Francisca Márquez

1. Por un lugar en la ciudad

Población San Gregorio: 1958 - 2008

Población San Gregorio, junio de 1959, un día de invierno lluvioso, miles de pobladores desembarcaron en los camiones del ejército a ocupar los sitios y sus viviendas aún inconclusas. Funcionarios de la recientemente creada Corporación Nacional de la Vivienda, militares, voluntarios del Hogar de Cristo, estudiantes universitarios, escolares y pobladores ayudaban al traslado de las primeras familias hacia los terrenos. Recuerdan sin embargo, que muchos sintieron miedo, que era como si los hubiesen botado en los extramuros de la ciudad; sin embargo, desde ese mismo día sus vidas cambiaron. El  esfuerzo colectivo y el deseo de hacerse de una vivienda y un territorio propio fueron ganando lugar.

Cuenta el relato popular que el día que se inauguró la población – la primera gran solución habitacional en Chile -, fue el mismo presidente Eisenhower quien llegó en su helicóptero lanzando monedas para el pueblo que lo aplaudía y celebraba. Años después sería el presidente Frei Montalva quien inauguraría el  mercado para los pequeños campesinos aledaños que participaban de la reforma agraria.

La población San Gregorio fue planificada sin la participación de los pobladores, pero un tercio de sus casas fueron autoconstrucción. El relato de origen deja en claro sin embargo, que San Gregorio fue un proyecto, una promesa y un deseo largamente guardado, que sin el esfuerzo mancomunado del Estado (la Alianza para el Progreso), los dirigentes, los políticos, los estudiantes, la beneficencia y los pobladores jamás habría sido posible. Estos fueron tiempos de saberse parte de un proyecto nacional.

Son relatos que no olvidan las batallas libradas: del lugar ganado a la ciudad; del movimiento poblacional y obrero; de los allanamientos masivos con el golpe militar, de la resistencia; de la recuperación de la democracia. Las casas, la parroquia, las plazas, el mercado son hoy parte de este legado y orgullo de los fundadores a las generaciones posteriores.

       
 

Deseos & identidades en disputa  Santiago de Chile: 1958 - 20081. El texto reúne las principales conclusiones de la investigación Fondecyt Nº 1050031 - N° 7070173 dirigidas por la autora de la ponencia..


A partir de un breve recorrido por historias de poblaciones y movimientos urbanos interesa preguntarse por los modos de producción y de disputa de los espacios públicos y las identidades urbanas, así como los deseos e imaginarios que subyacen a ellas.

Buscaremos algunas claves que permitan responder a la pregunta por las dimensiones en torno a las cuales se produce hoy el conflicto urbano en nuestra ciudad de Santiago. La lectura visual de la movilización de viejos y nuevos actores en la esfera pública en Santiago de Chile será un camino para encontrar estas claves de la producción del conflicto en la ciudad contemporánea.

A través de marcos conceptuales y fotografías que provienen del ejercicio etnográfico, se escudriña en las dimensiones sociales, políticas y culturales de este proceso; para así comprender de que manera devolverle sus formas a una cultura urbana que se nos desdibuja, sumida en la segregación, el conflicto, el temor al otro y el abandono del deseo urbano.

Palabras clave: identidades, conflicto urbano, derecho a la ciudad.


Autor:
Francisca Márquez
Antropóloga. Doctora en Sociología Universidad Católica de Lovaina. Directora Magister en Antropología. Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

e-mail: fmarquez@academia.cl

Recibido: 1 de Octubre 2008    Aceptado: 26 de Octubre 2008




 
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San Gregorio
Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.

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Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.
 

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Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.

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Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.
 

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Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.

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Fotografías: Gregorio Papic, Rossana Forray, 2007.
 


Fotos de Prensa, Diario La Segunda.

2. La turba de pobladores - 2008

El día 11 de septiembre 2008, un diario de circulación nacional señala en sus titulares “Monumental gresca entre cien vecinos terminó con saqueos, disparos y molotov”. La noticia informa que el enfrentamiento entre pobladores de dos villas en la comuna de San Bernardo dejó a varios heridos y viviendas saqueadas. Armados de escopetas, piedras y fierros una turba de pobladores atacó a un grupo de vecinos que intentaba poner un portón a la entrada de sus departamentos. “Del portón solo quedaron los pilares. A un costado, la casa de la esquina a medio destrozar. Su dueño, recordó desconsolado cuando temió que unos treinta atacantes mataran a su hija de tres años… con terror negoció con sus vecinos, “les pedía que no subieran al segundo piso, que me permitieran sacar a mi hija y esposa. Que se llevaran todo, pero que me dejaran salvarlas”). Y así lo hicieron. Muebles de cocina, refrigerador, cubiertas del lavaplatos, hasta el calefont se llevaron. Con carabineros acompañándolos, una cuadrilla de vecinos trabajaba ayer para terminar la instalación del portón que cerraría uno de los pasajes de la Villa Anguita. Lo habían intentado antes, pero al menor avance las obras eran destrozadas por sus vecinos de la Villa Cordillera. Poco después, “parte de la turba llegó al lugar. Desafiante destruyó la señalética, un kiosko metálico y se retiró. A lo lejos recordó un policía, se escuchó un ¡Volveremos!”.

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Fotos de Prensa.

Fotos de Prensa.
 

Fotos de Prensa.

Fotos de Prensa.
 

3. Del derecho a la vivienda

Asociación Nacional de Derechos Habitacionales: 2005 - 2008

Santiago, 1 de julio del 2008, una mujer trepa rauda por las ventanas del Palacio de la Moneda; su objetivo, ser recibida por la presidenta. Desde la Plaza de la Constitución un grupo de pobladores la apoya con lienzos y gritos. Es Andha Chile, asociación de pobladores que desde el año 2004 desarrolla una lucha como deudores habitacionales, para lograr que sus deudas sean condonadas. El movimiento nace de la presión que viven los deudores habitacionales del Servicio de Vivienda y Urbanismo por parte de las empresas de cobranza para el pago al Estado. El movimiento agrupa a pobladores de todo Chile, y han ganado demandas como la condonación de la deuda para más de dos mil deudores habitacionales a fines del gobierno de Ricardo Lagos.

A principios del año 2006, Andha Chile inicia su lucha por los deudores con la Banca, la que también fue reconocida  por las autoridades a través de la promulgación de decretos que permitieron sus condonaciones.



Hoy la demanda es por un tratamiento igualitario y sin distinción para todos los pobladores con deudas por sus viviendas sociales.

La estrategia de Andha Chile, se caracteriza fundamentalmente por la perseverancia y la disputa permanente con las autoridades a través de cartas, manifestaciones, funas o denuncias públicas de las autoridades en los espacios públicos, actos, casas, lugares de veraneo, ceremonias… En actos temerarios los pobladores se descuelgan de ventanas, balcones, techos, se lanzan a fuentes de agua frente a las personeros de Estado, desafían a las fuerzas policiales en los espacios públicos…en síntesis, el objetivo es hacerse ver y escuchar. El derecho a una política plenamente pública de vivienda social es la gran reivindicación de  esta asociación de pobladores.

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Fotografía Andha Chile
Fuente: www.andhachile.cl

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Fuente: www.andhachile.cl

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Fuente: www.andhachile.cl

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4. De la defensa del lugar

Comité de Defensas Barriales: 1998 - 2008

Santiago 1998, un grupo de habitantes, salen a sus calles céntricas a llenarlas de pinturas y gestos: Es Santiago Amable. Hoy, diez años después, basta recorrer las páginas de internet, y descubriremos sin mucho esfuerzo, al menos una veintena de asociaciones similares cuyo lema es la defensa del barrio y la ciudad. Agrupaciones de vecinos reunidos en una gran asociación virtual Defendamos la ciudad, cuyo énfasis pone la discusión en el crecimiento en los procesos de modernización, calidad de vida, identidad, preservación del paisaje, y la relación entre ciudadanos y  autoridad pública.

  • Agrupación de Vecinos Barrio Pedro de Valdivia; contra la construcción del túnel que perfora y cruza el cerro San Cristóbal, rompiendo parte del paisaje barrial.
  • Agrupación defendamos Plaza las Lilas; contra la normativa municipal que permite la destrucción de las edificaciones que rodean la plaza.
  • Agrupación Defendamos San Miguel, rechazo al Plan Regulador de San Miguel, que facilita la especulación inmobiliaria y la construcción en altura.
  • Comité de Defensa Vecinal de la Villa Portales, contra la implementación del programa social Minvu y el Plan regulador que promueve la construcción de calles al interior de la unidad vecinal y sus áreas verdes.

 

  • Agrupación Ciudadanos en Defensa de San Ramón, rechazo al Plan Regulador que posibilita la densificación de la comuna.
  • Red ciudadana por Ñuñoa, No a la Masacre urbana, defensa contra la especulación inmobiliaria y la construcción en altura.
  • Agrupación de vecinos de La Reina, Peñalolen y Ñuñoa, No a la construcción de la autopista en superficie que rompe el paisaje urbano.
  • Coordinadora de pobladores José María Caro, rechazo al Plan Regulador comunal de Lo Espejo por romper el paisaje de la población y apostar a la densificación.

La búsqueda de un mayor protagonismo en la planificación de comunas y barrios es un propósito explicito de estos incipientes movimientos urbanos. Actores colectivos que se levantan sobre códigos que no estuvieron a la base de movimientos sociales clasistas, pero que perseveran en su capacidad de construcción de una actoría social que vence la apatía y la desesperanza, pero sobre todo el miedo al conflicto y a la expresión pública heredados de los largos años de dictadura.

¿Qué genera el conflicto y la disputa en nuestra ciudad?
¿Qué nos enseñan los conflictos y las disputas en nuestra ciudad?

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La ciudad deseada

Lo primero que habría que señalar es que no hay disputa y no hay conflicto en nuestras ciudades si no hay deseos e imaginarios que orienten estos gestos y movimientos. Santiago nace del deseo y del gesto de dominación del colonizador, del acto fundacional por parte del capitán y conquistador Pedro de Valdivia.

Ciudad proveedora y sostenedora de la conquista y lugar de refugio, recreo y descanso, Santiago se convirtió en el arquetipo de la tranquilidad y paz, el lugar más seguro y más deseado del Reino. Por ser más rica, la ciudad de Santiago atraía población; por ser más poblada, atraía más capitales y comercio; por ser el primer centro comercial del Reino, atraía riqueza y población. Ello contribuyó a que se transformara, para el resto del país (y para ella misma) en un modelo al cual todos miraban, imitaban y querían hacer suyo.

Que duda cabe que la tendencia a la concentración de población, de capitales y de idearios persiste. Santiago continúa siendo la gran ciudad del país, muy superior al resto de las ciudades en magnitud demográfica, en poder económico, en poder político y en poder o capital cultural. Contrariamente al discurso descentralizador, en Santiago la tendencia histórica seguirá siendo la concentración de actividades y capital. Santiago es por definición campo de disputa y conflicto, porque en ella se decide la suerte del país y de todos…


Es en Santiago, donde se sitúa el cardus y el decumanus de la nación: para el migrante en busca de una mejor vida, para el campesino en busca de trabajo o para el empresario vinculado a la economía global. Santiago, ciudad_país, ciudad de las oportunidades. De allí un imaginario que aunque habla de promesas y deseos, pero que irremediablemente se estrella con las evidencias de un orden social centralizador y excluyente, frente al cual la disputa por el derecho a la ciudad toma progresivamente lugar. Que duda cabe que junto a esta ciudad soñada, hay otra historia que habla de una sociedad radicalmente escindida. La ciudad de la sociedad establecida, de la gente decente, y la sociedad popular, de los rotos… Es la ciudad de los pobladores, de los sin casa, de los marginales que en Santiago constituirán una experiencia única de lucha política, de organización urbana y el pretexto constante para una mitología multiforme. Es la ciudad de las ocupaciones, de las tomas de terrenos y del ideario (y no solo imaginario) de una ciudad para todos que irrumpía y rompía así con la ciudad propia y la ciudad bárbara del intendente Benjamín Vicuña Mackenna. Es la historia construida al calor de la imagen que surge de la acción colectiva de los pobladores como actores y movimiento social.

Disputas & urbanidad

La ciudad imaginada y deseada tiene siempre algo de composición libre que desborda la trama rígida de la planificación urbana. En la urbe siempre habrá un espacio residual donde la soberanía del imaginario colectivo e individual podrá detonar.

 

Fotografías de Asociaciones de Defensa Barrial
Fuente: www.ciudadviva.cl

Fotografías de Asociaciones de Defensa Barrial
Fuente: www.ciudadviva.cl
 

Fotografías de Asociaciones de Defensa Barrial
Fuente: www.ciudadviva.cl

Fotografías de Asociaciones de Defensa Barrial
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Los ejemplos de amenazas y rupturas de los sentidos de territorialidad abundan: La modernización compulsiva de barrios que son despojados de sus viejos referentes; estigmatización y guetización de los erradicados a los extramuros de la ciudad; especulación inmobiliaria que se impone y destruye todo paisaje identitario y arquitectural; empobrecimiento progresivo de sus habitantes que impide la inversión y el cuidado de la materialidad del habitar; carreteras que atraviesan y arremeten con la unidad histórica y territorial de la vecindad…

En este contexto de contradicciones y transformaciones, la pregunta por la dimensión material y política de la ciudad y sus territorios como polis se nos impone. ¿Quién pertenece a la ciudad? ¿Quien delibera, quien decide? La experiencia política de la condición urbana, contiene por definición, concepciones diversas de la solidaridad, de la integración y de la condición de ciudadanía.

Una mirada atenta a la historia y a los deseos de nuestra ciudad de Santiago, nos advierte que muchos territorios urbanos como es el caso de la Población San Gregorio, se caracterizaron justamente por ser ágoras, en el sentido de espacios de deliberación y también de disputa. A modo de una gran mesa, ellas convocaron y sentaron a invitados de lugares diversos y lejanos. Ágoras que en su capacidad de convocatoria de actores heterogéneos estructuraron y desestructuraron en un movimiento permanente la diversidad de historias e identidades que cobijan la experiencia de la polis.

Es decir, territorios urbanos, donde la movilidad y el flujo de la palabra, estimularon el surgimiento y la confrontación de poderes y contrapoderes locales. Flujos e intercambios de actores, recursos e ideas que unidos a los apegos al terruño, al sentido de identificación, y al ejercicio ciudadano abrieron formas nuevas e innovadoras a la construcción de la vita activa.

Fueron territorios-ágora, que a diferencia de nuestros guetos contemporáneos lograron en el movimiento y en el compromiso con lo propio y lo ajeno, abrir posibilidades y contrafuegos a los poderes del Estado y al disciplinamiento de sus políticas sobre el territorio. Territorios que fueron espacios de circulación de bienes, culturas, miradas, contrapuntos y debates. Localidades que en este intercambio se fortalecieron en su conectividad y capacidad de diálogo con su entorno. Mientras más porosas las fronteras del ágora, más imperfectas las membranas, pero más densos los vasos comunicantes y más amplio el número de invitados…más posibilidad de ejercicio de una ciudadanía y una soberanía territorial inclusiva.

El pluralismo que se construyó en Santiago de Chile al interior de estos territorios tendió a confundir las narrativas que en ellos confluían, impidiendo así naturalizar esas historias locales y sus identidades. Lo importante de estos territorios, fue su capacidad de mostrar que la soberanía y las ciudadanías residuales no van de la mano de fronteras territoriales cerradas. El amurallamiento territorial parece no haber sido nunca per se fuente de identidad territorial y poder.

 

Por tanto, podríamos decir, que la distancia entre los modos de habitar y los modos de imaginar la ciudad es lo que le otorga su condición de campo permanente de disputa y fricción que allí transcurre.

En este sentido, la ciudad difícilmente puede ser comprendida como el lugar del orden y la coherencia; ella es el lugar, por definición, de la experimentación de la diferencia y la distancia, de la densidad, de la fricción y el movimiento. Ya lo decía Simmel, Weber a comienzos del siglo pasado.  No es de extrañar entonces que la posibilidad de "fijar" o "asentar" los imaginarios y/o las identidades sea un ejercicio complejo en un espacio social donde el movimiento y la capacidad de metamorfosis son condiciones para sobrevivir en ella.

No es ahí donde reside el riesgo de la vida urbana, tampoco en las “incongruencias” entre estos deseos e imaginarios, pues son justamente estos des-conciertos, estas distancias y disputas entre esquemas utópicos, entre imaginarios que no se encuentran, los mejores indicios de que esta sociedad aún imagina, inventa y se pregunta…

El riesgo está en la capacidad de ciertos imaginarios y deseos de fagocitar la diversidad que en nuestras ciudades subyace. En la imposibilidad de imaginar que la disputa y el conflicto son parte de la construcción de una ciudad deseada; de lo que Olivier Mongin (2005) ha llamado la condición de la vida urbana.

El miedo al conflicto es también el miedo a la vida urbana, y el derrotero hacia la desurbanización de las ciudades, la disminución del uso de los espacios públicos, la guetización, el amurallamiento interno, la inseguridad; y con ello la amenaza de substituir el deseo de ciudad por el miedo a la ciudad. Recluidos en sus hogares, los habitantes de Santiago han aprendido a temerle y a cuidarse del contacto, de la fricción de sus cuerpos y sus miradas. La ciudad se nos ha llenado de puertas que no se abren a la construcción de la alteridad en el movimiento de la urbe. La construcción de imaginarios, de principios de identificación y diferenciación se vuelven entonces ejercicios peligrosos. El malestar de los habitantes de Santiago requiere ser comprendido justamente a la luz de estos imaginarios y deseos abortados, de la hipertrofia de la memoria y la añoranza rural.

Disputas & polis

Al analizar la ciudad de Santiago, los deseos y disputas que en ella se cobijan surge espontáneamente la pregunta por la cohesión social. ¿Como puede un cuerpo así de segmentado, mantener juntos sus fragmentos? En una sociedad de la desigualdad y hegemonía del mercado como la nuestra, la apropiación y manipulación de los territorios - barrios, poblaciones, villas -, a menudo se impone.


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Disputas & identidades

La reciente historia de nuestra ciudad, sin embargo, nos indica que los espacios barriales pueden transformarse también en lugares de resistencia, de conflicto y desgarro. En la segregada ciudad de Santiago el territorio ha constituido desde siempre un recurso de integración e identificación al interior del propio grupo de pertenencia. Durante casi todo el siglo XX, la participación del mundo poblacional, entendida como expresión de soberanía ciudadana fue sobre todo una lucha por ganar y marcar los espacios a la ciudad.

Las maneras en que el movimiento de pobladores de los años sesenta ocupó nuestra ciudad y construyó territorio estuvieron íntimamente ligadas a las representaciones de si mismo en el mundo. Prácticas desplegadas en un contexto físico que se constituyeron en una fuente esencial a los significados identitarios. En esta aspiración por un lugar en la ciudad, los pobladores de este siglo XXI parecieran no diferenciarse de sus antecesores. Sin embargo, sus relatos y las fuertes disputas por el territorio como las vistas en párrafos anteriores, nos dejan entrever tres elementos distintivos de lo que fueron los viejos actores populares de mediados del siglo XX: Uno, la persistente aspiración al derecho a ocupar un lugar en la ciudad; dos, la debilidad de su adscripción de clase (obrera, popular) y la consecuente fragmentación de sus identidades entendidas como proyecto y accionar común; tres, estrechamente ligado a los dos anteriores, una acción fragmentada que se debate entre la resistencia, la sumisión, y progresivamente, el estallido no solo contra un Estado que los niega en el reconocimiento a sus derechos; sino también contra los propios pobladores, estableciendo fronteras identitarias en su interior.

Tal vez en estos tres grandes rasgos residen algunas de las características más importantes – considerando la tradición comunitaria y de lucha social – de los estallidos de violencia que hoy vemos en el mundo poblacional chileno.

¿Cómo se construyen entonces las identidades territoriales? La respuesta no pareciera provenir solo de la capacidad de construir un relato identitario, sino de la situación de poder y de conflicto en que ese relato se encuentra. Es su ubicación en relación al poder lo que podrá otorgarle a este relato un cierto grado de coherencia, capacidad de acción, capacidad interpretativa de su pasado, pero sobre todo de legitimidad y hegemonía frente al resto de la sociedad. Claude Levi - Strauss (1977) planteaba que para que la identidad goce de legitimidad, no basta un relato continuo y coherente de la memoria, sino que siempre es imprescindible el reconocimiento de este relato por parte de un otro. La construcción de un relato identitario exige de puentes entre un adentro y un afuera. Es decir, una mirada, que a modo de un espejo, devuelva a los pobladores y citadinos, la imagen que se desea proyectar. La identidad es por definición alteridad. Cuando esta imagen se devuelve distorsionada, estigmatizada, la identidad se tensiona y debilita afectando la capacidad de acción y proyección en el tiempo. Cuando las narrativas identitarias de estos pequeños territorios urbanos no son reconocidas o negadas, ellos pierden irremediablemente su carácter de espacio intersticial, de puente entre el mundo privado y el mundo de lo público, entre el hogar y la ciudad. Las identidades territoriales se transforman así en la trampa identitaria del gueto, de la disputa y el conflicto.


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Para que la identidad territorial, entendida como el poder de habitar, se construya se necesita ejercer un control sobre las propias decisiones, de modo que ella se exprese en prácticas concretas, en toma de decisiones, en un poder simbólico y práctico que demuestran el carácter permanente del territorio. En este sentido, cuando las asociaciones barriales salen a la calle o al campo virtual, lo que están haciendo es salir de su condición de vulnerabilidad no solo a través de un saber-hacer, sino también de poner en escena, en actos prácticos y simbólicos, un saber-ser. La puesta en escena y la disputa en este sentido, constituye una dimensión esencial del sentimiento de vivir en sociedad. Superar la situación de incertidumbre y de estar a medio camino entre los márgenes y la sociedad, exige tener la prueba de su fiabilidad y previsibilidad… el problema central entonces se vuelve producir estas condiciones de reconocimiento para una participación social y efectivamente vinculante.

Repensar la cohesión urbana obliga a situarse en los procesos de construcción del poder y la toma de decisiones en estos pequeños espacios de la gran ciudad; en sus articulaciones con la metrópoli, con el mercado laboral, con sus trayectorias e imaginarios que dan cuerpo a las fronteras y a las relaciones no siempre armónicas y más bien conflictivas de sus habitantes.



Disputas & derechos

Hasta no hace muchos años atrás, la experiencia urbana en Santiago se enfrentaba a las evidencias de su fragmentación y debilitamiento. Lejos de la promesa emancipatoria anunciada por George Simmel (1998) a inicios del siglo XX, en nuestra ciudad pareciera respirarse más agobio, malestar y temor que libertad. El abandono de los espacios públicos y la lucha por la privatización creciente de la ciudad, se trasforma progresivamente en una condición política de lo urbano contemporáneo.

Desde no hace muchos años atrás sin embargo, el silencio y el repliegue en el ámbito de lo privado pareciera revertirse progresivamente para dar cabida a un sinnúmero de asociaciones y movimientos urbanos que valiéndose del espacio de lo público, repiensan su ciudad. En un actuar fundamentalmente defensivo, estas asociaciones resisten a la evidente cooptación que el mercado y el interés privado hacen de las esferas de lo público. Son incipientes movimientos que pueblan la ciudad de nuevas fuerzas y revueltas que evidencian la crisis de un Estado incapaz de velar por el bien común y la protección del vínculo social. El énfasis en la defensa del propio entorno es paradojalmente también la defensa de lo colectivo. Henri Lefebvre nos recuerda que un uso trasgresor del espacio público puede entenderse como una manera de transformarlo, pero también de promover cambios sociales más globales.

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A diferencia de los pobladores de San Gregorio, de Andah_Chile y por cierto de las turbas de pobladores, estas asociaciones se levantan desde un actuar donde los problemas, más que económicos, son centralmente de derechos culturales, de arraigo y adscripción afectiva al propio lugar. Lo que se pide y lo que convoca, no refiere al precio del suelo ni al pago de la propiedad, ni tampoco a la carretera o al túnel como obra; la mayor parte de estos propietarios, lo que defiende es el derecho a ser reconocido en la planificación de las transformaciones que decidirán el destino de sus lugares de pertenencia. La preservación de sus barrios, es el resguardo de su patrimonio entendido como memoria, como identidad y como preservación de un futuro. Lo que los iguala en este diálogo que se entabla a partir de preocupaciones tan propias, no es la clase ni la vecindad (las asociaciones se distribuyen en toda la ciudad); lo que los iguala es  la aspiración a ser reconocidos en su derecho a decidir. No es el túnel, el plano regulador, la carretera lo que los pone en alerta ni los convoca como un todo, es la profunda convicción que en la ciudad se toman decisiones sin ellos, que en la ciudad, la vida se ha vuelto compleja e inmanejable, y que si no se la defiende, no habrá finalmente lugar para cada una de sus historias y sus deseos. La percepción que los intereses del mercado inmobiliario y de la globalización deciden y moldean sus vidas hasta en sus propios jardines transforma a menudo estos pequeños movimientos en una lucha a muerte. Ser sujeto de su propio destino pareciera ser el lema que los transforma en actores sociales. Como portadores de derechos, el conflicto se orienta hacia estas fuerzas que les niegan la posibilidad de ser y existir en la ciudad; adquiriendo entonces la posibilidad de la historicidad y la producción de nuevas orientaciones normativas de la vida urbana.

Por cierto, sabemos que la ciudad no renacerá de si misma; el lugar de la ciudad es inseparable de los flujos con los cuales se encuentra en tensión y de los cuales ya participa. La experiencia de lo urbano no es independiente de la forma de lo urbano. Las formas de lo urbano oscilan hoy entre el despliegue y el repliegue, desde la expansión sin límites a la segregación que la fragmenta y la diferencia en su interior. Santiago se ha llenado de zonas de fricción que hablan de la profunda segmentación de nuestra sociedad urbana.

El regreso y la defensa de lo local, del territorio, del barrio y de la población, pasa por un resurgimiento de las articulaciones entre estos lugares y la ciudad como polis. El retorno al barrio requiere de la existencia de un espacio de representación legítima y de un reconocimiento desde la metrópoli, que posibilite la participación efectiva. Esto es, la inserción en una red de vasos comunicantes que articulen los problemas internos al propio territorio con los problemas externos a ella. La movilidad – territorial y social – y la comunicación, tal como estuvo presente en estos proyectos poblacionales de los años sesenta en Chile por ejemplo, son imprescindibles a la constitución de la experiencia política contemporánea; solo así podrá reconstituirse la experiencia urbana en su más amplia acepción.


La política urbana no puede reducirse al aplacamiento del conflicto a través de su focalización en un solo territorio, barrio o población; ello es negar su condición básica urbanidad. El gueto y el condominio son justamente lo opuesto a lo urbano, a lo que por definición articula lo próximo y lo lejano, lo propio y lo ajeno, el adentro y el afuera…en un movimiento siempre inconcluso.

 

Lo urbano debe brindar lugares que nos hagan libres y no que nos encierren. El repliegue en el propio territorio solo puede restringir la acción sobre el espacio público, y con ello, limitar el ejercicio y realización plena de la propia identidad territorial, eso es, del poder de habitar. Abrir el propio territorio, aliar actores, romper fronteras, romper estigmas y evitar el aislamiento… parece ser un principio esencial al cumplimiento de la experiencia urbana. Abrir es también buscar las alianzas entre actores económicos, sociales y políticos. El desarrollo comunitario por cierto favorece la explicitación de una identidad y un proyecto común, pero a esta dimensión endógena de la identidad, debe necesariamente superponerse una dimensión exógena, que permita el reconocimiento y la interlocución con actores diversos. Redes fuertes, de confianza y compadrazgo han existido siempre en localidades y territorios de la pobreza; así también en barrios de riqueza y prestigio. Sin embargo, sin lazos débiles, es decir, vínculos que amarren al territorio a recursos nuevos, frescos, diversos… no habrá movimiento posible. No habrá salida alguna, ni del encierro, ni del estigma, ni de la pobreza.

De ahí la necesidad imperiosa de políticas urbanas que orquesten los vínculos del adentro y del afuera, de lo privado y lo público, de las diversas escenografías de la ciudad donde desplegar la disputa (y no el conflicto) por el ejercicio de la vita activa.

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