Ana
y Manuel.
Ana
despertó temprano esa mañana. Se levantó
apurada y corrió a la feria que los domingos
se instala a sólo dos cuadras de su casa. Compró
un kilo de almejas, limones, cebollas, cilantro, perejil
y ají verde. Y, de prisa pero con esmero, antes
de que se levantara su hijo Manuel, limpió
las almejas, cortó finamente las verduras,
mezcló todo con jugo de limón y lo aliñó
con sal, pimienta y un poco de aceite.
-
Para que le dé energía-.
Manuel
también se levantó temprano. Por primera
vez en muchos sábados no salió por la
noche y trato de dormirse, pero en su mente se mezclaban
sueños de gloria donde anotaba el gol del título
en el último minuto con tenebrosas imágenes
de oportunidades desperdiciadas frente a un arco desguarnecido,
lo que lo mantuvo despierto hasta bien entrada la
noche.
Manuel
tiene 19 años, viven juntos con su madre en
una pequeña casa, dos piezas y un baño,
la cual arriendan en lo que alguna vez fue el patio
de la casa principal, en la población Fusco
de la comuna de Macul.
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Lo que hoy queda de ese patio es un pequeño corredor
de tierra que separa las dos casas, donde sólo
crece un escuálido limonero y algo de maleza.
-
Está buenísimo, gracias mamita-.
Ana
sonríe satisfecha al ver como su hijo repasa el
plato con un trozo de pan. Manuel se levanta y abraza
a su madre.
-
Hoy voy a hacer el gol del triunfo mamita y va a ser
para ti-.
La
mujer se estrecha a su hijo y recuerda aquel día
en la playa hace muchos años. Manuel estaba recién
aprendiendo a caminar y perseguía una pelota por
la arena cayéndose constantemente, su padre corría
a su lado y le ayudaba a levantarse. El niño reía
a carcajadas, no podía saber que ese sería
el último paseo con su papá. Sin darse cuenta
Ana comienza a llorar.
-
¿Pero qué pasa mamita?-
- No me haga caso hijo, la menopausia me tiene muy
sensible-.
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