Jean L. Comolli |
Ciertos
autores como T. Minh-Ha y Jean L. Comolli (2002)
hacen referencia al “trabajo de la máquina”
que pondría en juego otra mirada, otro
oído, otra motricidad, otra sensibilidad
que la humana, del cineasta e investigador. Afirma
Comolli (Comolli, op. cit.: 56-57) que “la
máquina desarticula, hiende, atraviesa
lo que se supone que debe reproducir”,
generando una percepción del tiempo y del
espacio que difiere de nuestra experiencia sensible.
La cámara se interpondría, así,
como trama extra-humana en nuestra relación
con el otro.
Si bien es importante destacar la especificidad
del trabajo de campo mediatizado por la cámara,
es necesario desarticular epistemológicamente
tales fetichismos del instrumento y mistificaciones
de la tecnología. Concebir al objeto-herramienta
gozando de agencia cuasi-humana y autónomo
con respecto al sujeto que lo opera, supone des-responsabilizar
a ese sujeto de elecciones, decisiones, tendencias,
juicios y prejuicios del que es portador al momento
de operar el instrumento. Más aún,
ese pretendido ocultamiento epistemológico
detrás de la cámara ubica al antropólogo
en una posición política y éticamente
débil frente al nativo.
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Esta
relación social mediatizada está
lejos de ser producto de una neutralización
tecnológica. Creemos que la peculiaridad
del trabajo de campo fílmico o fotográfico
puede explicarse reconociendo que el uso y manipulación
de una cámara posibilita al antropólogo
ampliar su mirada, su percepción -de los
otros y aún de sí mismo- en el campo.
Pero tal práctica es legítima sólo
después de desentramar el patrón cámara-sujeto
y de hacer visible el rol y la responsabilidad de
la persona-antropólogo que se halla tras
la cámara en la construcción de su
objeto de estudio. Cuando utilizamos esta herramienta
para construir conocimiento y producir otros sentidos,
la responsabilidad no es de la “cámara”,
sino del sujeto que la opera, manipula y toma decisiones.
En suma, quien mira, percibe, categoriza y “construye
sentidos” sobre el otro y sobre sí
mismo es el antropólogo, no “la cámara”.
De
hecho, el antropólogo que porta una cámara
es percibido por los nativos como una presencia
exótica y no puede aspirar a “convertirse
en uno más” o a pasar inadvertido,
dado que este instrumento se ha tornado omnipresente
gracias a la popularidad de los medios de comunicación.
Por lo tanto, contrariamente a los esfuerzos de
algunos antropólogos visuales por subjetivar
al objeto-cámara, el antropólogo realizador
se vuelve más visible, como un “otro
diferente” en el campo gracias al (o a pesar
del) instrumento de registro y más responsable
aún por esa misma razón.
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