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Registrando la vida a un paso de la muerte.
 Claudio Mercado Muñoz

No me llamen por mi nombre
que mi nombre se acabó
llámenme la flor marchita
que en el árbol se secó

Desde hace 20 años que investigo la tradición oral. Movido por mi interés en la etnomusicología  me he centrado en las creencias y  rituales de comunidades campesinas de Chile central e indígenas del norte de Chile (Mercado, 1996, 1997, 2003, 2003a, 2005, 2007; Mercado y Galdames, 1997; Mercado y Silva, 2001, 2003, 2007). Este trabajo lo he realizado siempre registrando en video o en audio, cientos de horas. En esta oportunidad quiero hacer una reflexión sobre algo que me está sucediendo cada vez con más frecuencia: estar registrando a personas  que ya han emprendido su  carrera sin vuelta hacia la muerte. 

Cuando se investiga en profundidad y durante años en las mismas comunidades se van formando lazos de amistad que en algunos casos se vuelven profundos. De la investigación antropológica se pasa naturalmente a la amistad compartida durante años, el antropólogo va desapareciendo y se mantiene sencillamente la relación humana en que, creo, debe estar basada toda etnografía (Geertz, 1989).



Entonces pasan dos cosas, entre muchas otras, claro: se produce una relación de confianza en que el “filmado” está absolutamente dispuesto y quiere ser registrado en sus pensamientos y situaciones más intimas, consciente de que está dejando un legado para ser visto y escuchado por otros, ya sea en este mismo tiempo, ya sea en el futuro, cuando él ya no exista. Lo otro que sucede es que a partir de esa relación de amistad que se desarrolla se me quitan las ganas de estar registrando pues sólo quiero estar escuchando, aprendiendo, conversando, sin máquinas de por medio, o ya me he involucrado tanto en la tradición que estoy investigando que, o estoy cantando a lo divino con los cantores o estoy chineando con los chinos2.

Entonces aparece el compañero audiovisualista Gerardo Silva y él toma la responsabilidad de estar filmando todo lo que acontece en los terrenos. Pero luego ya han pasado más de diez años en que Gerardo ha cumplido esa obligación y se casa y vienen los críos y ya comienza a no poder salir  tanto a registrar el día a día. Si no estamos con un proyecto concreto de realización la cosa se pone más difícil. Entonces retomo la cámara y sigo registrando sin dejar de preguntarme ¿Debo registrar o simplemente vivir?

Reviso cintas filmadas allá en La Canela de Puchuncaví en el 2001, hace ya diez años. Aparece don Rutilio, viejo fantástico de más de 80 años, medio ciego y sordo y con una memoria privilegiada y la cabeza llena de versos.

 
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Ahí está don Rutilio hablando con Guillermo, mi compañero chino de Pucalán, que en ese proyecto hizo de etnógrafo. Con él nos fuimos a La Canela a hablar con los viejos y encontramos a don Rutilio. Sus familias se conocían y por ahí se largó la conversa, luego don Rutilio comenzó a decir versos y le dieron ganas de cantar “pero no tengo ná tocador”.

-Yo ando con la guitarra en la camioneta, don Rutilio, -le digo-
-Ah, ya, tráigala entonces ¿pero y la sabe tocar?
-veamos, po’.

Y me pongo a tocar y don Rutilio comienza a cantar un verso a lo divino y de ahí en adelante ya estamos muchas noches en su casa, dos velas encendidas entre las paredes de barro de su casa perdida en los cerros canelinos. Afuera el monte, la luna creciente, las estrellas, adentro don Rutilio, Guillermo, Gerardo, yo, la guitarra y los versos.

Ahora estoy en Pirque, en mi cerro, han pasado diez años y miro las cintas y ahí está don Rutilio, pero don Rutilio ya está muerto, de él sólo queda el recuerdo y estas grabaciones. Aquí está de nuevo su voz, su alegría, su rostro sonriente diciéndome “mire que toca bien la guitarra, se hace el hueoncito no más”.

Miro a don Rutilio luego de tantos años, él no puede verme ya.  Ahora canta una cueca en un primer plano hermoso que sostiene Gerardo. La mitad del rostro en luz de vela la otra mitad oscuro.

“Esa me la enseñaba mi mamá. Me le olvidan. Ustedes tienen la culpa que me estoy acordando. Éstas (grabaciones)  las llevan pa’ Pucalán, pa’ Los Maquis, pa’ allá me gustaría, allá me conocen re mucho”.

Don Rutilio está consciente que estas grabaciones son para que otros las vean, para que ahora, que se mueve poco, pueda viajar adentro de una cinta y aparecer en Pucalán y los Maquis cantando como hace 50 años. Y luego agrega, consciente también de su próximo fin: “y estoy viejo ya, el viejito se muere y queda un recuerdo”.

Luego se lanza  a contar de los tiempos de la conquista cuando llegaron los españoles y se encontraron con los indios en Puchuncaví, “Indios, habían indios y llegaron los españoles, le fueron buscando la buena a los indios”. La maravilla de la memoria, de la tradición oral transmitida generación en generación,  contando una historia que ocurrió a comienzos de 1600, hace más de 400 años. Aquí está don Rutilio recordándola, como si hubiera pasado ayer, y diciéndonos “eso me lo conversaba mi viejita a mí”.

La increíble posibilidad del audiovisual de registrar el habla, los movimientos, el gesto, el recuerdo, la memoria, los ojos que se mueven inquietos y sonríen aún cuando ya de ellos no queda nada, solo huesos en el cementerio de Puchuncaví (Portelli 1991).


 
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¿Qué filmo mientras filmo y sé que este hombre que filmo estará muerto dentro de poco tiempo? ¿Qué pretendo atrapar, qué pretendo aprehender en estas máquinas? ¿Los gestos, las palabras, la voz, el pensamiento de un hombre? ¿Las vivencias de alguien que dentro de poco ya no existirá?

¿Y qué decir de Honorio Quila, el más afamado poeta y cantor a lo divino de la zona central? Durante más de diez años lo iba a ver a su casa al final de Loyca Arriba, allá cerca de San Pedro de Melipilla y ahí me contaba su vida y cantaba y refería versos uno tras otro y me enseñaba toquíos y melodías pero nunca quiso que lo grabara, que hiciéramos un documental, un libro, un disco. Nunca.

Pero cuando llegó a los 90 años y se enfermó y se dio cuenta que moriría, me mandó llamar para que hiciéramos un libro. Y trabajamos durante seis meses, él postrado en cama con la mente ya perdida en una nube de ensoñaciones contándome fragmentos de su vida, yo con una grabadora de audio registrando sus conversas pues el pudor me impidió sacar la filmadora. Pensé que no era aquel Honorio, postrado y enfermo, el que debía quedar registrado visualmente.

En este caso la relación entre el  legado que estaba dejando y su próxima muerte era evidente. “Esto no lo dejemos en el libro” o “esto tiene que ir en el libro” me decía luego de contarme algún fragmento de sus pensamientos.

Imagen 1. Don Honorio, Loyca 2002. Autor desconocido.

 
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Imagen 2. Don Chosto. Foto Nicolás Piwonka.

Pero no voy a repetir aquí todo lo que escribí en ese libro, que además de la vida y obra del poeta, contada por él mismo, es una reflexión sobre el estar ahí conversando y registrando los últimos meses de vida de un poeta campesino.

¿En qué lugar humano me sitúo en esta investigación? ¿Cuál es el límite entre el investigador y la vida? Honorio me mira sonriendo desde su cama y me dice:

“No se puede tener trato
con las casadas mujeres
porque tienen el decir
no se puede, no se puede

No ve, todas esas cosas hay que meterlas en el libro pa’ que tengan conocimiento los demás, pa’ que la juventud, las nuevas generaciones (sepan)”
(Quila y Mercado, 2009: 48).

Y ahora estoy haciendo un libro sobre don Chosto Ulloa y Santos Rubio, los dos pilares del canto a lo divino y el guitarrón de Pirque. Don Chosto murió hace seis meses y tengo 40 horas de filmaciones de él. Conversaciones, cantos, enseñanzas, paseos a la cordillera, reflexiones. Filmaciones que se han convertido en un tesoro patrimonial. Santos está ahora con un cáncer terminal.  Ambos lo sabemos y apuramos el registro, trabajamos contra el tiempo. Tengo filmaciones de él durante diez años, pero ambos queremos más.

 
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Es la obsesión por el registro ¿Es realmente necesario intentar registrar todo, dejar en una cinta los fragmentos de la vida de los viejos sabios? Veo a don Rutilio y ya murió, escucho a Honorio y ya murió, veo a Chosto y ya murió, Santito está siendo llamado en esta hora.

Pienso y  me digo, es importante registrarlos, son parte de un mundo que desaparece con ellos, es un modo de entender el mundo, es pensar el mundo en décimas, es saber que el mundo es mucho más que lo que se ve y cantarlo en versos. Es una manera de pararse en el mundo que desaparece. El mundo se mueve sin parar y todo es cambio continuo, estos viejos campesinos que registro una y otra vez son fragmentos de un modo de vida. La flor y nata de los cantores, de gente que vivió en un sistema de pensamiento oral, donde la memoria es fundamental.  La mente llena de versos, el mundo de la preescritura, el mundo oral, las historias contadas y vueltas a contar (Gonzalez, 1992; Ong, 1993).

“A ver Santito, dígame algunas cuartetas, usté que sabe tantas.” Santos me mira sin ver, en silencio recorre su memoria y comienza

“Cuando el sol se está apagando
las aves emprenden vuelo
buscando sus dormideros
pasan por bandás volando

A ver, pero le voy a decir las menos conocidas para que queden en el libro, déjeme recordar las más encachadas, no vamos a poner las que ya se conocen”.

Imagen 3. Santos en mi casa. Foto Claudio Mercado.

 
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Santos sabe que el cáncer se lo está comiendo, aunque su ánimo está bueno y dice que es sólo una bajada de peso y no nombra la enfermedad y así la conjura,  lo tiene muy claro y sabe que este trabajo que estamos haciendo es seguramente el último. El libro de Santos y Chosto, los dos más hermosos pircanos. Honorio murió mientras preparábamos su libro, Chosto murió mientras planeábamos este proyecto, Santos morirá mientras hacemos el libro, Rutilio murió sin que hayamos editado su película.

Ya lo sé, sé que estas filmaciones son un patrimonio, sé, mientras filmo a Santito, que estos pueden ser sus últimos registros, siento, mientras hago foco y cambio el encuadre de su rostro, que tengo el privilegio de estar registrando este tesoro, que durante años hemos cultivado una amistad y una confianza que me permite estar ahora filmando limpiamente. En unos días más Santito no existirá, solo quedarán los registros. Aún podremos ver una y otra vez sus dedos sobre el guitarrón o su rostro feliz contando alguna historia. Cuando Santos muera morirá gran parte de la memoria pircana, de la historia oral pircana.

Registrar para el presente, registrar para el futuro. Cientos de horas de registro de los que hemos usado tan poco en los documentales. El material está aquí, es parte de la historia. Pasará a formar parte de los archivos. Fragmentos de los comienzos del siglo XXI, fragmentos de la historia pircana.

Voy yendo donde Santos, tengo un nudo en la garganta, la mirada más allá de los carteles del Metro, más allá de las conversaciones y del sonido del carro. Por mi mente pasan las imágenes de don Chosto en su cama, flaco, tan flaco esperando la muerte. Luego aparece el tío Quique, en los huesos mirándome ya entregado a la muerte. Luego Honorio. Los encuentros con los moribundo se suceden, es la ley de la vida, nos vamos haciendo viejos y la muerte se nos va acercando, primero acompañando a morir a los más viejos, luego muriendo nosotros mismos.

El último mes nos hemos estado viendo con Santos todas las semanas, trabajando en el libro, él hablando y yo filmando. Santos está lleno de planes. Quiere ver las grabaciones de don Chosto, quiere hacer segunda guitarra a las grabaciones de cuecas de don Chosto, quiere tocar un par de tonadas y sobre grabar guitarras, acordeón y arpa. Consigo un estudio de grabación con el Cristian Antoncich allá en Viña. Hablamos con Santos y quedamos que en diez días, cuando vuelva del norte, iremos a grabar. Me voy al norte por seis días con La Pichimuchina a tocar y dar charlas en Salamanca, Coquimbo, Ovalle, La Serena y Andacollo. Una joya. Cuando vuelvo Santito se ha venido abajo y está en cama, sin fuerzas, sin comer, la muerte acelerando su trabajo. Lo llamo y quedamos de vernos el miércoles. El miércoles lo llamo para ir y me dice que no tiene fuerzas, que lo dejemos para el viernes.  Su voz es un susurro por el teléfono.


 
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Imagen 4. Santos cantando a don Chosto en el cementerio.
Foto Colomba Elton.

Hoy es viernes y voy del Museo a su casa. El corazón apretado, los discos de su maestro Joaquín Cantillana recién sacados del Archivo de Musicología en la mochila, grabaciones del año 1964 que harán feliz a Santos. Sé que cualquiera de estas visitas puede ser la última.

La lucha entre las ganas de registrar todo lo posible y sólo estar con él, acompañarlo en sus último camino, conversar sin una máquina de por medio. El límite entre la obligación del registro patrimonial  y la vida simplemente es muy fino. ¿Cuándo parar de registrar?

En mi mente aparece Honorio en su cama de moribundo refiriendo verso tras verso, los ojos brillantes, la barba blanca, los fragmentos de sus 90 años pasando por su mente. Yo, privilegiado por quizás qué leyes, escucho y registro a los viejos sabios del campo.
Los viejos se están muriendo, nos estamos quedando solos.

Cuando Santos muera morirá con él la generación de guitarroneros pircanos del siglo pasado. Los que quedarán, Juan Pérez y Alfonso Rubio, ya tienen otra experiencia de vida, de códigos más urbanos.

Con Santito muere una manera de entender el mundo. Se acaban las historias contadas una y otra vez, la alegría de la palabra, la memoria privilegiada, las historias pircanas

 
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Entonces mientras puedo registro los últimos retazos de ese mundo.  ¿Para qué?  Tantas veces me he hecho esa pregunta y aquí voy una vez más, el trípode colgando del hombro, la mochila con la cámara y la grabadora de audio, los ojos semi cerrados recordando versos. Hace poco más de un mes fuimos a cantarle con Santos a Chosto en el cementerio. Ahora  tendremos que ir a dejar a Santos.

Registrar el mundo, intentar aprehender, capturar el mundo. Y el mundo siempre escapando, inaprensible (Taussig 2002).

El proyecto de ir a Andalucía a cantar a los pueblitos de la Sierra de Ronda, ya organizado y financiado en parte, quedará trunco. Era un viaje tan bonito: Santos, Juan Pérez, yo y mi filmadora. El encuentro con los trovadores campesinos andaluces, los conciertos, los talleres, las hermosas filmaciones que hubiera realizado. Nos faltaron un par de meses de vida.

Santito se está muriendo, eso es todo. Los planes que teníamos para el libro no podrán cumplirse, tendré que usar el  material que tengo, que es bastante. Santito se está muriendo y al diablo el registro, Santito se está muriendo y una tristeza infinita me aplasta. Tanta vida, tanta vida muerta. El mundo sin don Chosto y sin Santos es un mundo muy distinto.  Pirque quedará vacío, en silencio. La melancolía se ha sentado en mis labios. Desde el cerro El Alto al Purgatorio, del cerro Corazón a Los Azules, Pirque se está quedando huérfano.

Santito está muriendo. Nos conocimos hace más de diez años. Hemos pasado muchas horas juntos, cantando, conversando, planeando, haciendo, registrando, él contando, yo escuchando. Ahora tiene las horas contadas ¿debo seguir registrando, tratando de aprovechar sus últimos días, sabiendo que cuando Santos muera morirá un tesoro irrecuperable?

La vida con su rodar
en la muerte se convierte
y el agua de la vertiente
ya la vuelve a comenzar

Los versitos acuden a  mi mente uno tras otro, Santos le cantó a tantos angelitos y ahora se encontrará con ellos en el más allá. Escribo estas palabras un mes antes del Encuentro en la Cineteca, no puedo dejar de pensar que seguramente cuando presente estas palabras Santito ya habrá muerto.

Llego a Pirque, Santos está tendido en la cama, solo con el rostro al aire. Un gorro de lana blanca le cubre la cabeza, la cara tan flaca, hundida. Respira con dificultad, cada respiro es una queja. El cáncer le está comiendo el estómago, apenas consigue hablar.

Santito querido, te estás yendo, ya te vas. Aquel  espíritu rebosante de energía se ha apagado, aquel cuerpo lleno de materia se ha acabado.

 
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La ley de la vida, todo lo que nace muere.  Como cantan los alféreces de los bailes chinos “porque somos en esta vida, somos una sombra pará”.

Nos saludamos y me pregunta si traje  a Cantillana,
-Sí, aquí está, ¿lo escuchamos al tiro?
-Al tiro no más

Pongo el disco y me siento a su lado. El rostro inmóvil, de a ratos me parece que ha dejado de respirar. Es obvio que no sacaré la filmadora, no tiene ningún sentido, pero me interesa grabar los comentarios que supongo hará sobre Cantillana. Saco la grabadora de audio y la echo a andar.

Escuchamos y Santos hace mínimos comentarios, el gran conversador ha callado. Escuchamos las grabaciones hechas en 1964 y la voz se escucha clarita, como si Cantillana hubiera salido de su tumba y estuviera cantándole nuevamente a su alumno.  Aquí estoy registrando las impresiones de Santos sobre otros registros. La vida es un sinfín. Los registros de investigadores anteriores nos permiten escuchar nuevamente a los cantores antiguos, devolverlos a la vida. Recuerdo los ojos brillantes, la cara de asombro, el enmudecimiento de don Honorio cuando le llevé grabaciones que había encontrado en que él cantaba cincuenta años atrás.

Al tercer verso Santos sonríe y dice “este es el versito que quería escuchar, el de los santos en el cielo, este me lo sabía”, y se queda quieto escuchando. Luego de unos seis versos  me dice

- ¿quiere probar el guitarrón, Claudito?
- Ya po, -le digo,- claro que me gustaría.

El maestro Segundo se lo entregó hace una semana y me dijo por teléfono que había quedado muy bueno. Busco entre los siete u ocho estuches de instrumentos hasta que lo encuentro. Lo saco y comienzo a tocarlo, de verdad que está bonito y me lanzo a tocar la común y los adornos que me enseñó hace como un mes y de pronto Santito dice “ahí tiene que subir con la cuarta, en la quinta línea tiene que subir. ¿no se lo había dicho? No me había fijado que no lo hacía. Ya, toque no más, eso, ahí, así es la cosa”. El profesor aún no se apaga, siempre atento a las  mejoras de sus alumnos. Me lanzo a cantar un versito por Noé que me dio don Chosto con la cuarteta

El arca santa trabajó
Noé con segura guía
navegando noche y día
sobre las aguas pasó

 
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Don Chosto mi querido maestro, muerto hace ya seis meses, diez años junto a él, registrando, aprendiendo, cantando, conversando tardes enteras, mañanas de lluvia junto al brasero y siempre reflexionando sobre las escrituras, sobre los versos, sobre los espíritus y las visiones, sobre el significado de la vida y la muerte.

-Toma, llévate ese verso por Noé que es muy re bonito, yo no me lo aprendí nunca- me dice don Chosto-
-¿Y por qué me da estos versos don Chosto?
-Pa’ que los cantís cuando yo me muera pos Claudio, si nadie sabe estos versos, pa’ que cuando yo me haya muerto los cantís y te acordís de mí.
Y aquí lo estoy cantando a Santos, su querido amigo, con el que se encontrará pronto nuevamente. Quizás.

P.D. Estas reflexiones fueron escritas hace un año y medio. Santos murió en mayo del 2011. Es diciembre del 2012 y todavía no consigo terminar el libro de don Chosto y Santos. Está bien adelantado y está potente, pero necesita más tiempo. Estoy revisando 250 horas de filmaciones de los guitarroneros de Pirque, a partir de ellas estoy haciendo el libro.

Imagen 5. Don Chosto en su casa. Foto Claudio Mercado.

 
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Notas

1. Presentado en el Primer Encuentro sobre Cine Chileno. Cineteca Nacional. 2011.
2. Los bailes chinos son cofradías rituales de campesinos y pescadores que forman parte fundamental de la religiosidad popular de la zona central de Chile. 


Bibliografía

Geertz, Clifford.
1989. El antropólogo como autor. Paidós. Madrid.

González Alcantud, José.
1992. Historia y antropología: de la teoría a la metódica pasando por las fuentes. En Gazeta de Antropología, n. 9. Universidad de Granada. Granada, España. http://hdl.handle.net/10481/13660 (Visitado en marzo de 2012).

Mercado, Claudio
1996. Tiempo del verde, tiempo de lluvia. Carnaval en Aiquina. Lom Ediciones, Chimuchina Records.

1997. Pa que coman las almas. La muerte en el alto Loa. Lom Ediciones, Chimuchina Records.

2003. Con mi humilde devoción. Bailes Chinos de Chile central. Museo Chileno de Arte Precolombino y Banco Santander.
www.precolombino.cl/mods/biblioteca/pdf/publicacion.php?id=12


2005. Con mi flauta hasta la tumba. En Boletín del Museo Chileno de Arte
 Precolombino. Volumen X nº 2.
www.museoprecolombino.cl/es/biblioteca/pdf/bol10-2/art2.pdf

2007. De la guitarra grande al guitarrón amplificado. Una historia de 25 cuerdas.  En Revista Resonancias Nº 21. Instituto de Música. Facultad de Artes. Pontificia Universidad Católica de Chile.

Mercado, Claudio y Galdames, Luis.
1997. De todo el universo entero. Fondo Matta, Museo Chileno de Arte Precolombino. Santiago,Chile.
www.precolombino.cl/biblioteca/1997/12/27/de-todo-el-universo-entero-2/


Ong, Walter.
1993. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Fondo de Cultura Económica, Argentina.

Portelli, Alessandro.
1991. Lo que hace diferente a la historia oral. En La historia oral. Schwarzstein, Dora comp. Centro editor de América Latina. Buenos Aires, Argentina.

 
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Quila, Honorio y Mercado, Claudio.
2009. El sol cuando a mí me hablaba. Honorio Quila, poeta campesino. Chimuchina Records. Santiago, Chile.

Taussig, Michael.
2002. Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Grupo Editorial Norma. Bogotá, Colombia.

Filmografía

Mercado, Claudio. 1994. Con mi humilde devoción.
Mercado, Claudio. 2003a. Don Chosto Ulloa: Guitarronero de Pirque.
Mercado, Claudio y Silva, Gerardo. 2001. La Reina del Aconcagua.
Mercado, Claudio y Silva, Gerardo. 2003. Quilama, Entre el Cielo y el Mar.
Mercado, Claudio y Silva, Gerardo. 2007. Cantando me amaneciera.

 

 
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