Lo
popular que representan estas películas
es el cine de personajes cotidianos, pertenecientes
a la clase baja. Dentro este imaginario, el mundo
rural es un referente central y un eje articulador
de la identidad nacional. El campo se relaciona
con la comunidad perdida, el “Chile profundo”,
el Chile "verdadero". Las formas de
vida implicadas allí se oponen a los patrones
de vida modernizantes y extranjerizantes de la
urbe. De ahí que las películas o
bien estén ambientadas en el campo o nos
refieran a los paisajes naturales del país
o bien muestren la ciudad desde sus márgenes,
mediante espacios urbanos des-urbanizados, con
calles de tierra, áridas canchas de fútbol
y liminales torres de alta tensión. Una
ciudad que se refiere constantemente al campo,
en términos visuales.
El paisaje chileno se presenta como un topos habitual,
como la “loca geografía” que
enmarca las prácticas cotidianas de los
chilenos protagónicos. El campo, la cordillera,
el mar, el desierto del norte grande, los bosques
y canales del sur. Son las imágenes turísticas
con que Chile se ha hablado y visto a sí
mismo, otorgándole cierta continuidad a
la diversidad social, cierto sentido de lo trascendente
que debe tener una Nación para no desarmarse
como discurso al evidenciar su contingencia histórica.
Lo chileno se asocia además
a formas de sociabilidad propias de la tradición
rural, como las fuertes relaciones de compadrazgo
y parentesco, con lo íntimo y lo simple,
con las casas de madera y la naturaleza, con el
machismo y la violencia, con el mestizaje, el
alcohol y la fatalidad; mientras el discurso del
progreso económico, el exitismo, la eficiencia,
los grandes edificios, el orden, y en fin, los
ideales del mundo moderno serían ajenos
a nuestra verdadera (esencial) cotidianidad.
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Así
pues, los protagonistas de estas películas
no pueden ser sino los que viven excluidos de la
supuesta modernización nacional y que escapan
de la racionalidad anglosajona que supone ésta.
El Roto es un ícono clave reactualizado en
la figura de obreros, taxistas o delincuentes. Los
personajes nos recuerdan al tradicional “roto
chileno”, con su fuerza, su empuje, su violencia
y agresividad. Pero también al roto pillo,
con la famosa “picardía del chileno”,
el ingenio para engañar “al Malo”
(antes, el Diablo), la búsqueda de los intersticios
en la normativa social y la manipulación
de las normas “por lo bajo”, eludiendo
el enfrentamiento directo. Por otra parte, los personajes
femeninos suelen referirse a la prostituta, que
acoge la soledad del roto y que encarna la sexualidad
liberada propia (se asume) del mundo popular. Los
actores y las actrices que encarnan a estos personajes
son en si mismos íconos de chilenidad, al
encarnar una y otra vez a estos personajes. Ejemplo
de ello son: Tamara Acosta y Daniel Muñoz.
De
esta manera, la imagen de Chile que se muestra revisa
las narraciones que vinculan lo nacional con lo
mestizo. Las películas tienden a representar
la síntesis y la mezcla de lo chileno, su
religiosidad popular y su raíz social enmarcada
en el mundo de la hacienda, la cual parece haber
instalado las lógicas de la reciprocidad,
del gasto festivo y el ritualismo en los chilenos
de hoy. Las reuniones familiares, los ritos en torno
a la comida y las figuras religiosas presentes en
cada una de estas películas expresan en imágenes
estas concepciones.
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