También, de paso, me escabullo del prestigio académico y de la autoría. En un mundo como el nuestro lleno de egos eso es lo que menos me importa. Importa que estos movimientos tengan un lugar de enunciación propio, controlado por ellos, pero sobretodo que tengan un lugar político. Porque obviamente no todo se reduce a las estéticas y las narrativas. Sería ingenuo pensar que allí se está transformando el mundo. Pero ambas son insumos poderosos. Francamente le tengo fobia a las mediaciones, pero sé que mi mediación esta allí. Soy productor, co-guionista, hago el montaje de las producciones de grupos étnicos, y, quien sepa editar, sabe que es una manera de inscribir su huella de autor. Sin embargo, aunque estoy mediando inevitablemente, intento siempre ser muy respetuoso y que esas mediaciones no alimenten el sistema de prestigios personales, ni catapulten por un asunto cultural del star system, a los autores por encima de la gente.
Teniendo en cuenta el interés que ha despertado en los últimos años este campo, sobre todo entre estudiantes universitarios, ¿Cómo ves el futuro de la antropología visual en Colombia?, ¿Hacia dónde crees que pueda proyectarse?
En el sentido más tradicional de la definición, la antropología visual tiene una deuda enorme en Colombia. Aquí todavía no hay derroteros claros. La misma emergencia del video indígena podría ser un objeto de investigación para la antropología visual: