Los
indígenas de la misión estaban ahí
justamente porque acababan de sufrir la muerte de
su "pater, patris" lo que los convertía
en "apátridas", los sin padre, sin
patria. De este modo el espacio de la misión
no es un hogar, sino más bien un orfanato y
como tal juega con la yuxtaposición de la apertura-clausura:
se abre en la isla para acoger a los desprotegidos
y al mismo tiempo el espacio se cierra y se vuelve
opresivo. No es fácil vivir en la isla y cumplir
con las exigencias que ésta impone, así
como tampoco lo es estar fuera de ella.
La
fotografía de la Misión San Rafael tuvo
una función ilustrativa y de subordinación
a los requerimientos del proyecto misional. Desde
que el indígena ingresaba, era incorporado
a la vida en la misión a partir de una serie
de actos esenciales: lavarse, vestirse, desparasitarse,
y cortarse el pelo. A partir de entonces, el indígena
empezaba a formar parte de un espacio en donde los
emplazamientos, el tiempo y el modo en que se habitaba
“estaban perfectamente distribuidos según
una lógica funcional y jerárquica”.
Por su parte, la estética que repite una y
otra vez la fórmula de composición en
donde se refuerza la linealidad, el orden, lo pacífico,
la limpieza refuerza lo mismo. Sin embargo, en estas
fotografías hay espacios que no están,
hay gestos que no están. Al tomar distancia
de la función ilustrativa y de la subordinación
de la imagen a los discursos posibles que la envuelven
aparece un enorme vacío que impone la tarea
de volver a las fotografías y leerlas en combinación
directa con las omisiones.
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Sin
duda una de las observaciones que más llena de
sentido es la constatación de grandes ausencias
espaciales, a saber, el interior de la iglesia, de la
enfermería, de las casas de los indígenas
y de las salas de clase. También se omite uno
de los procesos de higienización más violentos
como lo fue el corte total del pelo. Y por último,
se omite el cementerio, uno de los espacios más
concurridos documentalmente y más omitido en
lo visual.
Todas estas omisiones que hemos señalado y donde
sin duda podríamos agregar una lista mucho mayor,
tan extensa como serían las formas posibles de
habitar el espacio para cada individuo, nos parecen
de suma importancia en tanto abren la mirada a un espacio
y un modo de habitar que no se ha contemplado en los
estudios sobre el fueguino.
A
partir de estas omisiones en la fotografía empieza
a dibujarse el espacio del silencio, pero no de un silencio
buscado por los indígenas, sino un espacio silenciado
a través de la ausencia del habitar. Finalmente,
al omitir el cementerio, la enfermería y las
cabezas rapadas, no sólo queda oculto un espacio
cualquiera, un espacio más, sino que se omiten
justamente aquellos que tienen una presencia fundamental
en el estado de crisis que vivían los fueguinos:
la muerte, el dolor físico, el ultraje, el descontento.
Las insistentes fotos grupales no dejan ver ánimos
desertores, ni el agobio del encierro, así como
tampoco dejan ver individualidades.
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