Sobre la Antropología Visual Mexicana. Entrevista con Antonio Zirión.
Gastón Carreño

Antonio Zirión se ha convertido en los últimos años en uno de los referentes de la Antropología Visual mexicana, no sólo desde su trabajo docente en la Universidad Autómoma Metropolitana, sino también a través de la creación de Homovidens y Etnoscopio, colectivos dedicados a la producción audiovisual y la gestión cultural, respectivamente. Destaca dentro de su producción el hecho de que vincula en sus documentales tanto la Antropología Visual como la Antropología Urbana, ya sea en “Voces de la Guerrero” (2004) como en “Fuera de Foco” (2013), este último ganador del Premio al Mejor Documental en el 5º Festival do Filme Etnográfico Do Recife (Brasil). En cuanto a sus actividades de extensión, Antonio ha sido director de las Jornadas de Antropología Visual (www.antropologiavisual.com.mx), es curador de la muestra Cine entre Culturas dentro del festival DocsDF (www.docsdf.org) y programador de la Gira de Documentales AMBULANTE (www.ambulante.com.mx).

A través de esta entrevista, realizada en el marco de un Coloquio de Cine Etnográfico con sede en la UNAM, esperamos dar cuenta de algunas de las iniciativas que se están desarrollando en este país, lo que constituye un adelanto del número XXV de nuestra revista (junio 2015), dedicado justamente a la Antropología Visual mexicana.

 
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Imagen 01: Antonio Zirión.

Vamos a partir por la pregunta difícil; ¿cómo podrías caracterizar tú la Antropología Visual mexicana? ¿Cuáles han sido los soportes más utilizados? Sabemos que hay antecedentes en la fotografía a lo menos, y después en el cine, hasta llegar al video. Y por otro lado, ¿es factible afirmar que en esa caracterización de la Antropología Visual mexicana, ha predominado la representación o el trabajo con los temas indígenas?

Yo distingo por un lado la Antropología Visual como disciplina académica, cuya creación es relativamente reciente en todo el mundo, no solo en México. Acá tiene pocos años que empezó a través de algunos diplomados, seminarios, especialidades, cursos optativos de Antropología Visual en las universidades, etc. Pero como práctica, como conjunto de estrategias de representación o formas de expresión en torno a la diversidad cultural, la Antropología Visual mexicana tiene muchísimos años de existencia. Podríamos hablar del cine de la Revolución mexicana como un primer antecedente que documentaba episodios sociales y se adentraba en las costumbres y la vida de la gente. Hay una figura muy importante que apenas estamos redescubriendo, Miguel Covarrubias, que en la década de los treinta hizo registro cinematográfico en Bali, en el norte de África, en varios países, y también en el sur de México, con gran sensibilidad etnográfica. Él no era antropólogo, era un artista, caricaturista, escritor, y hasta ahora se está reconociendo el valor de su material fílmico; entonces podríamos considerarlo quizás un proto-cineasta etnográfico mexicano.
 
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Después hubo una vía muy institucional en la que se empezó a hacer cine como parte de una política indigenista, que trataba de aculturar a los grupos indígenas para sumarlos a un desarrollo nacional y se creía que la única manera en que podíamos progresar todos juntos como nación era que ellos abandonaran sus costumbres y sus tradiciones, aprendieran el español, y sólo así México podría ser un país próspero. Entonces hubo un organismo que se llamó DAPP, Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda, que financió muchas producciones cinematográficas sobre pueblos indígenas, con el objetivo de demostrar su atraso y las deficiencias que tenían, como argumentos para convencer al mundo y a ellos mismos de la necesidad de integrarlos al proceso de modernización nacional.

También hay una larga tradición de fotoperiodismo y de artistas visuales que realizaron trabajos sobre cuturas populares y grupos indígenas en la segunda mitad del siglo XX. Cineastas como Nicolás Echeverría, que desde una perspectiva más de creador, pero muy interesado por los rituales y por la ingesta de plantas psicotrópicas en diferentes grupos, hizo grandes documentales etnográficos, sin tener mayor pretensión antropológica. Estos autores independientes constribuyeron a consolidar una tradición, que si bien no tenía en ese momento el nombre de Antropología Visual, si hoy en día miramos para atrás, encontramos un invaluable legado del cual aún tenemos mucho mucho que aprender.



Por otro lado, tenemos la particularidad geográfica de estar tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos y, para bien o para mal, esto ha hecho que absorbamos muchas influencias norteamericanas, palpables en el terreno del cine y de la antropología. México recibió muchas ideas de la antropología postmoderna norteamericana, que a mi parecer es la corriente antropológica que permitió que la Antropología Visual encontrara un nicho en las universidades, y entonces en México, también por esa influencia norteamericana, empezamos a pensar en Antropología Visual hará unos 25 años.
             
Más adelante hubo una generación de antropólogos que salieron a formarse a otros países, principalmente a Inglaterra, al Granada Centre for Visual Antrhopology (Manchester), hablo por ejemplo de Carlos Flores, Alejandra Navarro, Axel Kölher o de mi propio caso, que al regresar a México empezaron a fundar dentro de sus universidades pequeños laboratorios o espacios de producción, formación, investigación en torno a la Antropología Visual. En estos años, yo creo que la Antropología Visual ha tenido que dar la batalla para ganarse un lugar digno dentro de las academias, y en eso se nos han ido mucho las energías. Creo que las iniciativas que existen hasta el momento han estado relativamente aisladas unas de otras, no se han tendido redes ni colaboraciones. Pero hasta hace unos pocos años empieza a haber más espíritu de cooperación y un interés por encontrarnos, conocernos y ayudarnos para dar la batalla conjunta; poco a poco comienza a haber mayor interacción entre los diferentes centros y espero que de ahora en adelante pueda florecer más la Antropología Visual en este país.

 
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Parece que tu respuesta reafirma la idea de que lo indígena ha sido el tema predominante de la Antropología Visual. Pero ¿qué pasa con la Antropología Urbana, es decir, las filmaciones en contextos urbanos? Algo habló Álvaro Vásquez en el coloquio de cómo el sujeto etnográfico urbano había sido descuidado desde nuestra disciplina, háblame un poco de eso.

En México, como en casi toda Latinoamérica, hay una tendencia hacia los estudios antropológicos sobre pueblos indígenas, que han sido los sujetos primordiales de toda la producción que hoy en día podemos considerar antropológica, desde la fotografía y el cine. La enorme diversidad étnica y riqueza cultural en México (hay al menos 56 etnias o grupos lingüísticos) hace de este país un verdadero paraíso para la exploración intercultural.

Pero paralelamente, a partir de la década de los setenta se gestó un movimiento de cine urbano independiente, animado por varios colectivos de estudiantes de cine, que no tenían un interés indígena ni tenían mayor vocación antropológica, pero sí estaban preocupados por la realidad y los fenómenos urbanos a su alrededor.


Había muchas producciones de cine en “súper 8” sobre tribus urbanas, grupos periféricos, subculturas de todo tipo, un material que apenas está siendo rescatado hace no muchos años. Álvaro Vásquez es, en efecto, el especialista en este cine urbano y los movimientos contraculturales de los años setenta y ochenta.

Por otro lado, en la UAM Iztapalapa hay un grupo de investigación muy fuerte sobre cultura urbana, encabezado por Nestor García Canclini, animado por una preocupación por hacer antropología no solamente en la ciudad sino antropología de la ciudad, o sea no solamente llevar a cabo investigaciones etnográficas en la metrópoli, sino también pensar a la ciudad de manera integral, abordar cuestiones macro sociales, pero combinadas con estudios micro. Tal como México es un país ideal para los estudios de corte indígena, la Ciudad de México es también un laboratorio de culturas urbanas fascinante.

Actualmente tengo varios alumnos que realizan estudios etnográficos con herramientas audiovisuales sobre nuevos fenómenos urbanos. Las generaciones más jóvenes están más abiertas a los formatos multimedia y a otras formas de hacer investigación etnografica, aprovechando los cambios tecnológicos. Esto parece apuntar a que la Antropología Urbana Audiovisual en México podría desarrollarse más en los próximos años.

 
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¿Cual crees tú que ha sido el papel del Instituto Nacional Indigenista en el registro de los pueblos indígenas? Porque a partir de lo que he estado revisando, en el contexto más bien latinoamericano, es una experiencia única en la región. Sin embargo, no lo veo muy bien situado desde el panorama de la Antropología Visual mexicana. Háblame un poco de eso.

El INI a finales de los años setenta y principios de los ochenta, comenzó a generar un Archivo Etnográfico Audiovisual que intentaba hacer registros de tradiciones con la lógica del salvamento, del rescate de culturas que están en peligro de extinción, lo cual me parece de por sí una premisa anacrónica y cuestionable, porque las culturas no se crean ni se destruyen, sino se transforman. Estaba motivado por una preocupación de salvaguardar el patrimonio cultural material e inmaterial de varios grupos humanos que estaban dejando de hablar su lengua, por ejemplo. Entonces se empezó a hacer un registro sistemático, sin la intención de hacer documentales, no había una lógica cinematográfica de hacer películas, sino de documentar y mantener ese material bien archivado, formar un acervo audiovisual que pudiera servir para futuras investigaciones antropológicas.

Después hubo un momento importante cuando algunos cineastas como por ejemplo Luis Lupone y Carlos Mendoza, fueron a París a formarse en los talleres Varan, una iniciativa de Jean Rouch para capacitar gente del tercer mundo para el registro de sus realidades.

Entonces recibieron esta influencia, algunos se la apropiaron, otros más bien la rechazaron, pero digamos que fue un parteaguas, un hito importante. A su regreso, Luis Lupone, empapado por las ideas que habían recogido en Francia, plantea la idea de hacer talleres de cine y video, y montar centros de videos en las comunidades y los pueblos indígenas, y así formaron este programa institucional de transferencia de medios, que en efecto es una experiencia única en Latinoamérica. Hubo una primera experiencia relativamente exitosa, en Oaxaca, en San Mateo del Mar, en donde Luis Lupone dio talleres a una organización de mujeres tejedoras huaves a las que precisamente escogieron porque en sus tejidos narraban y plasmaban sus historias de una manera muy visual. Entonces pensaron que esta capacidad metafórica o evocativa de sus telares podía también aprovecharse para hacer cine. De esta manera las capacitaron, les dieron unos talleres y hubo tres productos, de los cuales solamente se editó uno de Teófila Palafox que se llama La vida de una familia Ikoods”. Esta experiencia quizá no fue muy reconocida en su época, pero después poco a poco se ha ido apreciando su importancia.

Lamentablemente, por múltiples razones (burocracia, cambios de administración, falta de recursos) este programa no tuvo continuidad y después de que se formaron los primeros Centros de Video Indígena en Michoacán, en la península de Yucatán, en Oaxaca, se quedaron prácticamente abandonados.

 
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Aparentemente esta experiencia habría quedado truncada y habría sido un desperdicio, sin embargo, aunque el gobierno cortó estos programas, quedaron sembradas algunas semillas y a partir de esas experiencias de los Centros de Video Indígena, la gente que había estado involucrada en ellos empezó a formar colectivos independientes que hasta hoy en día siguen siendo muy productivos e importantes, como Ojo de Agua Comunicación en Oaxaca o los proyectos de video indígena en Chiapas o Michoacán, donde hubo grandes cineastas indígenas como Valente Soto. Así que sí hubo, aunque de manera indirecta, resultados positivos después de estas iniciativas gubernamentales del INI.

La pregunta que te voy a hacer ahora…un poco la adelantaste en tu respuesta anterior, pero me gustaría reordenarla de otra manera. Actualmente ¿cuál es el panorama de la Antropología Visual mexicana? ¿Cómo se vinculan los centros, instituciones de D.F. con las regiones? Y ¿cuáles son los temas que actualmente predominan en estos Centros de Antropología Visual, en estas instituciones que tienen o desarrollan la Antropología Visual?

En México, una de las iniciativas más antiguas es el Departamento de Medios Audiovisuales de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), que surgió con muchas ambiciones de ser un centro de producción, de investigación, pero poco a poco por cuestiones presupuestales se convirtió simplemene en un centro de administración del equipo audiovisual.

También hay un laboratorio de fotografía analógica, pues en la Escuela Nacional de Antropología e Historia la fotografía antropológica ha tenido un auge constante, gracias a varios talleres -y sobre todo- gracias a una de las iniciativas más antiguas y más consistentes que ha existido en México, que es el Concurso de Fotografía Antropológica, que se organiza desde hace unos 28 años y que ha premiado a grandes fotógrafos, que de una u otra manera se han vinculado con el mundo indígena, ya que sobre todo es un concurso que privilegia mucho los temas indígenas. Al frente de este Departamento ha estado por varios años Octavio Hernández, uno de los primeros antropólogos visuales en México, quien ante la falta de voluntad para insertar la Antropología Visual dentro de la malla curricular de la escuela, empezó a hacer diplomados, cada año o cada dos años, con profesores invitados de distintas universidades. Este dipomado ha representado el primer contacto con la Antropología Visual para varios de los investigadores que hoy la desarrollamos profesionalmente.

También hay un Laboratorio de Antropología Visual en la UAM-I, donde yo trabajo. Hace unos 10 años aproximadamente, gracias a la iniciativa del profesor Scott Robinson, de origen norteamericano, quien trabajaba en cine y además tenía también formación como antropólogo. Cuando llegó a México y entró a trabajar a la UAM, empezó a promover la Antropología Visual dentro de la escuela. Él es el fundador del Laboratorio de Antropología Visual, que ha pasado por muchísimas peripecias para llegar a constituirse y bueno todavía su status es incierto, no se sabe si es un espacio de docencia, de formación, de investigación o de producción, y en realidad no es nada, pero es un poco de todo.
 
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Aquí sucedió una historia bastante parecida a la de la ENAH: cuando se fundó el laboratorio, la primera vez que hubo recursos para equiparlo, se compró equipo Betacam de buena calidad en ese momento, pero que muy pronto se volvió obsoleto. Más allá de lo anecdótico, creo que ésta es una cuestión transversal y un enorme reto para todas las iniciativas académicas de Antropología Visual en el mundo. Es decir, ya que la Antropología Visual es una disciplina que depende tanto del desarrollo de la tecnología, ¿cómo equipar estos laboratorios de manera que el avance acelerado y avasallador de la tecnología no implique que se desperdicie la inversión? Desde que me incorporé a la UAM, en los últimos tres años, he tratado de desarrollar más la reflexión teórica, la docencia y la producción académica en torno a los diferentes problemas éticos, estéticos, políticos y epistemológicos relacionados con la Antropología Visual, así como fomentar un mejor conocimiento de su histioria. También intento fortalecer la Antropología Visual no sólo desde dentro de la academia, sino también a partir de la vinculación y gestión cultural, a través de una serie de iniciativas como festivales, coloquios, exposiciones, conferencias, etc.

Un centro importante es el el Laboratorio de Medios Audiovisuales para la Investigación Social (LAIS) en el Instituto Mora. Al frente de este laboratorio ha estado Lourdes Roca. Probablemente por el perfil de esta institución, que es un centro de investigaciones históricas principalmente, el trabajo del LAIS ha estado muy enfocado en generar acervos audiovisuales bien ordenados que permitan y faciliten el estudio de las imágenes como fuentes de investigación.

Entiendo lo que hacen como “Antropología de lo Visual”, es decir investigación a partir de imágenes, tomando la imagen como fuente, como material de investigación. Aunque también han producido algunos documentales interesantes sobre temas urbanos, principalmente sobre la historia de la ciudad de México.

Otra iniciativa que hay que mencionar es el Laboratorio Audiovisual del CIESAS (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social) que dirige Ricardo Pérez Montfort, un reconocido investigador, historiador del cine y de las culturas populares, que desde siempre ha tenido mucha cercanía con la producción cinematográfica, él mismo ha hecho documentales de corte histórico y ha rescatado archivos fílmicos olvidados de algunos estados de México. Durante dos o tres años este laboratorio mantuvo un seminario permanente que se llamaba “Las Ciencias Sociales en el Mundo Audiovisual”, a donde invitaban diversos especialistas a compartir sus trabajos con un grupo bastante nutrido de asistentes; ahí se formó un nicho que por muchos años era de los únicos espacios donde se podía discutir la conjunción de los Medios Audiovisuales y las Ciencias Sociales, y que a pesar estar en un centro de antropología, no se limitaba únicamente a la Antropología Visual, sino que también se abordaban cuestiones más cercanas a la sociología, a la historia u otras humanidades. Recientemente se acaba de publicar un libro con las memorias de ese seminario, que es una de las pocas publicaciones actuales que hay en México sobre lo visual y lo social.

 
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Aparte de estas iniciativas, que son las que más han durado a lo largo de los años, recientemente se han creado nuevos seminarios, laboratorios o grupos de investigación en otras instituciones. En el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM ahora hay un seminario permanente de Antropología Visual, que también funciona con la lógica de sesionar una vez al mes con invitados que presentan los avances de sus investigaciones. También hay un laboratorio multimedia en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, un laboratorio que trabaja sobre todo desde la perspectiva de la sociología política.

En suma y a grandes trazos, estas son las iniciativas que desde distintas universidades en la Ciudad de México actualmente están tratando de desarrollar y profesionalizar la Antropología Visual. Creo que el principal problema ha sido la desvinculación de las iniciativas, cada institución ha estado dando su lucha de manera aislada; pienso que el desarrollo de una Antropología Visual mexicana propiamente dicha tiene que pasar por la articulación de todas estas iniciativas y apenas estamos empezando este proceso. De hecho, la próxima semana hay un primer encuentro de los grupos académicos en torno a la Antropología Visual. Y si entre los espacios y laboratorios que existimos en el Distrito Federal -que ahora te los enumero y te los describo-, hay una incipiente comunicación, hacia los centros regionales la comunicación es prácticamente nula. Por eso fue tan importante en este Coloquio de Cine Etnográfico, traer gente de fuera, del norte y del sur, para conocerlos y que se conozcan entre ellos.

Ahora háblame de tu trabajo en Antropología Visual, que son bastantes y variados, y en ese sentido, partir tal vez por tu trabajo a nivel docente, investigación, lo que has hecho en realización y también destacar tu trabajo en la organización de festivales. No sé si en ese orden pero tal vez temáticamente.

Mejor te cuento cronológicamente cómo se fue dando todo. Cuando terminé la Licenciatura en Etnología en la ENAH, estaba haciendo una investigación sobre un barrio marginal en el centro de la Ciudad de México, que se llama "La soledad". Me interesaban particularmente las nuevas formas de religiosidad popular que estaban surgiendo, como el culto a la Santa Muerte. Éste es un barrio lleno de niños de la calle y prostitución, está cerca de La Merced que es la principal zona roja de la Ciudad de México. Desarrollé esa investigación a lo largo de dos años, que derivó en mi tesis de licenciatura que se llamó “Los hoyos negros urbanos”, que básicamente era una reflexión sobre la marginalidad y las subculturas en la ciudad.

En ese entonces me regalaron mi primera cámara fotográfica, una de las primeras digitales, y me la llevé al trabajo de campo. Empecé a tomar fotos, sobre todo retratos de los chicos callejeros, que después imprimía y les llevaba de regalo. Luego se me ocurrió hacer el experimento de pedirles que ellos las describieran, veían las fotos, hablaban sobre ellas y yo registraba sus testimonios.

 
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Eventualmente hice una pequeña exposición ahí mismo en el barrio, en las paredes de la iglesia, con esas fotografías acompañadas con las descripciones, para que los jóvenes sintieran que tenían algo que decirle a la gente, a sus vecinos.

Cuando estaba terminando esta tesis, dos amigos, Adrián Arce y Diego Rivera, regresaban de estudiar cine en Australia y Argentina, respectivamente, y estaban buscando un tema interesante para hacer un documental. Yo por mi parte tenía el tema bastante trabajado y la convicción de querer hacer algo más que una tesis escrita, pero no sabía nada de cine documental. Entonces decidimos unir fuerzas, formamos un colectivo que nombramos Homovidens, en clara alusión al libro de Giovanni Sartori, y nos dispusimos a hacer un documental sobre los chicos de la calle en el contexto del Día de Muertos, donde ellos le ponen ofrendas a sus amigos muertos, en las que incluyen, por ejemplo, las drogas que les gustaban, son ofrendas muy particulares y sobre eso queríamos hacer el documental. Pero como los chicos me conocían bien y había mucha confianza, literalmente nos arrebataron la cámara, la tomaron y empezaron a jugar con ella, a entrevistarse entre ellos, y cuando al final del día empezamos a ver todo el material filmado, nos percatamos de que lo que ellos habían grabado era mucho más interesante, mucho más rico y espontáneo que lo que nosotros queríamos decir.

Entonces con ese material armamos un primer corto documental de manera un tanto intuitiva y experimental, que se llamó “Chido mi Banda, Chido mi Barrio” (que era una frase que se decían mucho entre ellos), y cuando lo empezamos a mostrar nos dimos cuenta de que gustaba, que era algo diferente a lo demás y que aunque la factura no era tan buena, proyectaba una mirada muy fresca de un grupo cuyas voces y perspectivas jamás se habían tomado en cuenta.

Así nos percatamos de que esa estrategia de trabajo tenía muchísimo potencial, entonces decidimos replicar esa experiencia más a profundidad, de manera más sistemática y prolongada. Con aquel trabajo como antecedente buscamos financiamiento para impartir un taller de video y fotografía a niños de la calle en algún otro barrio y conseguimos con mucha suerte un financiamiento de la Fundación Bancomer, para dedicarnos de lleno por un año a capacitar a jóvenes callejeros para que registraran su día a día, y nosotros al mismo tiempo, documentamos este proceso de enseñanza-aprendizaje. El resultado fue el documental “Voces de la Guerrero”, que de verdad nos sorprendió la buena acogida que tuvo, ganando premios importantes como el José Rovirosa al Mejor Documental, otorgado por la UNAM, que nosotros francamente no nos esperábamos.


 
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Lo curioso es que hasta ese momento me di cuenta de que lo que estábamos haciendo se llamaba Antropología Visual. Comencé a estudiar un poco por mi cuenta y conocí la obra de Jean Rouch, así me di cuenta de que no estábamos descubriendo nada nuevo, sino que en realidad había ya una larga tradición, a la que nosotros llegamos de manera intuitiva, por una serie de casualidades. Investigando más supe que había algunas maestrías en Antropología Visual, principalmente en Inglaterra; sin pensarlo mucho envié mi solicitud y afortunadamente me aceptaron para hacer la maestría en Antropología Visual en el Granada Centre for Visual Anthropology de la Universidad de Manchester. Tras dos años de entrenamiento teórico-práctico para la producción de documentales etnográficos, a manera de tesis, hice un corto documental titulado “Últimas memorias vivas”, a partir de las memorias de varios ancianos que eran los últimos testigos presenciales de la erupción del volcán Paricutín, en Michoacán. A través de este documental me adentré por primera vez en el mundo indígena, particularmente con los purépechas, etnia que años más tarde abordaría nuevamente cuando hice otro documental sobre el terrible deterioro ambiental del Río Cupatitzio, “El río que canta”.

De regreso en México, durante cinco años realicé mi investigación doctoral en el Posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM-I, sobre la cultura de los albañiles y trabajadores de la construcción, abordando a la vez algunas cuestiones sobre desarrollo urbano.

Imagen 02: Poster de las Segundas Jornadas de Antropología Visual.

 
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Imagen 03: Poster de las IV Jornadas de Antropología Visual.

Paralelamente, como me parecía lamentable la poca difusión que tenían los trabajos de Antropología Visual, comencé a hacer labores de gestión y promoción cultural, me involucré en la coordinación de un evento llamado Jornadas de Antropología Visual, junto con otros compañeros interesados en el campo, también egresados de la ENAH. Estos eventos anuales que al principio tenían lugar en la ENAH, consistían casi siempre en una serie de exposiciones de foto, muestras de documental mexicano contemporáneo, mesas redondas, conferencias magistrales, talleres teórico-prácticos, etc. Durante siete años hicimos estas Jornadas por puro amor al arte, con escaso apoyo institucional, muchas veces poniendo recursos de nuestro propio bolsillo, pero era algo que realmente hacíamos con entrega.

Con el tiempo, para optimizar estas labores decidimos fundar un colectivo llamado Etnoscopio. Poco a poco fuimos creciendo, juntando apoyo de diferentes instituciones, nuestro público aumentó exponencialmente, eventualmente empezamos a hacer publicaciones, etc. Pero después, por muchas razones, dejamos de hacerlo en la ENAH, cambiaron las circunstancias, quisimos romper con el estatus estudiantil del evento, decidimos buscar alianzas más estratégicas para crecer más.

 
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Entonces nos vinculamos con el Centro de la Imagen para hacer las exposiciones de fotos, organizamos exhibiciones de fotógrafos antropológicos internacionales, como el brasileño Milton Guran, y también nos aliamos con el festival DocsDF para hacer la muestra de documentales, con sede en la Cineteca Nacional; así surgió el componente más importante de nuestra labor de gestión como colectivo, la muestra "Cine entre Culturas", en la que se programan hasta la fecha retrospectivas de grandes autores del cine etnográfico, como John Marshall, Jorge Prelorán, Robert Gardner, Kim Longinotto, o de colectivos de video indígena como Video en las Aldeas y Ojo de Agua.

Desde que terminé el doctorado y me incorporé como profesor al Departamento de Antropología de la UAM-I, en 2011, también he tenido más oportunidad de seguir organizando eventos académicos-culturales, de invitar gente, de organizar eventos. Por ejemplo, ahora soy uno de los coordinadores del Seminario de Cine Etnográfico (organizado entre la UAM y la UNAM). En la academia a veces es más fácil tener acceso a recursos, hay más posibilidad de invitar gente, de tender redes. Por otra parte, ahora también trabajo como programador en el Festival Ambulante, y eso también me ha permitido conectarme y tener mayor conocimiento del medio y de la producción contemporánea de cine documental, y creo que esto también enriquece la labor académica en esta disciplina.

Imagen 04: Retrospectiva Homenaje a Jorge Prelorán.

 
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Imagen 05: Retrospectiva de Robert Gardner.

En relación con los cursos que imparto, todos parten de la premisa de que la Antropología Visual no es nueva y que es necesario conocer su historia, reconocer la labor de los grandes pioneros, entonces básicamente son cursos de Historia del Cine Etnográfico, con diferentes escalas y enfoques ligeramente distintos. Empecé dando un curso de Orígenes del Cine Etnográfico a nivel mundial, desde Muybridge, Lumiere, Curtis, Faherty, etc. hasta Video Nas Aldeias e Isuma Igloolik Productions. Después diseñé un curso que se llama Cultura Audiovisual en América Latina, donde revisamos la cinematografía de distintos países de la región a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente.

También imparto otro curso que se llama Cine y Antropología en México, donde revisamos desde las primeras imágenes cinematográficas, el cine de la Revolución, hasta la producción contemporánea de no ficción en nuestro país. Y esos son los tres cursos que suelo impartir de manera constante en la universidad. Recientemente se abrió por primera vez en el Posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM una línea de investigación en Antropología Visual, de modo que también asesoro a los estudiantes que realizan una maestría o doctorado con una inclinación audiovisual.

 
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Hace un par de años encontré una oportunidad para realizar otro documental, financiado por "Alas y Raíces", el área de arte y cultura para niños del CONACULTA. Fuimos invitados a impartir un taller de cine y fotografía dentro de la cárcel para menores, y vimos la oportunidad de replicar más o menos la misma experiencia de “Voces de la Guerrero”, pero en otro contexto muy diferente. Nuevamente trabajé con mi compañero Adrian Arce, con el que ya había trabajado en anteriores proyectos. Así surgió el documental “Fuera de Foco” que recién se estrenó en algunos festivales, que ya hemos presentado en varios foros académicos en distintos países, y que recientemente recibió el Premio al Mejor Documental en el 5o Festival do Filme Etnográfico do Recife.

Y bueno, vamos cerrando con una pregunta de futuro, una mirada a futuro: ¿Qué caminos crees tú que debiéramos abrir para fortalecer la Antropología Visual Latinoamericana?

De entrada se necesita un reconocimiento más pleno de nuestra disciplina dentro de la academia. Es primordial que se reconozca la validez de la Antropología Visual no como una mera herramienta, como una técnica o una metodología o de investigación, sino como un paradigma alternativo, una forma diferente de entender y practicar la antropología.

Imagen 06: Afiche promocional del documental Fuera de Foco.

 
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Un primer paso fundamental es profesionalizar el medio, está muy bien que cada vez más artistas, fotógrafos o cineastas se acerquen a la antropología, o que los antropólogos empiecen a tomar fotos o video en el trabajo de campo, pero creo que hace falta una formación integral, tanto en las cuestiones prácticas de producción, como en los problemas conceptuales, teóricos, o en el conocimiento de la historia de la disciplina. Hay muchísima demanda, muchísimo interés por parte de las nuevas generaciones, pero lamentablemente hay muy pocos espacios a nivel latinoamericano donde se pueda recibir esta formación, por eso es que varias generaciones de antropólogos latinoamericanos han optado por salir a otros países a formarse. Sin duda hay grandes cineastas, muy buenos etnógrafos, o excelentes fotógrafos, pero aún hay carencia de profesores con una formación integral en Antropología Visual, lo cual es fundamental para crear eventualmente posgrados en Antropología Visual, con la infraestructura y los recursos humanos que esto requiere, para satisfacer la gran demanda de las nuevas generaciones.

El siguiente reto, por lo menos acá en México, es conectarnos, trabajar en red, construir vínculos, fomentar los intercambios académicos, hacer más coproducciones y eventos donde se difundan los productos de estas investigaciones. Habría que hacer un frente común de todas las iniciativas que hay en torno a la Antropología Visual, tanto a nivel mexicano como a una escala latinoamericana.

Es necesario conocernos mejor entre diferentes regiones y países, solamente así se alcanzará un mayor desarrollo de una Antropología Visual Latinoamericana, con problemas comunes y una identidad propia, distinta de la Antropología Visual europea o norteamericana, cuyo desarrollo responde a circunstancias y realidades muy distintas a la nuestra.







 

 

 



 
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