Etnografías Visuales

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Iván Aguilera, Diego Planells & Wladimir Troncoso

Introducción

La siguiente etnografía visual fue desarrollada en Junquillar, a mediados de Junio del año 2008. Junquillar es una pequeña localidad perteneciente al pueblo de Putú, en la comuna de Constitución, ubicada a 114 km de Talca, en la Región del Maule. Geográficamente esta localidad se encuentra al límite de la planicie pluvial con la cordillera de la costa, por lo que su clima es costero, y debido a esto, se puede apreciar en su geografía, arenales y dunas entre bosques hasta llegar al océano pacífico.

Las etnografías intentan dar cuenta de realidades, grupos, costumbres, etc. Registros para su posterior análisis podríamos decir. En estas podemos encontrar en ciertas ocasiones esfuerzos por destacar lo visual –o audiovisual-, que refuerza al clásico escrito antropológico. En este artículo lo que intentamos es construir un relato mediante un registro visual -material fotográfico- y a partir de este, crear un texto, es decir, representar lo que la foto nos entrega, dialogarlo y narrarlo, siempre de manera fiel respecto a nuestra experiencia en terreno.

Junquillar, como muchos de los pueblos de la región del Maule, y de Chile, cuenta en su historia la intervención de los privados, alterando así su desarrollo y geografía -en este caso como un paisajismo sin creatividad- que afecta a la localidad tanto a nivel físico como social. Las actividades económicas de Junquillar evidencian con la parcelación y la reducción de suelos cultivables,  el cambio en la vida de campo, y el contraste que se forma entre los recuerdos de sus habitantes, y la realidad actual.



Ante este panorama, los habitantes de Junquillar han debido elaborar una serie de desvíos y alternativas para seguir conservando en parte su identidad como pueblo, y como no hacer referencia a estos cambios y procesos de aculturación sin mencionar las actividades que se mantienen desde generaciones y sus adaptaciones al contexto.

I.- Lo nuevo y lo viejo, un encuentro forzado entre las formas modernas y tradicionales de vida.

"...él, que nos lleva de ida, acercándonos a un mundo lejos del nuestro, alejándonos de nuestra suave vida cotidiana del ruido, de los conocidos, de lo que manejamos, de lo que conocemos, nos aleja de la teoría y nos acerca a la práctica, nos pone de frente a nuestros objetivos, pronto, paso a paso,  nos hace sumergirnos en aquel mundo que conocimos en la distancia, y que ahora, se nos muestra en frente, callado, esperando quizás contarnos su historia,  la de su gente. Quizás ellas mismas quieran mostrarse como participes. Nosotros por nuestra parte pretendemos que así lo hagan, buscamos su conocimiento… sus palabras, el camino que han recorrido en este lugar, creo que ya es hora de comenzar, caminamos y llegamos, esperemos que luego de hablar, ver, registrar y conocer logremos lo mismo; llegar".

 
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Figura 1.  Independencia. Calle Principal. Wladimir Troncoso. 2008.

Las calles se ven vivas a pesar de la muy común idea que se tiene sobre los pueblos escondidos. Junquillar nos muestra sus frutos, los hijos de los hijos de su tierra, aquellos que mantendrán en un futuro vivo su nombre, y que quizás mantengan aún lo que los viejos tanto han atesorado; la tradición de ser campesinos, el trabajar en la tierra, su tierra. Eso que hace ya años, cuando los viejos no eran viejos, se mostraba como una forma tradicional de vida y que ahora no es otra cosa más que otra manera de ocupar su tiempo libre. La mayor parte de su tiempo, devorado por las horas en aquellas máquinas, esas que llegaron hace ya tiempo. Esas por las que un árbol triturado vale mucho mas que un mes en la tierra trabajado, esas que hicieron valer mas la tierra vendida, que aquella que por años estuvo produciendo.

Son estas calles las que los han visto caminar y jugar, a los hijos de los hijos, y a los hijos de estos hijos, quienes pasaron de un pedregoso andar, a un liso y firme camino.

Las casas aún se mantienen. Habitantes estáticas del paisaje, que se suman a aquellas  cosas que aquí aún perduran. La aparición de lo nuevo, de aquello que nunca antes estuvo, no marca el rompimiento con aquello que siempre lo hizo -estar-. Lo viejo, la tradición de toda una vida, sumada a la tradición de muchas otras, conviven en su diferencia; una por su parte, nos muestra desgastada por el paso del tiempo, nos muestra aún firme su historia, reflejo fiel de todo un pueblo, que nos exhibe en barro las huellas todo lo vivido. Aquellos faroles que muchas noches iluminaron el camino de sus habitantes, ahora iluminan los recuerdos de quienes permanecen desde aquella época, de la señora Violeta, y sus recuerdos de niña, de risas, de llantos, de cómo era todo antes, cuando si era campo.

 
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Figura 2. Niños llegando de clases. Wladimir Troncoso. 2008.


Figura 3. Casa de adobe junto a cabaña. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Cuando los bosques eran diversos y autóctonos, no unos monótonos productos rentables, cuando aun la vida dependía del día a día en la tierra, del trabajo en ella, esa época mantienen, como una foto del pasado, aunque nos hable mil veces más de lo que sus mil palabras nos hablan, el recuerdo de Violeta, perdura en sus palabras, y perduran en su vieja casa, esta misma, la que ahora vemos junto a la de su hermano. Lo nuevo que trata de escribir su propia historia, encerrar en él sus propios recuerdos, mostrar como todo es ahora, la generalizada labor en los bosques, labor realizada para otros, dueños del monopolio maderero, recuerdos de un tiempo libre, que ya no es libre, si no el tiempo de mantener viejas tradiciones, pues sí, eso es lo que es hoy en día el trabajo en su tierra, una tradición que se mantiene, y no el trabajo que los mantiene.

Una y otra vez pasan los camiones, una y otra vez rompen el natural ruido de este lugar, como recordando cada cierto tiempo, que ya nada es como antes, como recordando que ahora la vida gira en torno a CELCO. Pasan indiferentes de la vida que aquí transcurre, de los hechos cotidianos de la vida aun presente, de este pueblo en su camino, que para ellos no es mas que eso, un camino… tantas veces pasan por acá, que incluso se han convertido en veloces amigos, saludados por un fugaz movimiento de brazos en respuesta al tronar de una bocina, tan cotidiano es su paso por el pueblo, que incluso nosotros, los recién llegados, nos acostumbramos a él.


Figura 4. Arado a yegua. Ivan Aguilera. 2008.

 
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Figura 5. Yunta de bueyes, calle independencia. Agélica Rojas. 1983. 

Tantas veces pasan, que es imposible sacar de nuestras cabezas todo el trabajo que lleva mantener estos bosques artificiales, trabajo que se extrae desde el interior de los pueblos como Junquillar, su gente es alejada de su tierra, para trabajar otras, que no son suyas, y cuyo producto jamás disfrutaran, perdieron ese privilegio, al aceptar el de un sueldo en dinero, fue raro ver gente trabajando en su campo, mas allá de un fin de semana o algún que otro día semanal por la tarde muy tarde, esa imagen que comúnmente evocamos al oír la palabra campesinos o campo, bueno, quizás aún quede algo de campo en este lugar, si acuñamos a este término una significación de ruralidad más que una relacionada con la que consideramos la forma tradicional de subsistencia, las antiguas calles de piedra que antes eran camino de yeguas trilleras, yuntas de bueyes, pueden seguir siendo las mismas -siguiendo nuestra idea de lo viejo y lo nuevo- pero a la vez ya no lo son, son camino para el progreso, y lo que viene con él,  para los camiones atiborrados en madera, aquella misma que ahora inunda la vista  y rodea el pueblo como una muralla verde que sentencia en el tiempo la vida de sus tierras. Fue agradable ver que ,al menos durante algunos días de la semana, la gente aun mantenga sus tradiciones, cultive sus campos, trabaje su tierra, el arado es el primer paso, destajar la tierra, y dejarla desnuda, abierta en si misma, gritando en silencio que aun esta ahí, que aun es querida, considerada y por sobre todo trabajada, son pocas hectáreas las que cada familia aun posee, pero son los retazos vivientes de un Junquillar que vive a ratos lo que antiguamente fue su vida diaria, esta tierra destajada, que CELCO no ha podido pisar es algo por lo que aun se sienten orgullosos, es por lo que aun se sienten junquillarinos, parte del pueblo, y aunque atados a las labores del bosque jamás se sentirán parte de ellos.

 
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Figura 6. Trabajador llegando de la poda. Wladimir Troncoso. 2008.


Figura 7. Abuela y nieto esperando al papá. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Figura 8. Huerto de coliflores. Diego Planells. 2008.

II.- El espacio geográfico es más que un plano a disposición de los caprichos del hombre. El espacio significa dependiendo de cómo se lo mire, de cómo se lo quiera entender. Para las ideologías dominantes, el espacio geográfico es una especie de contenedor de materias primas. Para los que viven de ella es muy distinto. En Junquillar este espacio ha sido modificado, a punta de bosques y de violencia maderera.

Las huertas se apilan claustrofóbicas. Se amontonan temerosas de lo nuevo. Esos pedazos de tierra que se elevan y los miran taciturnos. No se mueven, el viento no las cruzas, son muros. Estos nuevos vecinos de las plantas se amigan a la fuerza, no queda otra, es lo que se debe hacer frente al avance de los bosques. Los tiempos de los ancestros eran mejores, bueno todo tiempo pasado es mejor, dicen, cuando los muros solo separaban una habitación de otra. Ahora estamos acá, todos apilados, franqueados por los muros, obligados a crecer dentro de esta nueva geografía discontinua, interrumpida por la violencia de la propiedad privada. Este nuevo concepto de adueñarse de lo que nunca antes tuvo dueño. Las plantas no entienden, los muros tampoco. Nunca podrán entenderlo, es solo un juego de palabras. No piensan como nosotros, que afortunados” .

Hasta donde la mirada alcanza, los bosques se hacen presentes. Masas de materia prima que se amontonan, tal vez por el frío, tal vez por economía del espacio. Imponentes, inocentes, inofensivas. Se ven verdes, y después de todo el verde es vida, ¿no?, se ven hermosas desde donde se mire. Es (entre otros factores) esta visión del verde la que impide que la opinión pública se dé  cuenta de lo que realmente pasa con estos bosques, pero sobre todo con las personas que habitan cerca de ellos, que se transforman en satélites dependiendo directa o indirectamente de la producción maderera. Solo ellos, los que han sufrido la violencia de la madera, saben lo que es vivir del aserrar y del aserrín.

 
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Desde la llegada de CELCO, no solo el paisaje ha sido modificado. Las formas de vida tradicionales son solo mantenidas por algunos de los habitantes de Junquillar. Acá vemos aparecer a la figura del campesino de fin de semana. Mencionamos anteriormente como en la actualidad el tiempo dedicado al trabajo productivo campesino, esta relegado a lugares secundarios, como actividad de apoyo de la labor primaria, la que generalmente es el trabajo de obrero forestal. De esta manera podemos plantearnos (como mera hipótesis) una relación directa (y por qué no necesaria) entre la existencia de los “campesinos de fin de semana” (ahora CFS) y los bajos salarios que reciben los obreros forestales. Esto surge de una conversación con un informante, quien sin sutilezas de por medio nos dice: “si no trabajo en la tierra, no me alcanza para llegar a fin de mes con lo que pagan en la forestal”. Esto sumado a que este fenómeno (el del CFS) es bastante común entre quienes poseen un poco de tierra cultivable, nos hace pensar que este tipo de asalariado híbrido es necesario para la existencia de un sistema de explotación forestal como el que vemos en Junquillar.

Esta modificación geográfica (que tiene directa relación con el fenómeno de los CFS) se ve traducida en las nuevas disposiciones espaciales para el cultivo (y como esto puede ser evidenciado en solo una fotografía) que pueden ser fácilmente apreciadas por la existencia de murallas como límites para los cultivos. Al estar ahora confinadas a los espacios privados, como los patios, los nuevos límites vienen con esta nueva confinación. Las murallas son parte de las construcciones modernas, son claves en cómo entendemos los espacios privados, o incluso los públicos. Gracias a estos límites (o por causa de estos) podemos fácilmente identificar (en una lógica de la cuidad) lo que es mío, lo que no es mío, y lo que no cae dentro de la categoría de la propiedad privada.


Figura 9. Huerto. Diego Planells. 2008.

 
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Figura 10. Huerto. Diego Planells. 2008.

En esta imagen podemos ver claramente a lo que nos referimos con estos nuevos límites, estos límites forzados, los que dejan de ser límites tradicionales, como por ejemplo una cerca o un rió. Se ve la muralla en el fondo que rompe la continuidad acostumbrada en las plantaciones, en las imágenes del campo. Probablemente tras la muralla hay una calle, la casa del vecino; realmente no importa. La confinación de esta nueva disposición no permite una agricultura masiva, por lo que, así como el espacio, los productos que se cultivan han cambiado. El hacinamiento de los productores (y por que no también de los productos) es el nuevo paradigma. 

La imagen a continuación es una nueva muestra de este nuevo fenómeno, más bien, de esta nueva disposición forzada por la usurpación de los territorios tradicionales. Ahora los campesinos de fin de semana trabajan en su casa, adaptando su patio a las nuevas necesidades.

 
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Obligados (por la coerción de la necesidad) los obreros de la madera dedican su vida a lo que les permite subsistir. Todos los habitantes de Junquillar dependen directa o indirectamente de la mano de CELCO. Los tiempos del campo se regulan por los relojes de la industria. El reloj vuelve a demostrarnos su poder coercitivo, su capacidad reguladora.

¿Podemos llamar campesinos a estos nuevos hombres y mujeres? Nuestra respuesta es no. Bajo ninguno de los puntos de vista que definen al campesino (como un ente productivo o como el portador de un corpus de conocimiento) podemos incluir a estos obreros. Es cierto que aun mantienen los conocimientos, que Baraona llama el “corpus de conocimiento” (Baraona, 1986), pero este conocimiento es cada vez menos campesino. Si bastara con conocer como plantar repollos, o lechugas, habrían muchos más campesinos en Junquillar, o en cualquier otra parte de Chile. Hay que saber cómo y cuándo se deben hacer las actividades del campo. Y lamentablemente este conocimiento desaparece cuando no es usado. Es reemplazado por las tablas, los nudos de la madera, cómo plantar un pino, cómo cortarlo.  El conocimiento campesino es reemplazado por el de un obrero. Obrero que siente con mayor fuerza el poder del capital, que siente esta fuerza del anonimato de su enemigo. Esta relación con CELCO se hace aun más discontinua gracias a la presencia de los contratistas y los subcontratados.


Figura 11. Trabajadores Forestales. Diego Planells. 2008.

 
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Figura 12. Huerto abandonado. Wladimir Troncoso. 2008.

Ya todos sabemos (y los que no alguna noción deben tener del tema) el conflicto de los subcontratados, y cómo ellos ganan mucho menos que obreros contratados por la empresa para hacer lo mismo que ellos. Todos fuimos testigos de las imágenes que mostraban los medios de comunicación cuando los subcontratistas de CODELCO se levantaron en contra de lo que consideraban injusto. Acá la historia es más o menos parecida. La diferencia está en las hachas, en vez de las palas, explosivos y picotas, en la madera en vez del cobre. Estas diferencias no producen grandes cambios, las experiencias de los subcontratados son las mismas, independientes de qué se use para trabajar.

Escuchamos de boca de uno de los obreros cómo la empresa y los contratistas aplican políticas de terror a sus empleados. Todos son amedrentados, incluso con castigos físicos, si son sorprendidos hablando o intentando organizarse como sindicato.

Los subcontratistas ganan lo justo para vivir. Y las generaciones más jóvenes están dejando definitivamente de lado el trabajo en el campo.

Este desolador cuadro nos deja con poca esperanza de poder fotografiar una vez más las plantaciones de Junquillar.    

 
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III.  De los quehaceres, a los deberes. El Cambio de las actividades tradicionales tiene más de una razón, no es estética ni eventual sino la incorporación de un poderoso agente externo a la ecología tradicional.

“Ya no es como antes, no es una frase recurrente elegida al azar. Es el triste cliché que circula en el torrente sanguíneo de Junquillar. Es el lamento con el atisbo de esperanza plantado en la perpetuación del modo de vida, aunque sea en actividades cotidianas. ¿Qué más se puede filtrar del modo de vida que desea imponer CELCO?, Junquillar se cubre con un impermeable verde, y  nos ofrece lo mejor de cada uno. Hablemos de lo que queda y de lo que se fue y disfrutemos de una cazuela de ave, que eso es lo que nos gusta".

En todos lados ocurre lo mismo. No se siente la angustia de estar intentando luchar contra la corriente, pues Junquillar con el paso del tiempo va adaptando la fórmula con la cual se baten.

Condiciones adversas, un juego de otro plano que controlado por medio de dinero opera a corazón abierto en el lugar donde nacieron y crecieron personas que aun recuerdan haber vivido de otra forma. Pero el paso del tiempo parece estar de lado de quienes no mantienen ninguna forma de apego ni conveniencia fuera de lo material, y permite justificar la metamorfosis de los niveles medioambientales y culturales en pos del progreso.


Figura 13. Calentando agua. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Figura 14. Volviendo de pastar. Wladimir Troncoso. 2008.

Con el panorama que evoca a un agujero negro en lo que refiere a actividades económicas, al igual que en otros lados, se desplazan los modos de producción antiguos y se instalan a sus anchas los ricos, a producir a gran escala. Pero con este escenario no todo se puede derrumbar, no todo es canjeable ni puede ser desechado como si el peso de los años no pesara en la vida de quienes han trabajado la tierra desde generaciones anteriores.

Con la absorción de las forestales de la mano de obra campesina, irremediablemente se disminuyeron las horas de trabajo en el propio terreno y esa resistencia romántica pasó a un segundo plano, a las labores de casa, inevitablemente más recompensadas que la remuneración absurda de los forestales. El junquillarino pasó a ser un subcontratado sin derechos y en las sombras del amedrentamiento.

En todos lados ocurre lo mismo. La ley no es lo suficientemente astuta para restringir la avaricia, la codicia de quienes poseen los medios económicos. El sueldo nunca es calculado con buena intención, en todos lados ocurre lo mismo.

Las necesidades son muchas, el presupuesto es poco. Es menos.

 
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La reducción de los espacios se ha vivido y sentido en todos los habitantes de Junquillar. No es hacinamiento, pero es una limitación a las producciones masivas que permitían ingresos ligados a la calidad de la tierra y de las cosechas. La remuneración siempre fue buena. Fue buena hasta que se limitó a hectáreas que no permitieron el trigo, los chícharos, los porotos, y dieron paso bajo sus patronales arreglos a las plantaciones de papas, el secado de cebollas, la avena para forraje y así resta y sigue, suma y sigue.

Los animales también viven cambios en base a esto, y no es sino por la costumbre de quienes siguen las tradiciones de antaño que todavía se ven nobles bestias trabajando como en la memoria de sus dueños. Un par de vacas, caballos arando la tierra, ovejas laneras, chanchos en sus chiqueros. El abandono de los panales, y todos los instrumentos asociados a ellos nos indican que ya no es oportuna la elaboración de miel artesanal, ya no vale la pena el intento por potenciar productos sino para el propio hogar o bien en menor escala para el pueblo. En menor escala casi todo. Un museo en la historia del Maule.

Los animales domésticos y de corral mantienen menos violentado su espacio físico. Siempre puede un perro recorrer lo que su vigor le permita, siempre una gallina recorre hasta los límites de su grupo, aves de corral que no ambicionan la vida silvestre. En nuestra estadía no vivimos la excepción. Los perros no dejan de ser fieles anfitriones, y nos enseñan continuamente límites que ellos no respetan. Conocen a la gente y sus tierras, pero las tierras numerosas vacías de gente no tienen quien los ahuyente. Las gallinas por su parte no confían más que en la mano que les da de comer día a día.


Figura 15. Secado de cebollas. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Figura 16. Cerdos en chiquero. Wladimir Troncoso. 2008.


Figura 17. Panal abandonado. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Figura 18. Rex. Wladimir Troncoso. 2008.

No son los perros los únicos que reconocen su libertad en el terreno ajeno. Ellos saben y dejan claro cuan verde es su oro, no así las monedas de plata que ofrece ese tesoro que aun en la adversidad sigue dotando de alternativas para aprovechar, bienes que rescatar sin consultarle nada a nadie.

Es por eso que no deja de ser curioso que el límite de lo que es rentable para los insaciables, sea día a día la opción de unas monedas extras para los junquillarinos, la extracción segura de hongos del pino se realiza a diario, y en sus picudos horizontes es improbable que alguien quiera -y pueda, debido a la incapacidad de abarcar tanto territorio- restringir la extracción de éste.

 
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No conocimos en nuestra experiencia de campo quien utilizase con regularidad este inesperado fruto para consumo personal, pero de inversa manera consistió en la base de la dieta de los viajeros, y el quehacer oportuno y nunca menospreciado de quienes vendían cajas para exportar fuera de la región, fuera del país este subproducto fuera de los márgenes.

Esta actividad apareció frente a nosotros como una inesperada muestra de sincretismo contingente y efectivo para cerrar un círculo que no termina ni empieza en los forestales, sino en la tradición campesina, en el autoabastecimiento, en el confinamiento quizás del sustento propio, pero no de las posibilidades ofrecidas de una u otra manera por la tierra.


Figura 19. Central CELCO. Wladimir Troncoso. 2008.

 
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Figura 20. Casa de adobe y piedra laja. Wladimir Troncoso. 2008.

En todos lados ocurre lo mismo. El Río Maule es un testigo incansable de lo que ocurre en cada localidad, en sus alrededores, indistintamente se aferra de actividades imborrables por cualquier vía de violencia. Junquillar no es ni será la única localidad que sufre cambios, que es impedida del cauce al que apuntaban sus predecesores.

Ahora la migración se vive cotidianamente. Ahora pocos son los que no se mueven de Junquillar, no abandonan sus raíces, saben aguantar el azote de las condiciones impuestas, pero no sabrían aguantar la vida sin el escenario de su vida.

 
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IV. Los bosques, el gran sustento renegado, fuera de toda culpa, es la constante sombra que enfría a Junquillar, con este mar de verde se acentúa y se revive a cada minuto, la razón del por qué Junquillar ya no es la de antes.

Estamos aquí en el bosque, viendo lo que nunca vimos, lo que se nos entrega como primera imagen, un retrato in situ de la realidad que camina, ¿Cómo podríamos recuperar aquello que ya se perdió en el tiempo?, las imágenes de lo que fue, viven en la mente de los que aún son, de los que siguen en estas tierras, los que se niegan a abandonarla, los que han seguido su vida y han creado más vida, sus recuerdos orales, sus viejas fotos guardadas en cajas de metal, todo sirve a la hora de reconstruir el pasado que estamos buscando, la huella de la tradición, un momento capturado por siempre, y que ni el avance de las cosas nuevas podrá borrar. Se trilló todo el trigo que colmaba los cerros… todo lo que quedaba se vendió a mal precio junto con parte de su tradición, y en su reemplazo llegó el pino insigne, las sierras y los recuerdos de lo que una vez fue todo suyo.


Figura 21. Junquillar desde sus cerros. Diego Planells. 2008.

 
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Figura 22. Riachuelo en bosque de pinos. Wladimir Troncoso. 2008.

Allá donde miras, allá lejos en el fondo, aquí mismo donde estas parado, obsérvalo todo, todo lo que es y ves, es todo lo que cambió y en su lugar un manto sobre lo que solo algunos vieron, estos paisajes verdes en altura, con pinos insignes y eucaliptos encierran las vida de aquellos que persisten, limitan su horizonte a algo no mas allá que unas 6 filas de árboles… el campo, ya no es campo abierto, es una isla de tradición amenazada por el constante ir y venir de camiones, por el franqueamiento de un bosque que más que dejar de crecer, amenaza constantemente con una invasión inevitable de este refugio de la vida campesina, suena el silencio acercándose, el silencio de aquél que los invade.

Duele creer que un bien tan necesario como lo son los bosques, de manos de lucrativos propósitos pueden volcar el curso de las vidas de tantas familias, de pueblos enteros, y lejos de ser un proyecto con fechas y ocasos próximos, se instala, de forma vitalicia por generaciones que caen y dejan a otros esperando a que quizás todo termine.

 
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Difícilmente sucederá así, y con el pasar del tiempo brotes y almácigos se convierten en gigantes arrepentidos que miran por debajo de su sombra lo que alguna ves fue un campo dividido entre vecinos, un consenso, o simplemente una necesidad de temporada.

Ahora eso se reduce en espacio y tiempo, el contexto urge a seguir plantando pinos insignes, y Junquillar a dedicarse a lo que sea mientras no se oponga a estos.


Figura 23. Pinos jóvenes. Ivan Aguilera. 2008.

 
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Figura 24. Siluetas del bosque. Ivan Aguilera. 2008.


Figura 25. Avena y forrajes. Diego Planells. 2008.

 
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Bibliografía

Baraona, Rafael.
1986. “Conocimiento campesino y sujeto social campesino”. Series en Contribuciones. FLACSO, Nº 41.Santiago.

Bengoa, José.
1983. El campesinado chileno. Después de la reforma agraria. Ediciones Sur. Santiago.

Calva, José Luis.
1988. Los campesinos y su devenir en las economías de mercado. Siglo XXI editores. México.

Instituto Nacional de Estadísticas.
Censo de Población Chile.
http://espino.ine.cl/.... (Visitado el 7 de octubre de 2011)

Larrain, Jorge.
2001. Identidad Chilena. Ediciones LOM. Santiago.

 

 
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