Se trata por lo
tanto, de la folcklorización del espacio público, que caracteriza
tanto a periodistas, como a un número variado de fotógrafos
independientes, estudiantes universitarios y artistas.
Estas
dos miradas, se caracterizan por negar la particular identidad del sujeto
que se fotografía, sumergiéndolo en el simbolismo del conjunto
humano en el cual esta inserto. En el primer caso, el proceso de ocultamiento
de los sujetos, a través de la utilización de su propia
imagen es especialmente radical. Allí lo que importa es sintetizar
la idea del tránsito urbano en una serie de cuerpos en movimiento,
el destinario de la imagen, lejano espectador, es invitado a representarse
en un conjunto social, sintetizado en el dinamismo de la imagen. Esas
visiones de seres anónimos, siempre móviles, reservados,
sin capacidad de hacerse reconocer, sirve de contenedor a mensajes cargados
de mensajes dirigidos al control social.
En el segundo caso, el proceso es mucho más ingenuo. Allí
se rescatan personajes concretos, voces, sonidos, las imágenes
complementan alguna entrevista. Sin embargo los sujetos continúan,
siendo fotografiados con el fin de someterse a un mensaje, la heteregoneidad
de expresiones sociales que sintetizan el poder evocador del Paseo Ahumada.
La diferencia fundamental es que el ojo no está puesto en los transeúntes,
sino que hay una atención a la heterogeneidad de grupos y colectivos,
trabajadores de distinto tipo, activistas étnicos o políticos,
actores de encuentros y relaciones típicas, difusas e interactuando
con la multitud en tránsito.
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Esta
manipulación, intencionada o inocente, de cuerpos, miradas y rostros,
en función de la construcción de un símbolo, de una
representación social, se hace sentir en el contacto directo con
los transeúntes. La incursión del etnográfo cámara
en mano, no pasa inadvertida. Enfrentados al lente, la mayor parte de
los transeúntes y ocupantes cubren sus rostros y niegan el permiso
a ser fotografiados. Existe de hecho, una discriminación respecto
de que tipo de cámara se acepta. La televisión por lo general
tiene pasada libre a todos los rostros, los peatones se acercan de refilón
detrás del entrevistado, los evangélicos la enfrentan micrófono
en mano, interpelando al telespectador. La cámara de televisión
es asumida como un instrumento de validación social, un elemento
que permite expandir la propia presencia.
La
intervención de una cámara automática, de pequeño
formato por su parte, también es aceptada por la mayor parte de
los transeúntes, quienes pretenden ignorarla, mientras alzan levemente
la cabeza sin poder sentir la apertura del obturador. Una cámara
de gran tamaño, en cambio, en manos de un individuo x, es sensiblemente
rechazada por una gran parte de los transeúntes. Existen reacciones
de franco rechazo al fotógrafo, el evangélico, en vez de
enfrentarla, lo expulsa de antemano, el Mapuche grita ¡no somos
materia folklorica señores! y niega con la mano, quienes descansan
en las macetas se cubren el rostro, de modo de impedir que el "rapto"
de su imagen pueda llevarse a cabo.
En los casos en que se solicita permiso para obtener la fotografía,
la actitud cambia.
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