He de hablar con ciertos muertos.

Cementerios, tumbas y animitas. Catastro, documentación y difusión del Patrimonio Funerario de la región de Aysén”: es un proyecto de investigación que lleva 5 años de desarrollo, visitando sitios funerarios, archivos públicos, revisando documentos y entrevistando personas. Una de las técnicas para recoger la memoria en esta investigación ha sido la fotografía, la captura de los sitios en encuadres a veces poéticos, a veces sólo registros “técnicos”: un detalle de estilo, un plano general, el tipo de cerco perimetral o las huellas de animales que han pastado sobre la sacralidad afilada de los cuerpos.

Palabras claves: Patagonia chilena, Patrimonio funerario, registro fotográfico, etnografía poética.




Autor:
Mauricio Osorio

Antropólogo Social, artesano textil y escritor. Universidad de Chile.


e-mail:
maurotejedor@yahoo.com

Recibido: 29 de junio de 2006    Aceptado: 21 de septiembre de 2006
 

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He de hablar con ciertos muertos, cada vez que arribo a algún lugar o paraje habitado por esos otros de los que soy una imagen borrosa y decorativa. Pero qué les pregunto que no deba responderme yo mismo hacia dentro o a viva voz -ahogada siempre por el viento, la lluvia incluso, el infinito silencio de estos recintos poblados por los “idos”-.


Tumbas Lago Cisnes, comuna de O’higgins. Francisco Croxatto.


Cementerio Municipal de Villa O’higgins. Vista desde acceso. Francisco Croxatto.

Introducción


Los antropólogos, sólo toman fotos desde lejos, cuando nadie los ve. No saben hacer otra cosa: cazadores furtivos, ilegales también”.
Daniel Quiroz & Juan C. Olivares.


Durante los 5 años de investigación sobre el patrimonio funerario de la Región de Aysén (comprendida entre los 43° 38’ y 49° 16’ de latitud Sur y los 71° 06’ longitud Oeste hasta el Océano Pacífico), hemos utilizado diferentes cámaras fotográficas (análogas y digitales) para recolectar cientos de imágenes de sitios funerarios; el registro ha constatado más de 80 lugares repartidos en un territorio que presenta una extensión superior a los cien mil km2. Y ningún muerto ha sonreído. Sólo es el silencio.

El presente texto es una muestra de todo aquello, minimalista y a la vez profunda. Es la conversación imaginada con quienes son representados en unos sitios eternos, celosamente resguardados por la rabiosa cultura de la penetrante naturalidad de estas tierras.


XI Región del Gral. Carlos Ibáñez del Campo.

Inicié esta conversación de silencios a principios de 2001, tengo la impresión que en un cementerio repleto de romance y viento acorralado. Le llaman cementerio El Claro, porque se ubica en un sector rural de nombre homónimo a las afueras de Coyhaique, capital regional de Aysén.

Allí estuve visitando tumbas escarchadas, casitas derruidas, cerquillos a punto de desplomarse con el peso de la nieve. Allí estuve, intentando entablar una conversación mediada por las imágenes que capturaba a intervalos con mi cámara.

Quizás cómo fue que llegaron a estar así dispuestos ante el olvido. O estar velados en cada costado de sus representaciones póstumas, chorreados de cera y de restos de la piadosa basura de alguna antigua visita: vestigios descoloridos de ramos plásticos, de rosas multicolores, envoltorios diseminados anunciando la devoción de los vivos olvidados para siempre por esos cuerpos imaginados allá abajo.


Sepultura con cruz caída. Cementerio familia Mansilla. Puerto Guadal, comuna de Chile Chico. Mauricio Osorio.


Cementerio Puerto Bertrand,
comuna de Chile Chico.
Mauricio Osorio.

II

“Deben visitar los cementerios” -dijo Juan Carlos Skewes alguna vez en una de esas clases de etnografía básica, al encuentro del otro, a la construcción de lo diverso allá afuera. O lo sugirió solamente, como invitando a recorrer el silencio antes de andar por allí preguntándole a los distintos sobre sus vidas, sus imágenes, sus referencias. Pienso en ocasiones que a modo de descanso de la palabra y la pluma, proponía escucharles la disolución bajo un mutismo en diversidad de representaciones.

Yo, más silente aún, me prendé de esa sugerencia: visitar los cementerios para entender en parte la vida de los vivos, la cultura de los que respiran mientras la muerte visita…

Pues la verdad, no lo sé. Sin embargo, allí he estado, en esa inmensa región desconocida, saludando a uno, cinco o decenas de recostados, inmediatamente abro una puerta o desplazo los restos de algún portón en ruinas para ingresar a esas otras ciudadelas ¿habitadas? por cuerpos des/almados.

Me he acostumbrado a saludar, a pedir permiso, a veces incluso a inquirir la identidad de un nombre borroneado o la difusa fecha que pende de una tabla ajada sobre el dintel de alguna tumba-casita.



III

He recorrido poblados y caminos constatando cada seña entregada, cada relato y paradero. Y no he podido visitarlos a todos. “Eso no se puede con una sola vida” -dice un muerto mío antiguo. Allí quedarán tantos dispuestos en parajes solitarios, al costado de la huella, bajo algunas piedras a la usanza indígena.


Croquis Cementerio familia Mansilla. Puerto Guadal. Francisco Croxatto.



Cementerio Valle Simpson, en las cercanías de Villa Frei, comuna de Coyhaique. Mauricio Osorio.


Sepultura con cruz caída. Cementerio Mallín Grande,
comuna de Chile Chico.
Mauricio Osorio.


Detalle cerquillo. Cementerio Ñirehuao,
comuna de Coyhaique.
Francisco Croxatto.

Tumba delimitada con piedras. Cementerio Ñirehuao,
comuna de Coyhaique.
Mauricio Osorio.

IV

¿Quién es ese tal Temístocles o aquella María (de apellido descascarado)?. ¿Acaso paisanos, chilotes? ¿Quiénes esos otros sin nombre, sin señal alguna de su paso? ¿Gringos avecindados, matreros, prostitutas construyendo una sociedad entre la soledad y la soledad por todos lados?

¿Y aquel otro que alguna vez se le nombró como Pinilla, el abuelo? Ese otro habita ahora junto a varios más al costado de una carretera austral de polvo, agujeros y carpeta suave de cenizas.


Tumba abandonada.
Comuna de Chile Chico.
Mauricio Osorio.


Retrato sobre cabecera de tumba.
Cementerio Murta Viejo, comuna de Río Ibáñez. Mauricio Osorio.

Nada se sabrá con certeza y esto alimenta la intención literaria. Todo puede ser ahora si se trata de reconstruir una historia imposible. Abundan relatos orales, grabaciones, apuntes tomados al amparo del mate. Pero todas las historias comparten la grandiosidad de lo mítico, tiempo y espacio detenidos. Sólo lo cristiano abunda en todas partes. A veces bendiciendo el terreno elegido y otras muchas sólo constituyendo el imaginario de la nada.


Funeral de joven ahogado en Puerto Melinka, comuna de Guaitecas. Mauricio Osorio.

El Diario de Aysén, enero de 1992. Mauricio Osorio.

V

Hubo uno en la profundidad del límite poblado del O’Higgins. Uno que descansaba anónimo bajo lo que ahora se convertía en calle. Envuelto en una lona, fue destapado de su tierra necesaria a paladas de avenida pueblerina. El asombro –que dura poco como medida de la sorpresa entre quienes habitan el mito- dio paso al respeto colectivo y a una improvisada ceremonia de re-inhumación en el recinto que recoge el pudrimiento religiosamente bajo sus piedras.

Y su camino hacia la nada continuó ahora en el cementerio oficial de Villa O’higgins, siempre como un desconocido, porque nunca nadie supo muy bien de qué muerto se trataban esos restos. Algún peón o comerciante de ganado que pasó a dejar la vida después de unos tragos. O tal vez un colono irreconocible que se aventuró a morir así no más, al descampado. Hasta ahora los vivos rememoran el acontecimiento oscilando entre el anecdotario pueril del territorio y la medida de una identidad abatida.

VI

En una tierra modelada por la lluvia, descansaba la Chonka. Estaba triste cuando hallamos la empalizada. Y aunque no sintió nuestra curiosidad viva a cada paso entre el tupido bosquete que iba a enjugarse en el caudal silente del Baker, temo que supo de estas fotografías y nada podía hacer con su imagen humedecida. Sólo el ciprés que la cercaba le sobrevivía, trayéndola con la crudeza de la soledad más radical hasta nuestras almas de niños curiosos.


Tumba aislada, conocida como “La Chonka”.
Carretera Austral, comuna de Tortel.
Francisco Croxatto.

Puerta de entrada cementerio familiar Arratia, comuna de Tortel. Francisco Croxatto.

Seguíamos entonces debajo de la claridad eterna del agua cuando nos enteramos que Tortel guardaba otro cementerio, alejado de la fama de la Isla de los Muertos y ya sin uso, pues el cementerio municipal era ahora el que recibía. Era el cementerio “Arratia” como lo denominamos nosotros sin otro argumento que la obviedad de la única cruz que aún contaba con su inscripción: Roberto Arratia. Está escondido tras un bosque de renovales, a unos 50 metros del arco sur del estadio de Caleta Tortel. Según nuestro chatero, el cerco que protege el sitio es nuevo. Antes tenía un cerco de ñire –una madera de vida efímera para la humedad de la costa aisenina- y ahora es de ciprés. -Hará unos dos años que el municipio lo mandó hacer -nos dijo. En estas tierras el ciprés significa eternidad verdadera, resistencia insospechada al humedal de las décadas, de los siglos.

Cementerio familiar es este. Todos, pequeños y adultos, reunidos bajo el mismo cielo en permanente llanto. Valeria al comentarme la existencia de este panteón y sus “habitantes” como los llamó, me dijo también: “Esas personas viven ahí”, pero después se rectificó (quizás pensando que no comprenderíamos aquella metáfora), diciendo que esa gente estaba enterrada allí.


Vista interior cementerio Arratia.
Enfrenta la cámara la cruz de Roberto Arratia.
Francisco Croxatto.

Cementerio de Villa Cerro Castillo, comuna de Río Ibáñez. Mauricio Osorio.

VII

Los muertos que “habitan” el pequeño cementerio de Villa Cerro Castillo o más precisamente del valle medio del Río Ibáñez, descansan “mirando” hacia el Este y el imponente Cerro se alza a sus espaldas. Para nosotros, ellos miran un paisaje deslucido, alejado de la maravilla. Ese paisaje no es el que a tantos extasía: castillo medieval a veces nevado, a veces en toda su abundancia pétrea. No, ellos observan cada mañana la salida del sol, observan la luz en alza durante el día. Observan digo, cómo se alumbra su total oscuridad. Y ninguno de los que aún viven rompe esta tradición en la postura de sus muertos. Quizás por eso este cementerio conserva tanta paz en sus adentros.

La atmósfera de este valle es un paréntesis en la continuidad vertebral de la carretera. Y su cementerio comparte esa atemporalidad geográfica. O más bien esa mixtura de tiempos sobre el paisaje. Profundos cursos de agua a un lado, bosques muertos en un cementerio natural e inundado. Grandes bloques redondeados por hielos que cuesta imaginar en movimiento. Y una comunidad que vive silenciosa y digna entre cerros, criando animales, cortando leña y enterrando a sus muertos con devoción.

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Varias veces he detenido la marcha en este lugar. Como si escuchara el rumor de todos los que por aquí han transitado. ¿Es el río, las arboledas meciéndose o definitivamente cientos de voces que murmuran constantemente que por aquí han pasado?.

Pero decide uno seguir, a fuerza de otras visitas, de otras imágenes que recoger, de otros muertos con los que conversar en silencio, no sin antes saludarles cualquier tarde, entre chochos de colores furiosos por allí, en algún pueblo de Patagonia.

Coyhaique, julio 2006.


Tumba de techo ovalado en el mismo cementerio.
Al fondo se divisa el imponente Cerro castillo.
Mauricio Osorio.
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