL AVISTAMIENTO

   

"Las únicas palabras comprensibles para nosotros eran ‘galleta’ y ‘tabaco’"(Hans Henrich Brüning)

Durante cuatro siglos, la contemplación desde el barco de las pequeñas canoas despertó la curiosidad y el asombro de los navegantes que utilizaban el Estrecho de Magallanes. Tomando en cuenta que esta vía marítima sólo fue una zona de transición entre dos océanos, la fugacidad de estos avistamientos  impidió por mucho tiempo distinguir a los diferentes pueblos indígenas “fueguinos”.

                          

Es así como se fue tejiendo la alteridad extrema de los fueguinos, producto de imágenes fugaces, apariciones fortuitas, encuentros veloces de los barcos que pasaban y los indígenas que quedaban. Caníbales, gigantes, estúpidos, miserables. Nunca el término medio de la humanidad. Nunca la mirada horizontal.

La visión desde arriba del barco daba cuenta de hombres, mujeres y niños prácticamente desnudos, cubiertos por una pequeña capa que colgaba de los hombros. Su lengua era ininteligible,  sus movimientos extraños. El fuego siempre vivo en la canoa, exacerbaba la imaginación del observador: Canoas con fueguinos se acercan  al Galicia. Todos se parecen físicamente y aunque hay un viento frío y penetrante, están casi desnudos y sonrientes. Desde el barco reciben comida, ropa usada y tabaco, pero se niegan  a abordarlo cuando se les invita. Ofrecen pieles muy pobres y atados de bayas rojas.

                                         

La dinámica del trueque no fue la más equitativa entre los canoeros y navegantes; los primeros tenían muy poco que ofrecer, los segundos demasiado.

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A BORDO

   

“Más miserables aún parece el estado de estos infelices cubiertos apenas con pocos y sucios andrajos, residuos de una almilla o camisa, que no demuestran sentir la necesidad de repararse del frío ni de mejorar en algún modo su condición de vida, preocupándose sólo de saciar el hambre” (Alberto M. de Agostini S.S.)

El barco fue el lugar del rito civilizador por excelencia: vestir al indígena. El primer acto frente a esta alteridad desnuda, fue entregar camisas, abrigos, pantalones. ¿Simple adorno?, ¿Propio pudor?, las explicaciones siempre fueron todas y ninguna, una mezcla de repulsión, compasión e ironía marcaba este supremo acto de barbarie civilizada. Si bien es cierto que la principal justificación a esta actitud fue la de protección ante las inclemencias del tiempo, los alacalufes habían vivido de la misma manera por miles de años.

“Su aspecto es verdaderamente repugnante y digno de compasión y demuestra abiertamente la penuria y las privaciones de su vida errabunda y salvaje. Sobre el cuerpo mugriento y fétido con olor a grasa rancia, cuelgan ropas desgarradas y sucias, recibidas quién sabe cuanto tiempo hace de los pasajeros de alguna nave de paso por allí, que les dejan al descubierto las piernas enjutas y anquilosadas. Algunos llevan una almilla y una camisa y los más adelantados también pantalones, pero todo ello sucio y hecho jirones. La faz cobriza y aplastada, en la que brillan, entre dos pómulos prominentes, los ojos pequeños, llenos de astucia, queda oculta en gran parte por los desgreñados cabellos que, guarida de numerosos parásitos, les caen en largos mechones sobre la frente y el cuello.”

Los retratos fotográficos nos muestran el antes y el después, como si se quisiera demostrar el momento exacto de la incorporación del indígena a la “civilización”, como si no se quisiera dejar dudas acerca de las bondades de este acto. Todos miran, todos se ríen. Todos en cubierta disfrutan de la posibilidad de humanizar al desnudo, al desprovisto.

            

Sin embargo el mayor despojo fue este, el mostrar con la ropa el camino más corto a la miseria. La imagen más cercana que asocio al contemplar estas imágenes es la del mendigo. Y no ese mendigo romántico y asceta del medioevo, sino el mendigo de la modernidad, el paria. El que está siempre en el borde de la vida y la muerte. El que si desaparece nadie se daría cuenta, o nadie quiere darse cuenta.

La digna desnudez cotidiana es derrotada por la bondad cruel del acto del vestir.

EN EL ESTÓMAGO DEL GRAN PEZ

    “...y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches” (Jonás 1, 17)

Si en la cubierta del barco las fotografías nos muestran la fugaz presencia de los canoeros y la atónita mirada de los marinos, es notable la imagen de los alacalufes en el interior del barco.

¿Camarote?, ¿comedor?, no sé precisamente que lugar del barco es. La única certeza es mi propio asombro al contemplar las únicas fotografías que he visto de este tipo. Sin embargo ¿por qué razón estas imágenes del pasado me llaman tanto la atención?. No sé si me gustan o no. No sé si son buenas fotografías. Quizá los dos tipos de la ventana (ver foto 11), con las cortinas corridas, identifican precisamente mi propio voyerismo cultural. Mirar, observar y percibir la diferencia existente entre ellos y nosotros, entre esta alteridad extinguida y la mismicidad sobreviviente.

 



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Bibliografía.

- De Agostini S.S, Alberto M. 1945. Andes Patagónicos (viajes de exploración a la cordillera Patagónica austral), Buenos Aires.
- Foucault, Michel. 1967. Espacios Otros, conferencia pronunciada el 14 de marzo de 1967, París.
- Gusinde, Martin. 1991. Los Indios de Tierra del Fuego, Los Halakwulup, tomo III, vol.1, Centro Argentino de Etnologia Americana,   Buenos Aires.
- Gruzinski, Serge. 1995. La Guerra de las Imágenes (de Cristóbal Colón a Blade Runner, 1492-2019),Fondo de Cultura Económica,   México
- Museo Histórico Nacional y DIBAM. 1992. Reportaje a Chile, Dibujos de Melton Prior y Crónicas de The Illustrated London News, 1889-  1891, Santiago.
- Raddatz, Corinna. 1990. Documentos fotográficos del norte del Perú de Hans Heinreich Brüning (1848-1923), edición del   Hamburgischen Museum für Volkerkunde con subsidio del Dpto. Cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores, Bonn, Hamburgo.


Lo más probable es que estos kaweskar fueran devueltos a sus canoas y su vida errante. Lo más probable es que hallan sido regurgitados por este gran pez que los tragó por un momento. Sin embargo ya no eran los mismos: tenían ropa, fósforos, tabaco, galletas, cuchillos, alcohol, sífilis, sarampión y otras “bondades de la civilización”.

Hacia 1902 Martin Conway señaló lo siguiente respecto a los alacalufes: “... todos los intentos por elevarlos a la escala de la civilización han fracasado. Como no pueden adaptarse a la constitución del mundo civilizado se han convertido rápidamente en una raza que disminuye y está condenada a desaparecer. Sólo los antropólogos los echarán de menos”. Los historiadores también, se podría agregar.

Son demasiados los testimonios de genocidios y extinción directa e indirecta de un pueblo. Son muchas las crónicas que hablan de la crueldad de los civilizados frente al salvaje. La historia de los kaweskar no es una excepción a esta regla. Es un pequeño eslabón más en la cadena de vida y muerte. Y quienes fijaron en las fotografías estos momentos, para bien o mal, fueron los testigos presenciales de este drama.

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