II
“Deben
visitar los cementerios” -dijo Juan Carlos
Skewes
alguna vez en una de esas clases de etnografía
básica, al encuentro del otro, a la construcción
de lo diverso allá afuera. O lo sugirió
solamente, como invitando a recorrer el silencio
antes de andar por allí preguntándole
a los distintos sobre sus vidas, sus imágenes,
sus referencias. Pienso en ocasiones que a modo
de descanso de la palabra y la pluma, proponía
escucharles la disolución bajo un mutismo
en diversidad de representaciones.
Yo, más silente
aún, me prendé de esa sugerencia:
visitar los cementerios para entender en parte
la vida de los vivos, la cultura de los que respiran
mientras la muerte visita…
Pues la verdad, no lo sé.
Sin embargo, allí he estado, en esa inmensa
región desconocida, saludando a uno, cinco
o decenas de recostados, inmediatamente abro una
puerta o desplazo los restos de algún portón
en ruinas para ingresar a esas otras ciudadelas
¿habitadas? por cuerpos des/almados.
Me
he acostumbrado a saludar, a pedir permiso, a
veces incluso a inquirir la identidad de un nombre
borroneado o la difusa fecha que pende de una
tabla ajada sobre el dintel de alguna tumba-casita.