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Ivana Bartolozzi & Silvia Ayelén Koopmann

Introducción

Este artículo se propone reconstruir las nociones en torno a los sentidos de 'lo barrial' desde las perspectivas de los actores, mostrando cómo se ponen en juego diversas estrategias para nombrarse, mirarse y distinguirse, a través de los discursos y las fotografías. Entendemos que la imagen contiene en sí plurales lecturas, lo cual implica para el etnógrafo un doble esfuerzo por no reducirlas a sus sentidos inmediatos o hegemónicos, sino vincularlas al universo de significados que organizan la vida de los sujetos.

El relato transita entre espacios, recuerdos, acusaciones y orgullos, donde las luchas simbólicas buscan definir, no siempre de manera transparente, un 'nosotros' y al tiempo que se diferencian de un 'otro'. Consideramos que ambas categorías no son cerradas, sino que se construyen y reconstruyen en un proceso dinámico que sitúa a los sujetos tanto de un lado como del otro, dependiendo el contexto en el que se enuncie. La belleza de las casas, la ocupación de los terrenos, la mugre y los conflictos por el pago de los lotes, son algunas de las cuestiones que aparecen al momento de elegir qué fotografiar.

Desde una perspectiva que asume que la fotografía nunca es neutral, o mero reflejo no mediado de la ‘realidad’, buscamos reconstruir la trama compleja en la que se insertan los fotógrafos, en tanto sujetos sociales, a fin de acceder a una comprensión más profunda de las relaciones sociales que anticipan y completan las representaciones de los actores.

Entendemos que éstas “no se construyen de manera simple o en formas de oposiciones claras, sino que se establecen a través de formas de intercambio y rupturas” (Puex, 2003:37). Por lo tanto, la mirada atenta y holística de la ‘situación de fotografiar’ será la clave desde la cual interpretar los sentidos involucrados en cada disparo de la cámara.

Sobre Cooperativa AR.PE.BO.CH.

Cooperativa AR.PE.BO.CH. comenzó a conformarse a mediados del año 1994 como un asentamiento surgido a partir de la usurpación de tierras por parte de un grupo de familias en el borde sur del ejido urbano de la ciudad de Córdoba. Se trata de una porción de terreno de unos 300 metros cuadrados que limita -o continúa- con el barrio Villa El Libertador uno de los más poblados de la ciudad. Según el relato de algunos vecinos, se trataba de un área descampada ‘al fondo’ del barrio, un espacio de tierra lleno de huecos, de mallines, totalmente deshabitado, que poco a poco fueron limpiando, rellenando, y delimitando la extensión de los lotes. Luego de ello, algunos vecinos comenzaron a organizarse para obtener la propiedad legal de las tierras. La empresa propietaria de las mismas concertó venderlas sólo si los vecinos se agrupaban en una cooperativa. Esto implicó llevar adelante una serie de trámites hasta lograr su aprobación en el año 1996. El nombre fue elegido a partir de las iniciales de los países desde donde proveían parte de los vecinos: ARgentinos, PEruanos, BOlivianos y CHilenos.

 
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Junto con lo anterior, se conformó un Consejo de Administración o Comisión Directiva, se redactó un estatuto, y se definieron los cargos a presidir entre los vecinos. La delimitación de los lotes permitió entonces la diagramación de un plano y cada vecino pasó a ser también socio de la entidad. A partir de esto, se iniciaron los pedidos formales de algunos servicios públicos como la red de agua y el tendido de luz eléctrica. Estas obras son destacadas por algunos vecinos como parte de los ‘logros’ más importantes alcanzados por quienes estaban a cargo de la Comisión en los comienzos. Actualmente, muchos de ellos no sólo ya no participan de la Cooperativa, sino que aparecen como figuras opuestas a la actual conformación de la Comisión, especialmente con su presidenta.

Pero no sólo los logros eran parte de las cuestiones que tensionaban las relaciones sociales hacia el interior de la cooperativa También, y luego de más de 10 años de haberse asentado allí, las historias sobre los liderazgos iniciales y los protagonismos políticos eran disputadas entre los vecinos a la hora de responder cómo se había conformado en ‘un barrio y no una villa’. Esta dualidad que apareció tempranamente en los discursos de los vecinos nos fue -y continúan siendo- muy significativa en tanto cristaliza el par binario que caracteriza el pensamiento dominante acerca de las formas posibles de asentamiento urbano para los sectores populares. Pero éstas no están dadas como posibilidades fortuitas ni mucho menos equivalentes, sino que llevan consigo una fuerte impronta ideológica que se adecúa con la idea de que los espacios habitacionales modelan formas de vida y subjetividades. Gravano y Guber (1991) han mostrado que la delimitación no es territorial, sino social y simbólica, asociando formas identitarias para cada escenario.

Así, el barrio estaría junto a aquellas formas de vida ‘digna’, en tanto que las villas serían espacios de ‘ilegalidad y promiscuidad’. Es interesante destacar que estas representaciones no se desprenden sólo de las formas de pensar hegemónicas que circulan alrededor del sentido común, sino que muchas veces son alimentadas desde los discursos gubernamentales a través de las políticas sociales destinadas a los sectores más empobrecidos económicamente. Parte de las acciones más importantes de los gobiernos provinciales de los últimos años han sido la erradicación de villas miseria desde el centro de la ciudad hacia planes de vivienda denominados ‘barrio-ciudad’, ubicadas en sectores alejados del núcleo urbano. Los argumentos de estas políticas habitacionales densifican este antagonismo en tanto que hacen explícito el juicio que supone que nuevas formas de vida pueden surgir a partir de mejoras edilicias y de un ordenamiento -y estilizamiento- del espacio concomitante (Payró y Montoya, 2007).

Enmarcado en el mismo plan de gobierno, a mediados del año 2009, el Ministerio de Desarrollo Social lanzó el “Programa de Regularización y Escrituración de Viviendas Sociales” destinado a otorgar escrituras individuales a loteos irregulares y adjudicatarios de planes de vivienda social. En este contexto, Cooperativa AR.PE.BO.CH. fue incluida como beneficiaria, lo cual implicó una serie posicionamientos entre los vecinos en torno al futuro del lugar. Algunos de ellos, especialmente quienes forman parte de la Comisión, aseguraban que cuando obtengan las escrituras dejarán de ‘ser una cooperativa para pasar a ser un barrio’. Otros en cambio, se mostraban incrédulos ante esta posibilidad aduciendo la inviabilidad de la escrituración en tanto ese lugar había sido declarado anteriormente ‘zona inundable’.

 
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A partir de todo ello, no es casual que parte de las disputas instaladas en Cooperativa AR.PE.BO.CH. estén tensionando estas categorías, y que el espacio se convierta en objeto de lucha por su construcción y denominación. Entendemos con Bourdieu (2010) que “el espacio es uno de los lugares donde se afirma y ejerce el poder, y sin duda es la forma más sutil, la de la violencia simbólica como violencia inadvertida: los espacios arquitectónicos -cuyas conminaciones mudas interpelan directamente al cuerpo y obtienen de éste, con tanta certeza como la etiqueta de las sociedades cortesanas, la reverencia, el respeto que nace del alejamiento o, mejor, del estar lejos, a distancia respetuosa- son en verdad los componentes más importantes, a causa de su misma invisibilidad (…) de la simbólica del poder y de los efectos totalmente reales del poder simbólico” (Bourdieu, 2010:122).

Fotografiar la cooperativa

La decisión de utilizar fotografías en el trabajo etnográfico estuvo basado en la posibilidad de complementar los discursos orales volcados en determinados contextos, quizás más hogareños, con relatos visuales, de manera tal de poner a los entrevistados frente a aquellos espacios que reseñaban y significaban cotidianamente. En la medida en que recogíamos cada vez más referencias en torno a zonas conflictivas -dimensión de los lotes, usurpaciones, mala utilización de los espacios comunes-, como así también algunos datos ambiguos -las primeras casas construidas, la localización de los vecinos-, entendíamos que la fotografía sería una estrategia propicia para fertilizar el material obtenido. Al mismo tiempo, las selecciones de los circuitos espaciales, y por lo tanto ‘fotografiables’, nos ayudaría también a reconstruir parte de la trama de las relaciones sociales que cada uno tejía dentro de la cooperativa.

La cámara fotográfica estuvo en manos de los entrevistados y buscó no sólo evitar la mirada etnocéntrica, sino incorporar también la participación activa de los sujetos en la investigación. Luciana Aguiar Bittencourt explica que “la investigación colaborativa enfatiza la interpretación de imágenes y de ideas transmitidas por los sujetos de la imagen”(Aguiar, 2004:203).

De esta manera, la propuesta fue particular y construida con cada uno de los vecinos. A lo largo de varios meses fuimos viendo qué vínculos tenían ellos con la cámara y qué procesos podría implicar su uso. Paulatinamente, fuimos presentando la idea diciendo que nos interesaría ‘dar una vuelta’ por AR.PE.BO.CH. registrando lo que ellos quisieran. Como no teníamos una ‘receta’ planteada de antemano, fuimos negociando particularmente con cada vecino qué los incentivaba más a la hora de fotografiar. En los primeros momentos del trabajo de campo, llevamos nuestras cámaras y en determinadas ocasiones -asambleas informativas, reuniones del Consejo- pedíamos permiso y realizábamos algunos retratos de los entrevistados o del lugar. Cuando el vínculo fue más profundo, organizamos salidas puntuales. En otras ocasiones, la cámara quedaba en la casa de los vecinos para que puedan tomar imágenes sin nuestra presencia.

Entendemos que la fotografía no sólo complejiza las nociones e interpretaciones que hacen los sujetos de su propia realidad, sino también nos permite reflexionar sobre los acontecimientos que el fotógrafo decide mostrar sobre los que no. Los momentos registrados en el papel revelan la mirada que tienen los actores sociales sobre su realidad.


 
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Por ello nos parece importante reflexionar en torno a ciertos ejes analíticos construidos a partir de las imágenes, respecto a las representaciones puestas en juego a la hora de nombrar ‘lo barrial’.

Las imágenes y la lucha por la definición del espacio

“Las fotografías testimonian una elección humana en una situación determinada. Una fotografía es el resultado de la decisión del fotógrafo de que merece la pena registrar que ese acontecimiento, ese objeto que  se han visto” (Berger, 2007:13).

Los recorridos fotográficos nos presentaron algunas pistas para pensar cómo cada vecino, si bien habitaba un cierto espacio físico, siempre debe ser visto y pensado en términos de un espacio socialmente compartido. Entendemos con Bourdieu que éste “se define por exclusión mutua (o la distinción) de las posiciones que lo constituyen, es decir, como estructura de yuxtaposición de posiciones sociales” (Bourdieu, 2010:120). En este sentido, veíamos cómo se significaban de manera diversa los mismos espacios fotografiados. Éste es el caso del ‘campito’, una franja de unos 30 mts. de ancho que se encuentra separada del resto del territorio de la cooperativa por un canal, una especie de zanja irregular cubierta de materiales desechados. Al no estar delimitado claramente, su extensión es confusa e imprecisa.

Las imágenes 2, 4 y 6 fueron tomadas por tres vecinas distintas en el mismo lugar. Consideramos fundamental destacar la importancia que le atribuimos al contexto de producción de la fotografía, ya que es lo que marca la distinción entre una y otra, permitiendo analizar el proceso por el cual los entrevistados atribuyen significados a las imágenes. Aguiar Bittencourt  plantea al respecto que “si el análisis de la imagen fotográfica no tiene en cuenta el contexto original de su creación, su alcance queda circunscrito a los índices incompletos de realidades presentados por la imagen”4. Traducción propia. (Aguiar, 2004:201). En este sentido, podemos decir que “la mirada significa” (Jelin y Vila, 2010:134), y que la ubicación social, trayectoria, creencias, y representaciones de cada una de ellas entran en juego a la hora de interpretar este espacio.

Margarita es argentina, tiene unos 50 años, y es la actual presidenta de la Cooperativa. Uno de los primeros lugares al que nos llevó a fotografiar fue el campito. Una vez allí, hizo mención a la ‘mugre’ que había en el lugar. Señalando el surco que divide un extremo del otro, dijo: “¿Ves? éste es el famoso canal que tiene la contención del agua cuando viene de allá arriba (…) ¿Ves la mugre? Para que vean también. Esto le ponés a los gobernadores, a todo esos”. Es interesante ver cómo Margarita pensaba las fotografías en términos de una posterior visibilidad por parte de autoridades gubernamentales. El reclamo no sólo está dirigido hacia los responsables de la falta de recolección de residuos, sino también hacia los vecinos que llevan adelante estas prácticas ‘indeseables’.

 
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FOTO 1: Raquel fotografiando el campito. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 2: El campito desde la mirada de Raquel. Raquel Pérez. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 3: Margarita en el sector sur, el campito. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 4: El campito. Fotografía de Margarita. Margarita López. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 5: Lili posando para la cámara. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 6: El campito. Ivana fotografía a Lili. Ayelén Koopmann. 2009. Toma directa.

 
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Por otro lado, Lili es de origen boliviano, tiene unos 30 años, y si bien es vocal suplente de la Comisión, no participa activamente de las reuniones. En conversaciones cotidianas nombraba el ‘campito’ como una clara referencia de que ellos están ‘al fondo’, es decir, como una muestra territorial de la distancia que existe con otras zonas más nucleares como barrio Villa El Libertador. Ella entendía tal ubicación como la razón por la cual muchas veces las demandas hacia las autoridades municipales eran desoídas. Sin embargo, cuando nos llevó hasta allí para fotografiarlo, lo mostraba como un espacio libre, desocupado, al cual la Cooperativa podría darle diferentes usos. Nos comentaba que lo habían propuesto para la construcción de un centro de salud que finalmente se montó en un barrio vecino. También nos expresó que allí se podría poner una posta policial.

Finalmente Raquel, argentina, miembro de la Comisión Directiva, cuando tomó la imagen del campito, significó el lugar de manera diferente al resto de los entrevistados. Su preocupación se daba por las enfermedades que estaban apareciendo entre los vecinos de la cooperativa, vinculándolo con las fumigaciones que se habían hecho durante años en la zona, cuando aquél lugar estaba sembrado con soja.

Estas primeras impresiones al abordar un mismo escenario nos empezaban a mostrar lo diverso y heterogéneo del proceso por medio del cual se definen los espacios compartidos. Más precisamente están señalando que cuando se trata de clasificarlos, siempre se hace en términos de oposiciones sociales objetivadas en el espacio físico. Bourdieu (2010) sostiene que en toda sociedad jerárquica el poder que otorga la posesión del capital se manifiesta en el espacio, es decir, en la distribución de los agentes y de los bienes y servicios.

Si el ‘campito’ muestra cierto alejamiento de los centros comerciales y sociales, al tiempo que expresa conductas indeseables, será pues un espacio de contradicción y de lucha por jerarquizarlo, material y simbólicamente, señalando los usos positivos que éste podría implicar. Tanto el hospital como el destacamento policial son opciones válidas para la ocupación del terreno y la adjudicación de puntos -cercanos- de circulación de los servicios.

Para continuar profundizando estos sentidos, analizaremos otro conjunto de imágenes a partir de las cuales los vecinos articulaban discursos alrededor de lo ‘mostrable’. Se trata de una serie de espacios que, a partir de sus cualidades, constituyen escenas fotografiables en términos de su ‘esteticidad’.

Así, la siguiente selección de las vecinas estuvo dirigida a exhibir el progreso o el desarrollo de algunas casas (Foto 8 y 10), la belleza de ciertos árboles (Foto 14) y la amplitud de determinadas calles (Foto 12).

Ambas vecinas eligieron la misma casa y tuvieron comentarios similares: era linda y prolija. Más adelante, capturaron una calle amplia y despejada, y un árbol cuya copa estaba cuidadosamente recortada. Natalia Bermúdez (2009), siguiendo el argumento de Bourdieu, sostiene que “la distinción de las diferentes clases puede comprenderse a través de la disposición exigida por el consumo legítimo de obras legítimas, la aptitud para adoptar un punto de vista estético sobre los objetos ya constituidos también estéticamente”(Bermúdez, 2009:7). Es interesante pensar a partir de esto que las formas estéticas también están siendo utilizadas como una forma de marcar un tipo de urbanidad y sociabilidad legítima.

 
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FOTO 7: Margarita fotografiando una ‘casa linda’. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 8: La Casa Linda. Margarita López. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 9: Lili fotografiando una ‘casa linda’. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 10: La casa linda desde la mirada de Lili. Lili Ramírez. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 11: Margarita fotografiando la calle tres. Ayelén Koopmann. 2009. Toma directa.


FOTO 12. Calle tres. Margarita López. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 13: Lili fotografiando árboles en la calle tres. Ayelén Koopmann. 2009. Toma directa.


FOTO 14: Los árboles de la calle 3. Lili Ramírez. 2009. Toma directa.

 
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Gravano plantea que existe cierta idealización de “lo barrial” en tanto el barrio es reivindicado como “utopía o aspiración” asociado a un tipo de vida “comunitaria, humana y digna” (Gravano, 2003:60). Parte de este imaginario encuentra en las villas miseria espacios de sociabilización defectuosa, y de distribución ilegítima de la propiedad. En esta dirección podemos reflexionar en torno al papel performativo que implican los usos y estilos entendidos como ‘bellos’, en el marco de un proceso civilizatorio de refinamiento y regulación de la conducta (Elías, 1989).

Por otro lado, y complejizando las dimensiones de la significación, indagamos en las atribuciones de sentido que ambas vecinas le otorgan a las mismas imágenes. Margarita, en tanto presidenta de la Cooperativa, elogia estas casas, pero sólo si los propietarios han abonado el terreno. Como decíamos en párrafos anteriores, cada lote debe ser abonado a través de una serie de cuotas administradas por el Consejo. En casos en que los vecinos no lo hagan, o demoren en hacerlo, pasan a ser objeto de sanciones morales por parte de los miembros de la Comisión a partir del mal uso que éstos harían del dinero. Si bien esto no será profundizado en esta oportunidad, sí creemos importante subrayar cómo las posiciones sociales de los sujetos atraviesan y densifican sus representaciones, como así también las implicancias que asumen las relaciones de poder en estos mismos ámbitos.

Por su parte, Lili, una de las primeras habitantes de AR.PE.BO.CH., nos comentaba mientras caminábamos el esfuerzo que había implicado hacer la cooperativa, comparando la situación de otros barrios que tienen todo 'de arriba'.

Cuando Lili dice esto está haciendo alusión a los denominados ‘barrio-ciudad’, esto es, los planes de vivienda construidos por el estado provincial, interpretados como favores hacia aquellos que no lo merecen. Entablando estas distinciones, Lili fotografió las casas que le daban orgullo y que demostraban cómo habían progresado a cuenta de este esfuerzo. “Eso es lo que vengo hablando con la chicas, que en barrio Cabildo [un barrio-ciudad] donde no ponen un mango tienen vivienda, tienen colectivo y nosotros que es a pulmón propio todo esto, ¿cómo no vamos a tener un colectivo?”.

Esta identificación con un ‘esfuerzo’ común aparece también en otro de los primeros vecinos que llegaron a AR.PE.BO.CH. Miguel, boliviano y miembro de las primeras comisiones directivas, nos señalaba que fotografiemos “esas casas de madera, todavía por ahí al fondo, hay que sacar eso (…) las mejoras que ha habido, las mejoras que se han hecho, sin ayuda del gobierno en absoluto”. Esta última expresión establece nuevamente la distinción hacia aquellos quienes reciben sus casas, frente a ellos que las construyeron ‘a pulmón’. Tanto Eli como Miguel nos mostraron fotografías de sus álbumes familiares para que veamos cómo había cambiado la cooperativa desde aquellos años hasta la actualidad (Foto 15 y 16).

Tanto en un caso como el otro, las imágenes muestran el proceso de construcción de la vivienda ‘de material’. En la primera fotografía, Lili nos señalaba las piezas de madera depositadas a los costados de la imagen puesto que eran los restos con los cuales estaban hechas las casas en las primeras épocas de la cooperativa.

 
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FOTO 15: Casa de Lili. En proceso de construcción.  Autor desconocido. 1996. Álbum familiar de Lili Ramírez.


FOTO 16: Casa de  Miguel. En proceso de construcción. Autor desconocido. 1996. Álbum familiar de Miguel Arce.

 
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Es interesante notar cómo la vinculación con el gobierno es muchas veces ambigua y puede leerse de distinta manera entre los vecinos. Por un lado, veíamos que parte de la legitimidad del asentamiento -sobre la cual se nutre la distinción con los ‘barrio-ciudad’- se sostiene sobre cierta soledad que los vecinos se atribuyen en momentos de planear y edificar sus casas. Rellenar, limpiar, y edificar ‘sin ayuda de gobierno’ son parte de las acciones que reiteran y parecen enorgullecer a los vecinos. Al mismo tiempo, cuando las prácticas de quienes presiden la entidad son vistas como muy cercanas a los funcionarios gubernamentales, también allí aparecen juicios morales en términos de buena o mala política.

Por otro lado, gran parte de los reclamos en materia de mejoras urbanas son enunciados de tal manera que las autoridades municipales o provinciales aparecen como las responsables de llevarlas a cabo.

Retomando algunas de las formas en que se cristalizan estos orgullos colectivos, ‘la placita’ constituye otro de los escenarios elegidos para fotografiar (Foto 18, 20 y 22).

Las tres fotografías muestran desde el mismo ángulo la plaza. Si bien la segunda está hecha desde un plano más cercano, en las últimas dos se puede ver, hacia la izquierda, el poste de luz que la ilumina. Esto es clave ya que muestra, de alguna manera, el lugar por el que circulan los vecinos y cómo se ubican a la hora de mirar el paisaje.

La placita fue otro de los puntos en común de los distintos recorridos. Elías es boliviano, tiene aproximadamente unos 40 años, también es uno de los habitantes ‘históricos’, y presidió la Cooperativa antes de Margarita. Si bien actualmente es vocal, su participación en reuniones y asambleas es discontinua. En muchas oportunidades se mostraba en desacuerdo con la forma en que la actual presidenta llevaba adelante sus funciones. En este contexto, nos resulta muy interesante pensar cómo interpretó este lugar y qué sentidos fueron articulados a la hora de fotografiarlo. Allí, y luego de realizar las tomas, relató que esos terrenos habían sido ‘mallinosos’ y que con el trabajo de la gente se había ido rellenando. Esta perspectiva histórica que reconstruye un pasado ligado a actividades conjuntas y solidarias, se materializa hoy en estos espacios. Así, Elías se asume como parte de ese ‘nosotros’ que trabajó y que hizo posible que la plaza hoy pueda erigirse sobre terrenos firmes.

Si bien Margarita y Lili no expresaron algo en particular, hacemos nuestras las palabras de John Berger cuando plantea que las fotografías “son un mensaje acerca del acontecimiento que registran” (Berger, 2007:10), mostrando lo que merece la pena ser visto. Pero además etnográficamente consideramos que es un dato relevante a la hora de pensar lo planteado por Gravano, en tanto que las plazas son parte de un conjunto de rasgos propios de determinados espacios urbanos. En esta dirección, entendemos que el barrio tendría “una disposición del espacio organizada según pautas urbanas (…) barrio ordenado, con sus calles, sus plazas, sus espacios con destino comunitario y público (Gravano, 2003:60).

 
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FOTO 17: Elías fotografiando plaza. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 18: La plaza. Elías Hunaca. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 19: Margarita fotografiando plaza. Ayelén Koopmann. 2009.
Toma directa.


FOTO 20: La plaza. Margarita López. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 21: Lili fotografiando plaza. Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 22: La plaza. Lili Ramírez. 2009. Toma directa.

 
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En términos de diseño urbano, la plaza aparece como un espacio clave para habilitar  prácticas  de sociabilidad. Sin  embargo,  nosotras  relativizaríamos  esta idea en tanto que no vimos a los vecinos hacer uso frecuente de ella, ni tornarla relevante en los discursos de los actores. No obstante asumimos que se trata de un dato etnográfico por el lugar que adquiere la fotografía dentro de esta investigación.

De la misma manera, la escuela aparece como un ámbito público, un espacio común que está al servicio de los habitantes de los barrios y cooperativas vecinas. Sin embargo, Elías enunciaba a este espacio y a su vez cristalizaba las disputas que habían surgido en los comienzos de la conformación de la Cooperativa como ente mediador para la regularización del pago de las tierras. Así la escuela marcaba distinciones:

Elías: “La escuela esta divide. Esta [tierra] ya es del gobierno, porque primeramente [refiriéndose a los vecinos ubicados en frente del colegio] no querían pagar, porque decían, “nosotros no pertenecemos a AR.PE.BO.CH., nosotros vamos a averiguar”. “Nosotros pertenecemos a la escuela, son terrenos de la escuela”.

El conflicto que cuenta Elías reside en el no-pago de los terrenos por parte de un grupo de vecinos ubicados frente a la escuela. Según su relato, expresaban su negación a remunerar las tierras, en tanto que estas pertenecían a predios fiscales, quedando fuera de la conformación de AR.PE.BO.CH.

En términos de diseño urbano, la plaza aparece como un espacio clave para Este como otros conflictos se hacen visibles cuando la Cooperativa comienza a regular el pago de los lotes, siendo la intermediaria entre los vecinos y la empresa propietaria de los terrenos. Más adelante Elías caracterizaría a estas personas de la siguiente manera:

“Como la gente acá se vino, digamos, de las villas. Vinieron gente que está acostumbrado a no pagar nada, impuesto, nada. Esa gente empezaron digamos a ponerse duro de no pagar. “No, esto no es cooperativa”… Nos decían “ustedes están estafando a la gente, están cobrando” (...) incluso le mostrábamos con papales, con recibo del banco todo, pero no...” .

Estas son algunas de las diferencias que hicieron ciertos entrevistados respecto a prácticas ‘reprensibles’ de gente que habita en ‘villas’ distinguiéndolos de aquellos que ‘viven en un barrio’. En este caso se corresponde con ‘oponerse al pagode las tierras’.En esta línea, lo trabajado por Rosana Guber nos permite avanzar en las reflexiones en torno a cómo se piensan las oposiciones devenidas en villa-barrio. Así, ante determinados acontecimientos, tanto villeros como no-villeros obedecen a un código común que distingue “lo moral de lo inmoral, lo ocultable de lo expresable, lo digno de lo indigno, etc., según las circunstancias y los requerimientos de la interacción” (Guber, 2007:124). Lejos de ser una respuesta mecánica, cada uno hace uso de estas condiciones según los fines.

 
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FOTO 23: La escuela de Villa El Libertador. Barrio vecino.
Ivana Bartolozzi. 2009. Toma directa.


FOTO 24: La escuela colindante con ARPEBOCH.
Elías Hunaca. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 25: La escuela colindante con ARPEBOCH desde el cruce.
Elías Hunaca. 2009. Toma directa.

Estas son algunas de las categorías que denotan la intención que marcaron los vecinos a lo largo de todo el trabajo de campo: ‘siempre quisimos ser barrio’ y para ello era necesario explicitar las oposiciones con lo que significa no-ser-barrio. Sin embargo, podemos ver cómo ambas caracterizaciones son fluctuantes, en tanto que discursivamente aparece la necesidad clara de desmarcarse de la ‘villa’ mientras que paralelamente conviven prácticas asociadas con el desorden, el caos y la suciedad. De esta manera, arrojar basura, nombrada por los entrevistados como ‘la mugre’, fue fotografiada y explicada desde amplios y diversos sentidos (Foto 26, 27 y 28).

Raquel y otras vecinas hablan de esta cuestión como una situación con la cual ‘hay que hacer algo’: “La vez pasada vinieron y limpiaron un pedazo allá, un pedazo acá, o sea, todo esto lo limpiaron, pero ¿qué pasa?, este señor junta la basura que saca de otras casas, viene y la tira acá.” Raquel hacía hincapié en la tarea de limpieza que se realizaba pero que a su vez quedaba sin efecto cuando ‘otros’ volvían para ‘tirar basura’. Entonces la suciedad queda ‘naturalizada’, como una práctica de desinterés por el cuidado propio y de los vecinos, determinada por un estilo de vida que llevaría a la gente a actuar así. Le recordamos al lector que estas categorías son laxas y las diferencias que parecen inamovibles, fluctúan entre unas y otras. Vemos cómo Raquel se separa de aquellos que ‘ensucian’. Sin embargo, esto se transforma en un ‘nosotros’ a la hora de trabajar conjuntamente para limpiar el campo. Nathalie Puex (2003) nos permite analizar estas situaciones cuando explica que hay ciertas prácticas que rompen el lazo social, y otras que no, configurando un mapa de vínculos que tiene base en relaciones de reciprocidad. Esto nos permite pensar en categorías flexibles que acompañan la cotidianeidad y los vínculos sociales que se tejen en la cooperativa.

 
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Margarita es otra de las vecinas que en su recorrido fotográfico mencionaba la cuestión de la ‘mugre’ relacionada con una aparente conducta de los otros quienes no tienen la fuerza de voluntad de ajustarse al servicio de recolección. Entonces, aparecía estrechamente vinculada ‘la mugre, la basura, lo carenciado’, como características poco civilizadas, donde la ‘vergüenza’ se adjudicaría a la gente que mantiene estas prácticas o que no hace nada para cambiar esta condición. La imagen que ella elige para enunciarse respecto a la mugre es un espacio ubicado en el área del campito:

“Una vuelta decían que ya venían a limpiar el canal y no… qué van a venir. Se limpia cuando llueve mucho que corre el agua viste, pero sino no. Y la gente tira mugre, porque pasando Cliba [empresa recolectora de basura] qué les cuesta sacar, colgar las bolsas, o poner un canasto y poner las bolsas y no”.

Es clave pensar y llevar a cabo una tarea reflexiva al respecto ya que hubo una constante negociación de roles entre las investigadoras y los vecinos-entrevistados. Desde el momento que salimos a fotografiar, Raquel nos preguntaba qué necesitábamos, enmarcando el recorrido en un tono de ‘reclamos’, en tanto que Elías lo hacía desde cierta perspectiva histórica, buscando recuperar los espacios desde donde reconstruir los inicios de la cooperativa. Cuando las fotografías fueron devueltas, Elías nos planteó la posibilidad de elaborar algún documento visual que conserve estas imágenes de manera tal de retener cierta veracidad de las mismas, en tanto que estarían mostrando cómo es ‘realmente’ AR.PE.BO.CH.


FOTO 26: Descampado entre ARPEBOCH y barrio vecino.
Raquel Pérez. 2009. Toma directa.

 
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FOTO 26: Descampado entre ARPEBOCH y barrio vecino.
Raquel Pérez. 2009. Toma directa.


FOTO 28: El campito desde otro ángulo.
Margarita López. 2009. Toma directa.

 
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Por su parte, Margarita, la presidenta de la Cooperativa, utilizó la cámara con mucha soltura, capturando no sólo los espacios significativos, sino también algunos momentos especiales como las reuniones con los funcionarios estatales o las asambleas barriales. Cuando estos eventos se realizaban fuera de la cooperativa, nos pedía que llevásemos la cámara y tomáramos imágenes. Luego, la presidenta las mostraba a los vecinos como una forma de hacerles ver que ella efectivamente ‘hacía’ cosas por el barrio y que, en efecto, ‘no mentía’. La visibilidad de las acciones que permiten las capturas fotográficas se convirtió en una apuesta política de gran efectividad para Margarita, en tanto que los miembros del Consejo Directivo suelen ser juzgados de acuerdo a cuánto hacen o ‘se mueven’ por el resto de los vecinos. La reflexión en torno a los contextos de producción y circulación de las fotografías (Bartolozzi y Koopmann, 2010) implica asumir que las apropiaciones de los sujetos son siempre significativas y que por ello, deben formar parte de la construcción del problema a investigar. Esto supone entender que las interacciones entre el investigador y los actores se dan en el marco de una relación social (Guber, 2005) y que tanto uno como otros tienen intereses, expectativas, propósitos que los llevan a la acción. Desde este lugar, los avatares en el campo no significan obstáculos sino oportunidades para elaborar un conocimiento “no dogmático ni mecanicista, que se revela más profundo por ser permeable a la realidad que estudia y estar descentrado del mundo del investigador” (Guber, 2005: 79).

Palabras finales

Los mecanismos y estrategias que el investigador decide utilizar en su proceso etnográfico dependen de aquello que es objeto de su indagación, como así también de la forma en que entiende a los sujetos involucrados y su labor a la hora de comprenderlos.

La fotografía ha sido extensamente utilizada a lo largo de la historia de la disciplina, mudando drásticamente su uso de acuerdo a las perspectivas desde las cuales los etnógrafos se han posicionado. Desde la cámara como herramienta “objetiva y directa” de registro sistemático de los rasgos más sobresalientes de una cultura, hasta investigaciones en donde los sujetos son activos participantes y protagonistas tanto en las decisiones fotográficas, como en las interpretaciones posteriores a su uso. Enmarcada en esta segunda línea, entendemos que la tarea del etnógrafo supone una construcción conjunta con quienes son objeto de indagación sociológica, asumiendo la complejidad de los marcos conceptuales de los otros, y por tanto, la necesaria colaboración de éstos en un proceso de interpretación de segundo grado. En este sentido, coincidimos con David MacDougal quien considera que las experiencias de producción visual compartida alimentan las tendencias que buscan “una construcción dialógica y polifónica en etnografía” (MacDougal citado por Flores, 2007:81).

Desde esta perspectiva, entregar la cámara a los vecinos supuso una apuesta hacia las posibilidades que la situación de fotografiar implicó, en tanto la selección de los espacios y los relatos verbales que anticipaban la captura, nos permitieron densificar y tensionar las formas de interpretación de estas decisiones. Creemos con Flores que “la imagen visual en la actualidad tiene la enorme propiedad de que puede ser codificada y decodificada casi por cualquier individuo o grupo social y, por lo tanto, ser producida y consumida por los grupos subalternos y no sólo por los dominantes” (Flores, 2007:81).

Leer estas imágenes implicó asumir el escenario social de la cooperativa como un campo de fuerzas donde los sujetos luchan por imponer las propias clasificaciones tanto de ellos mismos como del espacio habitado.

 
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Los discursos y las prácticas debían ser pensadas en términos de apuestas de poder en donde los vecinos buscar aumentar el propio capital, en desmedro del ajeno. En este sentido, las imágenes también deben ser leídas en clave política: “la imagen como proceso de producción cultural, es también una forma de elaboración simbólica del discurso político que ayuda a crear imágenes sociales, tanto del individuo o grupo que las elabora como de los públicos que las reciben” (Da Silva Catela et al., 2010:12).

Sin un proceso de reflexividad constante y una “estadía prolongada” en el campo, las imágenes estarían atadas a sentidos inmediatos y finitos. La atención flotante como actitud epistemológica (Guber, 2005) nos dio la posibilidad de deconstruir la trama de relaciones sociales para así entender desde dónde nos hablaban los vecinos y los vínculos entablados con determinados espacios de la cooperativa.
Si bien los procesos de recepción y circulación de las imágenes no fueron desarrollados exhaustivamente en este artículo, consideramos que forman parte del circuito de sentidos que se disparan con el ‘click’ de la cámara. Las fotografías estuvieron presentes en los intercambios con los actores a lo largo del trabajo de campo, algunas veces suscitando nuevas conversaciones al momento de la entrega de las fotos, como así también en los encuentros ocasionales entre vecinos al momento de los recorridos. Por otro lado, las fotografías provenientes de álbumes familiares fueron utilizadas por los primeros habitantes de la cooperativa para mostrar no sólo su antigüedad, sino también la transformación del espacio del cual fueron protagonistas.

En definitiva, este entramado de circulaciones y contextos donde la imagen era tomada, usada, dispuesta, leída e interpretada, nos posibilitaron encontrar heterogeneidades y confrontaciones.

Las fotos abrieron negociaciones y reinterpretaciones respecto de los sentidos aparentemente instituidos sobre lo barrial, y a qué categorías y valores eran asociados según los contextos y las personas. Creemos que la investigación combinada entre imagen y palabra multiplica las posibilidades etnográficas en términos de una “ambigüedad situada” (Jelin y Vila, 2010) donde la fotografía se convierte en un estímulo que da pie a recuerdos, elaboraciones sobre el presente, y expectativas de futuro que no están en la foto en sí, sino en la subjetividad que se construye y reconstruye a partir de la misma.

Notas

1. El presente artículo  forma parte de un trabajo mayor correspondiente al trabajo final para obtener el título de licenciatura en Comunicación Social, de la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba. El mismo se titula “A las flores se las llevaron otros. Una etnografía sobre los sentidos de “lo barrial” y las prácticas políticas en Cooperativa AR.PE.BO.CH., a través de la imagen fotográfica”, y contó con la dirección de la Dra. Natalia Verónica Bermúdez.
2. Barrio Villa El Libertador tiene una población aproximada de unos 30.000 habitantes, según el informe demográfico municipal del año 2008 a partir de las cifras arrojadas por el censo nacional del año 2001 (www.cordoba.gov.ar). Si bien los resultados del último registro del año 2010 aún no han sido publicados, se estima que la población ha aumentado hasta duplicarse en la última década. En conversaciones informales, hay quienes estiman que actualmente el barrio contaría con más de 70 mil habitantes, y hasta algunos arriesgan que alcanza los 100 mil. Según datos oficiales, alrededor del 3% corresponde a habitantes inmigrantes, provenientes principalmente de Bolivia y Perú. En el caso de Cooperativa AR.PE.BO.CH. los vecinos recuerdan la presencia de chilenos aunque en la actualidad no pudimos dar con ellos. Los vecinos aducen que “ya se han ido”.

 
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3. De aquí en adelante utilizaremos la letra mayúscula para referirnos a la Cooperativa como entidad, y la letra minúscula al espacio físico en general. También el lector podrá advertir que los términos barrio/cooperativa serán empleados como sinónimos puesto que así también los vecinos los utilizan frecuentemente. En el caso de que aparezca con encomillado simple corresponderá a un uso específico, contextual, particular para quien habla y donde el sentido atribuido es destacado por la relevancia que adquiere para el presente análisis. Los términos y usos nativos también serán encomillados, en tanto que las transcripciones de diálogos serán expresados en letra cursiva. En caso de citas que correspondan a autores, se utilizarán comillas dobles.
4. Traducción propia.
5. Consideramos la advertencia de Malinowski en tanto que uno de los principios de la observación requiere tener en cuenta lo que la gente hace y dice sobre lo que hace, esto es, lo que la gente hace y en qué contexto y “todo aquello que la gente piensaba sobre sus propias acciones, sus creencias y sus ideas”.(Boivin et al, 2007;141).

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