Quizá
tenemos mucha mayor desconfianza de la imagen
que de la palabra. Es por ello que en todos
los artículos de este pequeño
libro se insiste mucho en lo que las imágenes
muestran y , con razón, lo que las
imágenes callan. Un tema que es quizá
más latino que anglosajón.
Proviene tal vez de una sociedad latinoamericana,
que siempre ha vivido bajo el signo de la
represión, de lo escondido, de que
muchas veces lo importante se calla, o no
se muestra y por lo tanto lo que se dice
o se proyecta no siempre corresponde con
lo que está detrás y por lo
general son imágenes deformadas de
lo que podríamos llamar realidad.
No hemos sido puritanos y lo que callamos
solamente se lo decimos al cura en la oscuridad
del confesionario, cuando habían
curas y confesionarios. No es que en otras
latitudes las imágenes sean más
correspondientes, por ejemplo a los fenómenos
históricos: el western es una mistificación
de la historia de la colonización
del lejano oeste americano, como señala
en su artículo de este libro Gastón
Carreño. Pero esa mistificación
le dio a los norteamericanos un sentido,
hizo de la “guerra contra los indios”
un asunto nacional, que quizá aún
sigue presente en las ideologías
norteamericanas de la guerra. La realización
de un western en Tierra del Fuego, como
dice Carreño, inventa un indígena,
o lo trata, la actriz Tamara Acosta de reina
Selknam, pero en este caso la sospecha es
tan grande que la película pasó
sin pena ni gloria y por ejemplo el que
escribe estas líneas ni siquiera
la vio. No es solo un asunto de calidad
fílmica sino de culturas diferentes,
una en que el principio de la sospecha es
tardío y que existe un grado de confianza
muy alto en que la imagen responde a situaciones
reales y otro, el nuestro, en que la imagen
es analizada, por simple sobrevivencia,
con cuidado y temor.
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En
Estados Unidos el siglo veinte formó
una cultura fílmica que le permite
a Woody Allen hacer que su protagonista
y ex mujer, Mia Farrow, llore en la platea
del cine, se levante y se meta en la pantalla
jugando a la existencia de dos realidades,
tan seguras de sí mismas la una como
la otra. Michael Moore ha desacralizado
la imagen recientemente, mostrando lo que
está detrás de los planos
y cortes que hace la televisión.
George Bush en bambalinas queda como ridículo,
más de lo que aparece en el noticiario
editado.
Los años de Dictadura en Chile nos
mostraron en cambio que las fotografías
e imágenes de los periódicos
estaban siempre trucadas, que las imágenes
de bondad y las sonrisas navideñas
de la Señora del Presidente no solo
no eran verdaderas sino brutalmente todo
lo contrario, y que los noticiarios no solo
no informaron de las atrocidades sino que
mintieron siempre. Hoy en día, aunque
la imagen se impone de manera monopólica,
afortunadamente e inconscientemente no hemos
olvidado plenamente la lección cuando
prendemos algunos de los noticiarios que
tratan de construir una realidad absolutamente
alejada de lo que vemos cotidianamente y
sospechamos que siguen mintiendo descaradamente.
Ese
principio de metodología podría
ser suficiente e interesante para el estudio
de las imágenes en América
Latina y justificaría el subtítulo
del libro “una mirada latinoamericana”.
Los trabajos presentados hacen recuentos
de documentales, temáticas, fotografías,
etc. y van poco a poco construyendo un corpus
de trabajos visuales. Es una perspectiva
promisoria.
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